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El divorcio de María y Antonio ha hecho mella en los hijos de la pareja. La mayor, que tiene doce años, comenzó a mostrar ... un comportamiento que antes no se producía ni en las peores pesadillas de sus padres: «Empezó poco a poco, contestándome mal y alcanzó niveles que no me parecían normales, me insultaba, me dejaba con la puerta en las narices, tenía reacciones muy bruscas y se atrevía a levantarme la mano». En su caso, María (con quien convive la menor) decidió pedir ayuda antes de que la violencia se transformase en agresiones, pero los expertos de la asociación coinciden en que podrían haber sido los primeros pasos de un caso complejo.
Ahora madre e hija (y también su padre, con el que no convive pero forma parte del proceso) llevan media docena de sesiones en la asociación, y los cambios «empiezan a notarse». La pequeña está aprendiendo autocontrol, y su madre a reconocer los errores que cometía antes.
La separación actuó como un detonante para el comportamiento de la preadolescente. «Llegó a tirar cosas al suelo, ha dado patadas a las puertas de forma muy violenta». Los psicólogos de Filio explican que las agresiones físicas se producen cuando llega la igualdad o la superioridad física, pero que generalmente se manifiestan tras años cuajando este tipo de comportamientos.
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La de María es una historia que acaba de empezar a escribir el capítulo de la superación. «Ahora [su hija] se para y piensa las cosas, ha comenzado a escucharme». En una de las sesiones, madre e hija se dieron cuenta de que la relación estaba casi rota, que no sabían cómo entenderse y que la una veía a la otra «enfadada», sin saber que lo que había detrás de esa máscara era pura tristeza.
«Yo he tenido que aprender a escucharla, a tenderle la mano en los momentos apropiados, reconozco que es algo muy difícil para mí y no siempre lo consigo». Durante la conversación con SUR, la usuaria de Filio reconoce un error cometido hace pocos días, y se lo transmite a los psicólogos que la acompañan: «No supe reforzarla en el momento en el que se contuvo antes de romper una cosa de la cocina», apunta. Los profesionales la aplauden y sacan el lado bueno: el aprendizaje y la detección del fallo. «Todavía puedes reforzarlo».
En la terapia, María y su hija están aprendiendo (entre otras cosas) a establecer compromisos la una con la otra. «Está más tranquila, más segura, es un avance tremendo», reconoce la madre. Los logros que se han producido en tan solo seis sesiones también están siendo visibles por parte de su padre, con quien aún no se había manifestado la violencia. «La nota más cercana, que se abre más a él», explica María.
En el caso de la hija de María, la pequeña está «muy adaptada» en el resto de entornos, y sus comportamientos violentos se focalizan únicamente en el domicilio y hacia su madre. «Es algo muy habitual», explica la presidenta de Filio, la psicóloga Mariela Checa: «Los menores que expresan comportamientos violentos hacia sus padres no suelen tener problemas en otros ámbitos, y de hecho no se sienten orgullosos de actuar así, generalmente ni siquiera lo comentan entre sus iguales».
El nuevo camino que han emprendido madre e hija las ha puesto frente al espejo de sí mismas y de la relación. Todos coinciden en que los límites que ha decidido marcar María han hecho que la bola de nieve se detenga.
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