Las becas escolares de principios del siglo XX
Víctor Heredia
Lunes, 11 de agosto 2025, 00:54
Cuando se formó el sistema educativo español a mediados del siglo XIX no se planteó paralelamente la dotación de un sistema de becas y ayudas que facilitase el acceso a la enseñanza media y superior del alumnado con menos recursos económicos. Se entendía que eran niveles educativos reservados a las élites sociales y económicas, por lo que no había necesidad de crear ayudas para los pobres. Como escribe José Ignacio Cruz, nuestro sistema educativo se asentó «en una potente discriminación económica».
Hasta que a partir de mediados del siglo XX se empezó a poner en marcha un sistema efectivo de ayudas al estudio, solo encontramos iniciativas de algunas personas o instituciones benefactoras que apenas cubrían algunos casos. Aunque la Constitución de 1931 incorporó el principio de igualdad de oportunidades en la enseñanza, habría que esperar varias décadas para que se cumpliera.
En este contexto debemos situar los primeros programas de ayudas al estudio que se pusieron en marcha en el Instituto de Málaga. Para ello remontémonos al año 1905. Entonces se conmemoró el tercer centenario de la publicación de la primera parte de 'El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha'. En Málaga se organizaron dos actos centrales. Uno fue la exposición que se instaló en el salón de actos del Instituto, en la que se podían ver más de setenta ediciones del Quijote y un antiguo mosaico adquirido en Ronda por el pintor Enrique Jaraba que reproducía algunas escenas principales de la novela.
El otro acto fue la puesta en escena de un capítulo de la obra de Cervantes a cargo de alumnos del Instituto y alumnas de Magisterio. El marco elegido para la representación fue el propio patio del Instituto, en el que se habilitaron las galerías y los balcones para albergar a la concurrencia, estimada en más de mil personas. Uno de los alumnos que intervino fue el futuro actor José González Marín. La representación tuvo tal éxito que fue repetida días después en el Teatro Cervantes, destinando la recaudación a fines benéficos escolares.
Con el efectivo obtenido con esta función y el sobrante del presupuesto de la conmemoración se formó un capital de 750 pesetas que, invertidas en títulos de deuda perpetua del Estado y por acuerdo del claustro del Instituto, se destinó a dotar una beca anual «en favor de un alumno con actitud notoria y falta de recursos suficientes, prefiriéndose los huérfanos». De esta manera se constituyó el Premio o Matrícula Cervantes, que costeaba los derechos de matrícula de la persona que ganaba el concurso convocado para tal fin. La primera beneficiaria de este premio fue una mujer, Antonia Ramos Fernández, brillante estudiante que completó los estudios de bachillerato, comercio y magisterio.
Aunque no pueda ser considerado una beca, en 1916 el prestigioso farmacéutico Enrique Laza Herrera, antiguo alumno del Instituto, estableció un premio dirigido al alumnado de la asignatura de Historia Natural que mejor preparara un catálogo y herbario de las plantas fanerógamas de la provincia de Málaga, con el objetivo de estimular la investigación científica. El premio, que consistía en el importe de los gastos del título de bachiller, recayó en Eduardo Jáuregui Briales, que con el tiempo sería un conocido pediatra.
Habrá que esperar a 1930 para contar con una institución local que entre sus fines tenía el de conceder becas de estudios. Ese año se constituyó la Fundación Benéfico-Docente Caudal de San Felipe Neri, después de un largo pleito que sostuvieron el Instituto y el Obispado por su titularidad. La fundación nacía con el objetivo de costear obras de reparación en el edificio de la calle Gaona y crear becas para estudiantes. El nuevo director de la etapa republicana, José María Martínez, decidió establecer un internado y conceder becas para jóvenes con escasos recursos de la provincia. En 1931 se aprobó un reglamento y se estableció la cantidad de 18.000 pesetas anuales para este concepto. Estas becas se concedían por oposición y costeaban la manutención, la matrícula y los libros hasta que cada persona beneficiada terminara los estudios de carrera. Es decir, cubrían también el periodo universitario, que por entonces implicaba el traslado a otra ciudad. Los requisitos para mantener la beca eran obtener calificación de sobresaliente en la mitad de las asignaturas y mantener una «inmejorable conducta moral». En octubre fueron designados los primeros cinco becarios. Los aprobados fueron Antonio Doblas Martín, José Díaz Díaz, Eduardo Meneses Sánchez, José Utrera Molina y José Fernández Gómez. Estos tres últimos mantuvieron la beca para cursar las carreras de Medicina, Farmacia y Derecho, respectivamente. Utrera Molina (que no es el político) terminó los estudios de Farmacia en 1943 gracias a la beca de San Felipe Neri.
Las becas del marqués de Larios
Durante varios cursos en el Instituto General y Técnico de Málaga funcionaron unas becas muy particulares. Incluían el precio de las matrículas y de los libros de texto y las pagaba el tercer marqués de Larios, José Aurelio Larios, en beneficio de tres estudiantes «de reconocida aplicación y faltos de recursos» de Málaga, Vélez-Málaga y Torrox. El motivo de estos premios era que el marqués quería, según el secretario del Instituto, «testimoniar el triunfal paso por estas aulas de su estudioso, aventajado y muy amado hijo Don José Antonio Larios y Franco». Realmente su paso fue triunfal, ya que entre 1910 y 1916 superó todas las asignaturas de los seis cursos, siempre como alumno libre, con matrículas de honor. Las ayudas que concedió el marqués fueron sacadas a concurso en 1911, quedando desierta por falta de solicitantes la correspondiente a Vélez y siendo adjudicadas las otras dos a Antonio Salazar Chapela (hermano del escritor Esteban Salazar) y Manuel Molina Labrada, que gozaron de las mismas hasta terminar los estudios de bachillerato.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión