
Secciones
Servicios
Destacamos
Lucía arrastra las palabras al hablar, como arrastra la pena que la acompaña desde hace tres años. Desde que asesinaron a puñaladas a su hermano Alejandro, el 29 de marzo de 2019, solo pide que se haga justicia por el crimen. Ocurrió en el barrio de La Trinidad, en la vivienda de la víctima, de 25 años. Fue su primo quien se sentó en el banquillo de los acusados como principal sospechoso -antes de la vista permaneció casi tres años ingresado en prisión de forma preventiva-, pero tras las pruebas practicadas en el juicio fue declarado inocente por un jurado popular. «Ahora ni siquiera sabemos quién mató a mi hermano, es una situación que nos mata en vida», asegura la mujer.
La familia todavía no se ha recuperado del golpe del veredicto, emitido el pasado 11 de marzo. «Nos quedamos en shock porque la policía siempre nos dijo que había sido él seguro; hemos estado tres años en vilo, con la esperanza de que se hiciera justicia, y ahora nos vemos igual de perdidos que el primer día, sin saber quién fue ni por qué», lamenta Lucía.
Alejandro tenía siete años menos que ella, era padre de tres hijos y siendo apenas un chaval comenzó a dedicarse a la venta de pequeñas dosis de sustancias estupefacientes. La investigación apuntaba a que su primo, quizás en compañía de más personas, habría acabado con su vida a puñaladas para robar cien gramos de cocaína que la víctima tenía en su vivienda.
La principal prueba era una huella suya que encontraron en la cocina, pero él mismo reconoció en el juicio que estuvo en la casa de Alejandro unos días antes del homicidio. Tampoco las señales captadas de su teléfono móvil lo situaban ese día cerca de la escena del asesinato, como se puso de manifiesto en la vista y se recoge la sentencia del caso, a la que ha tenido acceso Diario SUR.
«Viendo como ha salido todo nos da la sensación de que, como había droga por medio, fueron a lo rápido, sin darle la misma importancia que si no la hubiera... pero estamos hablando de una persona a la que mataron con mucha violencia, que tenía familia y personas que le querían», dice Lucía con tristeza.
No es rabia lo que siente, insiste, sino una impotencia y una pena de la que apenas puede sobreponerse en su día a día. Desde que mataron al joven de La Trinidad, parte de la familia sobrevive a base de tranquilizantes y antidepresivos. La vida ha dejado de ser vida. «Es imposible sentir ni un poquito de felicidad», dice.
Hasta ese fatídico día en el que acabaron con la vida de Alejandro, el mayor temor de su familia era que el joven terminase en la cárcel por su relación con el menudeo. Jamás imaginaron que pudiera acabar en un ataúd, y menos a esa edad. «Ojalá hubiera terminado entre rejas y no así», piensa ahora.
Según relata Lucía, el contacto de su hermano con ese mundo comenzó a raíz de su paternidad, cuando solo tenía 14 años. Su familia siempre le advirtió de que esa no era forma de vivir. «Le decía que fuera como yo, que se buscase un trabajo con su horario y su sueldo, porque nos preocupaba mucho», indica la mujer, que trabaja como auxiliar de cocina.
Lucía asegura que tiene marcados varios momentos en su memoria que rememora constantemente, como si estuviera viendo una película que se repite una y otra vez. Uno de ellos es de la última vez que estuvo con su hermano. Les unía una relación muy especial, afirma.
«Lo vi dos días antes de que lo matasen, íbamos a recoger a los niños al colegio y solo le dije eso, que iba a por mi hija, luego seguí, sin saber que ya no lo vería más», comparte la mujer, aferrándose a ese instante como si fuera un tesoro del que no puede desprenderse. Tampoco olvida el mensaje que puso su mundo del revés, cuando le contaron que habían asesinado a su hermano. Un recuerdo que se funde en negro y que todavía, tres años después, le cuesta asimilar.
Investigar de nuevo
En medio de esa oscuridad, la familia encontró algo de fuerzas unos días antes de que empezase el juicio por el crimen de Alejandro para ir al cementerio y dejar en su lápida una banda en la que podía leerse la palabra justicia. «Entonces teníamos algo de fe... ahora nos resulta muy difícil tenerla», musita.
Más de tres años después del crimen, la principal obsesión de la familia sigue siendo saber qué ocurrió aquel día en la casa de su hermano. «Pero no tenemos las herramientas para investigar por nuestra cuenta, necesitamos que la policía vuelva a este caso, que no se nos olvide, aunque haya que empezar todo de cero», ruega Lucía.
La familia es consciente de que el tiempo juega en contra para esclarecer lo sucedido, pero todavía conserva algo de esperanza en que aparezca «un nuevo hilo» del que tirar. Esa esperanza es la que, en medio de un auténtico calvario, todavía la mantiene con vida.
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Recomendaciones para ti
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.