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De la Doncella de Orleans al padre de la genética: Juana de Arco y Gregor Mendel

De la Doncella de Orleans al padre de la genética: Juana de Arco y Gregor Mendel

Albas y ocasos ·

Tal día como hoy nacía Juana de Arco, quien guiaría al ejército francés contra Inglaterra en la Guerra de los Cien Años, y moría Gregor Mendel, padre de la genética

María teresa lezcano

Domingo, 6 de enero 2019, 00:04

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Tal día como hoy nacía Juana de Arco, quien guiaría al ejército francés contra Inglaterra en la Guerra de los Cien Años que en realidad duró ciento dieciséis y pico, y moría Gregor Mendel, padre de la genética gracias a sus enredos con los guisantes.

Juana de Arco. Del 6-1-1412 al 30-5-1431

Seis de enero de 1492. Nace, en la comuna francesa de Domrémy, Juana de Arco, la cual, también conocida como la Doncella de Orleans, guiaría al ejército francés contra Inglaterra en la denominada Guerra de los Cien Años que en realidad duró ciento dieciséis y pico. Se hallaba la campesina Jeanne en el jardín de su padre, corría el año 1505 y ya se imaginarán cómo corrían sajones y galos Canal de la Mancha arriba Canal de la Mancha abajo para espadarse mutuamente a discreción, cuando la adolescente oyó una voz proveniente de la iglesia y como el cura estaba sesteando se dijo, pues será Dios, que quiere que guíe al ejército francés para liberar el país de los ingleses o algo. Y, ya escuchando con más atención percibió Juana dos voces más, que reconoció ipso facto como las de Santa Catalina de Alejandría, que si quieres arroz Catalina, y santa Margarita de Antioquía, Rita lo que se da no se quita, ambas santas de fructífera carrera en la iconografía del momento que le ordenaron a la elegida: vete a Orleans y manda a los ingleses a freír asparagus, que ya están dando mucho por el ass. Y así lo hizo la doncella Juana, hasta lograr la coronación de Carlos VII en Reims, tras lo cual se aburrió un poco por falta de propósitos de año nuevo, menos mal que las voces mandonas regresaron y le dijeron, ya que ya entrado en asunto vete también a liberar París, que aún no vale una misa pero está muy ocupada por los lords, y Juana, que era muy bien mandada, se plantó en las orillas del Sena en menos que canta un gallo oxoniense, aunque aquí le fallaron las fuerzas o las voces y, tras una batalla por aquí, una escaramuza por allá, fue capturada por los anglo-borgoñones, acusada de apostasía, herejía y blasfemia y cordialmente invitada a una barbacoa en la que habría de ser el torrezno de honor. Treinta años más tarde el papa Calixto III reabrió el proceso y decidió que los herejes eran los jueces que la condenaron, será por herejes, en 1909 fue beatificada por Pío X y en 1920 santificada por Benedicto XV. El bronceado de hoguera sin embargo ya no hay quien se lo quite.

Gregor Mendel. Del 20-7-1822 al 6-1-1884

Cuatrocientos setenta y dos años después del nacimiento lorenés de Juana de Arco moría, en la ciudad checa de Brno, Gregor Mendel, padre de la genética que tras ingresar en el sacerdocio estudió historia, biología, química y matemáticas y se puso a enredar con los guisantes: que si cruzo unas semillas amarillas con unas verdes y éstas me dan sistemáticamente resultados amarillos; que si repito los cruces con otras plantas que difieren en caracteres y me sigue saliendo todo amarillo, cómo es posible; que si al amarillo lo voy a llamar carácter dominante por razones obvias de estar hasta en la sopa y no precisamente de guisantes, y al verde carácter recesivo porque es como más tímido o taimado o codependiente aunque la codependencia no vaya a nacer, linguísticamente hablando, hasta un siglo más tarde. Cuando se hubo cansado de cruzar guisantes, Mendel se puso a cruzar abejas, aunque a las reinas no les gustaban los zánganos extraños y, harto ya de picaduras se agenció unos especímenes sin aguijón que tampoco le dieron los resultados augurados pero que al menos no urticaban. Los trabajos de Mendel sin embargo no fueron valorados hasta ocho décadas después de su muerte, cuando sus leyes fueron redescubiertas y se acuñó oficialmente la palabra «genética», para ser nuevamente cuestionados en 1936 por el genetista R.A. Fisher, quien destapó una supuesta paradoja consistente en haber falsificado el atareado Gregor algunos de los resultados de sus experimentos para corresponder a sus propias expectativas. Rigurosos o convenientemente amañados los datos mendelianos, poco importa ya si la ciencia de la genética ha nacido o no de un fraude guisantero o del vuelo de un zángano disfrazado de abeja obrera, el caso es que ya se ha descifrado el código genético para corroborar lo que muchos sospechaban sin haber traducido aún el ADN: que somos un planeta de mutantes. Mutatis mutandis, claro está.

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