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Queremos tratar en este capítulo de aquellas personas que mantuvieron con Emilio Prados una relación afectiva más estrecha. Empecemos por sus padres. Emilio Prados Naveros, ... natural de Alhama de Granada, era el menor de once hermanos. Su familia regentaba una humilde posada en el pueblo. Según contaba el poeta, su padre y su tío decidieron venirse a Málaga de la siguiente manera: «Cogieron un puñado de tierra, lo arrojaron hacia arriba, y el viento les señaló la ruta a Málaga». Muy trabajador, alcanzó pronto una notable situación económica gracias a su fábrica de muebles, Prados Hermanos, que tenía su tienda en la calle Larios 4. Esta y la de mi familia, Muebles Alonso, eran los dos mejores establecimientos de muebles de lujo en la Málaga de 1900.
Emilio Casimiro Prados Such nació en el actual número 7 de la calle Strachan. De pequeño padecía terrores nocturnos en los que veía a personas extrañas que se acercaban a su cama y luego desaparecían. Como cuenta Patricio Hernández, su padre acudía a calmarlo y le cantaba coplas populares:
«Este niño chiquito
no tiene cuna;
su padre es carpintero
y le hará una»
Siempre se preocupó mucho por el futuro de su hijo. Sin embargo, el propio Emilio Prados reconocía en su diario que le había proporcionado ratos muy amargos. En cambio, siempre estuvo muy apegado a su madre, Josefa Such Martín. De ideas liberales, era muy aficionada a la literatura y a la música. Cuando en 1934 murió su padre, Emilio se fue a vivir con su madre a una casa en el Camino de Antequera. Al estallar la guerra, ella huyó a Chile donde su yerno, el farmacéutico Francisco Saval, tenía unos laboratorios. Ya no la volvió a ver más. Allí murió en 1946, a los ochenta y siete años.
Emilio Prados tenía dos hermanos mayores. Inés, casada con Francisco Saval, le pasaba mensualmente una cantidad de dinero, gracias a la cual el poeta vivía cuando estaba exiliado en México. Su hermano Miguel, psiquiatra, siempre le protegió y fue el que lo acompañó a la clínica de Suiza cuando a los veintidós años se agravó su enfermedad pulmonar. Añadamos que Emilio Prados tuvo desde muy pequeño un extraño temor a estar siempre a punto de morirse. Sus estados depresivos, los flujos y reflujos de su inestabilidad emocional hicieron que en 1924 intentara suicidarse tomándose un frasco de aspirinas. Moreno Villa lo calificó de neuroasténico. María Zambrano decía que Emilio se estuvo muriendo siempre.
Cuando Emilio Prados tenía quince años descubrió el amor. Se llamaba Antonio Ríos y fue en un cortijo de los Montes de Málaga. Antonio tenía su misma edad y era miembro de una familia campesina numerosa. Emilio le ayudaba en sus labores campestres y pastoriles. Esta 'amistad' le influyó mucho toda su vida. En 1956 lo recordaba así:
«Y por eso me hago luz:
para encontrarte aquel tiempo
oculto, en que fui tu amante,
caracol lejos del mar»
Emilio Prados tuvo «una sublimada relación de afecto» (en palabras de Francisco Chica) con Blanca Nagel. Según algunos fueron novios. Blanca se acabaría casando en 1922 con Francisco Hinojosa, hermano del poeta José María. Prados le dedicó su primer libro, 'Tiempo', en 1925: A Madame H. (desengañado). H de Hinojosa, claro.
Según Jorge Guillén, Emilio era «sensible, bueno, delicado, generoso, caritativo». Insistamos en este último aspecto. José Luis Cano contaba que Prados enseñaba a leer a los niños de El Palo. Todos los pescadores le adoraban. A veces llevaba a los chicos más hambrientos a su casa para que su madre les diese de comer. En Méjico, gran parte del dinero que le mandaba su hermana lo repartía entre los más necesitados.
En 1942 comenzó a trabajar como tutor de alumnos en el instituto Luis Vives, creado por exiliados españoles. Iba de excursión con los niños al campo los domingos. Así adoptó legalmente a Francisco Sala, que había quedado huérfano tras la Guerra Civil. Se lo llevó a vivir a su casa y lo consideraba como un verdadero hijo. Prados decía que Paco Sala «era bueno y cariñoso como nadie». Le enseñó el arte de imprimir. Sala fue tipógrafo como lo había sido su padre y le daría varios nietos a Emilio Prados.
Prados iba con frecuencia a bañarse a la playa del Peñón del Cuervo, cargado con una bolsa de tomates, que le servían de sustento. Allí le ocurrió un día lo siguiente:
«Y ¡ojalá te pase como a mí!: allí y bajo el agua nos encontramos , como un milagro, al coger la misma concha, un chavea y yo que fuimos amigos de Dios ya siempre».
¿Se trata de un encuentro erótico o de algo más?
Según parece, Luis Cernuda tuvo un enamoramiento repentino del poeta malagueño, pero este rechazó sus requerimientos: «Cernúa, ¡tú y yo somos amigos!»
Finalmente, hablemos algo de su relación con Lorca. Emilio lo conoció en la Residencia de Estudiantes de Madrid. Lorca llamaba a Prados el cazador de nubes, por el juego que este practicaba consistente en cazar nubes desde una ventana con un espejo. Emilio vio en Federico un hermano y un amigo perfecto: «Le decía cosas que a nadie he dicho más que a él». Y en su diario íntimo escribía: «Yo he pensado tanto en ti, te quiero tanto». No es descabellado suponer que Emilio Prados anduvo enamorado de Lorca.
Pero, sin duda, el gran amor de Emilio Prados fue su Málaga natal, a la que tanto añoraba en sus últimos días mejicanos:
«Ahora te tengo aquí, casi en mi mano, la playa de Málaga, el silencio, los chaveas nuestros, el cielo, mi casa ardida».
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