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En la primera foto, José Mª de Torrijos y Uriarte (Archivo Díaz de Escovar) y en la segunda, plano de la Plaza Principal y aledaños en 1791
De cómo el general Torrijos planeó un pronunciamiento militar escondido en una librería de la plaza de la Constitución

De cómo el general Torrijos planeó un pronunciamiento militar escondido en una librería de la plaza de la Constitución

José María García-Herrera/ Fernando Alonso

Domingo, 17 de enero 2021, 02:18

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«Este episodio ha permanecido ignorado por la historia y yo lo cuento hoy, que veo acercarse mi muerte, habiendo exigido mi padre de mí que nunca lo diera a conocer a nadie, ni aún en la última hora de mi vida; pero yo consulto mi conciencia viendo que, después de cincuenta y dos años trascurridos después del fusilamiento y de la muerte de mi padre, no perjudico a nadie».

Así empezaba su carta en 1904 don Enrique María de Santa Olalla, hijo del agente secreto del José María de Torrijos en Málaga, quien escondió y dio protección al general. Pocos malagueños conocen que parte del levantamiento de Torrijos no se planeó en una vivienda del extrarradio ni en un cortijo de los fragosos Montes de Málaga, sino en una casa de la plaza de la Constitución, entonces denominada plaza Real, en el cogollo de Málaga, donde residía el poder civil y eclesiástico, sin que las autoridades consiguieran descubrirlo.

En efecto, en el Archivo Díaz de Escovar se conserva una carta que he podido leer gracias a José María García-Herrera, coautor del presente artículo. Esta misiva fue redactada por Enrique María de Santa Olalla, exsecretario del Consejo de Instrucción Pública de Argentina, Inspector General de Escuelas y profesor de filología y filosofía de la ciencia del lenguaje. La carta consta de cinco folios escritos a mano. El autorretrato de su autor aparece junto al membrete de cada hoja, lo que no deja de ser curioso. Está firmada el 19 de mayo de 1904 en La Plata, Argentina, último país en el que Enrique había rehecho su vida después de los sucesos que relata, acaecidos setenta y tres años antes, en el otoño de 1830. Está destinada a Manuel Muñoz Giménez, amigo y correligionario, para que se publique en el diario El Popular, que había fundado y del que era propietario Pedro Gómez Chaix, hijo de Pedro Gómez Gómez, amigo de la infancia de ambos. Santa Olalla escribe ya anciano, a los 82 años, enfermo de una dolencia crónica e incurable, en los momentos en que se lo permiten los fuertes dolores de cabeza que padece.

Esta carta se publicó el 10 de diciembre de 1904 en un número especial dedicado a Torrijos del diario El Popular, bajo el título Un episodio de 1830. Pensamos que el autor quería que los hechos que tan minuciosamente describe fueran divulgados, tal y como hizo El Popular al reproducir la misiva en la primera página del rotativo, dándole así una gran relevancia.

Enrique de Santa Olalla cuenta en su carta cómo vio morir al propio Torrijos, cuando tenía solo nueve años: Lo vi «caer muerto, abriendo en mi corazón el más cruel dolor aquel bautismo de sangre». Lloró «lágrimas de fuego». También fue testigo de las lágrimas de su padre, a quien vio «llorar como una mujer». Sin duda, estos dramáticos acontecimientos le dejaron marcado para siempre. Desde entonces Enrique de Santa Olalla se hizo liberal. Como dijimos, el padre de Enrique fue el agente secreto del general Torrijos en Málaga. Ignoramos el nombre de pila del señor Santa Olalla, al que llamaremos así el resto de este artículo para evitar confusiones. Los historiadores Díaz de Escovar, Francisco Bejarano y Antonio Nadal no lo constatan en sus estudios. El señor Santa Olalla era conocido en Málaga por sus ideas liberales, en los recios tiempos de Fernando VII. Su madre, muy religiosa, lo llamaba «mi hijo, el judío, el extraviado». Lógicamente el señor Santa Olalla no hacía buenas migas con su hermano José, cura de los Mártires. En cambio, sí mantenía buena amistad, a pesar de sus ideas avanzadas, con el señor obispo, Juan José Bonel y Orbe, lo que dice mucho y bueno a favor de este último. El señor Santa Olalla fue el que contó a su propio hijo cómo escondió a Torrijos, antes de que este se levantara contra Fernando VII. Lo hizo en una carta, escrita de su puño y letra poco antes de morir, ordenándole que la destruyese después de leerla. Así lo hizo su hijo.

El señor Santa Olalla vivía en una casa en la plaza de la Constitución. Su vivienda estaba muy próxima a la esquina con la calle del Toril o calle de los Toros, conocida así porque en esta estrecha vía era donde se encerraban, vallándose los extremos, los toros que habían de lidiarse en las corridas de la plaza de la Contitución, lo que ocurrió hasta 1839. La calle del Toril arrancaba justo en el lugar en el que hoy empieza la calle Larios, pero hacía un recodo en la actual calle Nicasio Calle. Bejarano llama a la calle del Toril «primer vagido de la calle Larios», porque desde esta vía ya en 1859 el arquitecto José Moreno Monroy proyectó una gran calle que desembocase en el boquete del muelle. Junto a la casa del señor Santa Olalla estaba la imprenta y librería de Luis de Carreras, la que podría ser perfectamente la única de la Málaga de las cien tabernas y una sola librería. Daba también a la plaza y estaba a muy pocos metros de la que tiempo después sería la librería Cervantes, heredera de la papelería Catalana (1890-2010). La imprenta y librería de Carreras ocuparía, más o menos, parte del solar de lo que hoy es el Hotel Larios.

Plano de la Plaza Principal y aledaños en 1791, por Carrión de Mula. Con un punto rojo, el lugar donde estaba el postiguillo.
Plano de la Plaza Principal y aledaños en 1791, por Carrión de Mula. Con un punto rojo, el lugar donde estaba el postiguillo.

Como las casas del señor Santa Olalla y de Carreras eran contiguas, aquel le propuso a su vecino y mejor amigo, con el que compartía también el mismo ideario liberal, construir una habitación para ocultar a Torrijos. Para Santa Olalla, Carreras era una persona dotada de un alto grado de instrucción y de una moralidad intachable. Hicieron la habitación en la casa de Luis de Carreras, que vivía encima de su negocio, junto a una pared medianera con la casa de Santa Olalla. El impresor y librero cedió gustosamente un cuarto de su casa, al que se le tapió la puerta y al que se le practicaron sendos tragaluces, uno en cada casa, y unos respiradores en el techo. Para entrar en esta habitación secreta, que los dos vecinos liberales llamaron no sin guasa inpace, se cavó un pasadizo desde un patio de la casa de Santa Olalla. (Más adelante se verá que la habitación de Torrijos tenía además una segunda entrada, más secreta aún). El túnel se disimulaba detrás de una letrina con una compuerta. Para mantener el sigilo la obra la realizó solo el señor Santa Olalla, que hizo de peón y de albañil. Por las noches sacaba por la puerta de atrás de su casa una espuerta con los escombros que «desparramaba» en el callejón que daba a la imprenta. Tengamos en cuenta que en 1830, año en el que ocurrieron los hechos relatados, la mayoría de las calles malagueñas carecían de empedrado, la iluminación era escasa y las medidas de higiene brillaban por su ausencia.

Torrijos y los conjurados se reunían por las noches en esta habitación, que solo conocían Santa Olalla y su vecino el impresor y librero liberal Luis de Carreras. Entraban en el patio por la puerta trasera de la casa (ya conocen el adagio: casa con dos puertas, mala es de guardar). Esta entrada, conocida como el postiguillo, se comunicaba con un callejón insalubre llamado Barrera de los Postigos, que era una especie de prolongación del callejón de las Siete Revueltas. Todo este laberinto de callejuelas desapareció con la obra de la calle Larios, pero en tiempos de Torrijos, por las noches, sin apenas vigilancia nocturna, pocos eran los que se aventuraban por estas calles conocidas popularmente como los callejones del diablo. Los cómplices de Torrijos lo tenían fácil para entrar sin ser sorprendidos en la morada donde se refugiaba su jefe emparedado.

Concepción Carreras y León. Archivo de la familia García-Herrera
Concepción Carreras y León. Archivo de la familia García-Herrera

A pesar de todo, la casa de Carreras fue registrada por la policía al menos en dos ocasiones. Ante el riesgo inminente, Torrijos tuvo que huir. Para ello, Santa Olalla lo disfrazó con ropas de su mujer. Así el general pudo escaparse hasta el puerto, donde embarcó en una goleta inglesa rumbo a Gibraltar. La historia posterior es de todos conocida. José María de Torrijos y Uriarte fue fusilado, junto a otros cuarenta y ocho compañeros, la mañana del domingo 11 de diciembre de 1831 en las playas de San Andrés, por orden del pérfido gobernador Vicente González Moreno, aquel que según la tradición quedó retratado de manera caricaturizada en uno de los sayones que golpean a Jesús de la Puente del Cedrón.

Enrique de Santa Olalla, aún niño, se escapó junto a su padre, tal era el peligro que corrían. Llegaron a París el 21 de diciembre. Toda su vida la pasó exiliado en países extranjeros. Sabemos de las andanzas malagueñas de Torrijos gracias a la confesión de su padre y a la carta que escribió él mismo en 1904, poco antes de fallecer. Sin embargo, aunque al lector le parezca sorprendente, el relato del escondite de José María de Torrijos ya lo conocíamos en Málaga gracias a los descendientes de Luis de Carreras, la otra persona que estaba en el secreto. Nos referimos a la historia del famoso armario de pino negro.

Se trata de una información oral, transmitida de generación en generación por Luis de Carreras a sus descendientes. Yo la he escuchado relatada por el hijo de su tataranieto, José María García-Herrera Pérez-Bryan. Su padre y sus tíos la oyeron de boca de su abuela, Concha Carreras y León quien, a su vez, la escuchó de su padre, hijo de Luis de Carreras, testigo de los hechos. Esta segunda versión no ofrece tantos detalles como la primera, desgastada por las imprecisiones e inexactitudes del paso de tiempo y de la memoria oral. Según esta historia, Torrijos se refugió en la casa de Carreras dentro de un armario de pintado pino que estaba frente a un balcón que daba a la plaza. Este delicioso relato, que puso por escrito en 1955 el médico Gustavo García-Herrera, tiene el gusto y el sabor de esas historias que nos contaban nuestros mayores.

Un armario de pintado pino. Entre los descendientes del famoso librero, la anécdota más popular de Luis de Carreras estaba relacionada con este misterioso armario. Lo más sorprendente de toda esta historia es que el armario, después de casi dos siglos, se conserva hoy en la casa cordobesa de un hijo de Gustavo García-Herrera, tataranieto de Luis de Carreras. Este mueble tenía dos peculiaridades. En primer lugar, se trataba de un ropero rústico de cuarterones, sin apenas adornos, pintado de negro y fabricado en una madera popular y nada exclusiva como es la madera de pino. En segundo lugar, el armario en cuestión tenía un diseño peculiar, curioso y sorprendente: disponía en su fondo de una puerta disimulada. Como el lector suspicaz ya estará sospechando, hay motivos para pensar que Torrijos se pudo valer de este armario para entrar y salir a su antojo de la casa de Carreras gracias a su puerta trasera, sin que fuera visto por nadie. Y los esbirros de González Moreno, que registraron la vivienda en un par de ocasiones, se fueron sin imaginarse el cometido que desempeñaba el austero armario. Que este mueble se haya transmitido en la misma familia a lo largo de seis generaciones es otro indicio para pensar, a nuestro juicio, que el armario cumplió en su momento una función importantísima: salvar a Torrijos.

Además Gustavo García-Herrera, investigador y estudioso de la historia de Málaga, investigó sobre Torrijos y este capítulo, que tocaba a su familia, le interesó especialmente. En 1964 publicó en la Librería Anticuaria El Guadalhorce un pequeño estudio que tituló Cosas de Málaga, joya de coleccionistas y admiración de bibliófilos. En él trata detenidamente sobre los últimos días del general que quiso que España volviese a la senda constitucional. García-Herrera estaba convencido de la veracidad de la historia del ocultamiento de Torrijos y de la autenticidad del armario:

«De este lance tuve fidedigna noticia en los años de mi niñez, por oírlo de labios de mi abuela, nieta de don Luis de Carreras, y conservo en mi poder el armario «de pintado pino», donde estuvo escondido el general»

De esta manera, la carta conservada en el Archivo Díaz de Escovar viene a apoyar la tradición familiar de los herederos del impresor y librero Carreras sobre la trama de la conspiración de José María de Torrijos, de tanta importancia para Málaga y su tradición liberal. Al general y a sus compañeros la ciudad le dedicó el obelisco de la Plaza de la Merced.

En fin, ya es hora de terminar. Acabemos este breve artículo con la fina y elegante prosa de Enrique María de Santa Olalla, quien termina su carta explicando por qué nos ha contado esta historia:

«Ahora no tendría yo inconveniente de que estos acontecimientos, que tantos sustos costaron, se supieran y quedaran consignados para la historia de nuestro desgraciado general y de sus compañeros de infortunio»

Vista del armario y algunos detalles de la aldabilla original y la bisagra.

La verdadera historia del armario en el que se escondió Torrijos

El armario de pintado pino, por su importancia histórica, fue pasando de padres a hijos hasta que una bisnieta de Luis de Carreras, Victoria de Silva Carreras, agradecida por los cuidados y por la asistencia médica que había recibido de Gustavo García-Herrera, familiar suyo y también descendiente del famoso impresor y librero, decidió regalárselo porque sabía de la importancia que este mueble tenía para él. Gustavo García-Herrera guardó el famoso armario de Torrijos en su consulta de la calle Strachan. Fue heredado por su hijo José Carlos, residente en Córdoba, quien se lo llevó a su finca de Villanueva de Córdoba, en el Valle de los Pedroches. Allí se conserva en la actualidad.

Lo primero que llama la atención es su buen estado de conservación y la cuidada restauración a la que ha sido sometido. El armario ya no luce su pintura negra y ha recuperado el color natural de la madera de pino. Mide 227 centímetros de alto por 126 de ancho y 57 de fondo. Se trata del clásico ropero de cuarterones, característico de su época. Conserva sus bisagras originales, fabricadas a mano por un herrero experto, y su cerradura primitiva.

Pero lo más sorprendente de todo es que el mueble dispone de cuatro rudimentarias aldabillas o pestillos que permiten desmontar su parte trasera en su totalidad para facilitar el paso a una habitación secreta, lo que apoya la hipótesis de que este armario fue ideado para cumplir una función de ocultamiento. Estas aldabillas originales son las que sustentan, en nuestra opinión, la tradición familiar de que este armario de pino fue utilizado por el general Torrijos para pasar de una casa a otra, sin ser visto, mientras preparaba con sus fieles en la mismísima plaza de la Constitución el pronunciamiento que le haría famoso.

Primera hoja de la carta de Enrique María de Santa Olalla. Archivo Díaz Escobar.
Primera hoja de la carta de Enrique María de Santa Olalla. Archivo Díaz Escobar.

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