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«Soy Ana, la mujer a la que su marido intentó matar en Cúllar Vega»

Sobrevivió a ocho puñaladas el pasado mes de mayo. Su hijo también resultó herido al intentar quitarle el cuchillo al agresor, que después se suicidó

Laura Velasco, Amanda Martínez y Cristina Ramos

Granada

Domingo, 5 de octubre 2025, 15:35

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El pisto daba vueltas en la Thermomix. Se acercaba la hora de comer y la cocina ya estaba impregnada con el olor a verdura. Ana se encontraba en su lugar favorito, su templo, ese que tanta paz le proporciona. Aguardaba para sacar el pisto cuando apareció él, su marido, con el que había iniciado los trámites para divorciarse.

Cuando Ana habla las lágrimas brotan de sus ojos. Fue apuñalada hasta en ocho ocasiones por la persona de la que se enamoró 27 años antes. Sin embargo, lo que más le duele son sus hijos. Uno de ellos resultó herido al tratar de salvarla y, además, presenció cómo el hombre se suicidó después.

Han pasado casi cinco meses desde aquel fatídico 17 de mayo, cuando la muerte pasó de refilón a su lado. Convencida de que su testimonio puede ser útil para otras mujeres en la misma situación, explica ahora a IDEAL cómo vivió la agresión que la dejó gravemente herida, así como el trasfondo de una vida de la que debió haber escapado mucho antes:

Nos citamos con ella y sus dos hijos en el salón de plenos del Ayuntamiento del municipio, donde se sienten cómodos para hablar. Ana rompe el silencio y comienza a recordar cómo se enamoró de su pareja. Cuando se conocieron, ella trabajaba en un pub de Granada. Convencida de que había encontrado a su media naranja, decidió seguirlo hasta Jaén. Se mudó con él al municipio de La Carolina, donde fueron «muy felices».

No sabría decir exactamente cuándo «empezaron los problemas», pero cree que fue cuando nació su segundo hijo.

A su lado, el chico asiente. Tiene 26 años; su hermano, 20. Escuchan atentamente las palabras de su madre. Cada pocos minutos, lloran.

A su lado, el chico asiente. Tiene 26 años; su hermano, 20. Escuchan atentamente las palabras de su madre. Cada pocos minutos, lloran.

A su lado, el chico asiente. Tiene 26 años; su hermano, 20. Escuchan atentamente las palabras de su madre. Cada pocos minutos, lloran.

A su lado, el chico asiente. Tiene 26 años; su hermano, 20. Escuchan atentamente las palabras de su madre. Cada pocos minutos, lloran.

Ana tenía el olfato tan desarrollado que cuando detectaba actitudes agresivas, se iba. Fueron decenas de veces las que cogió a los niños y salió de la vivienda. Así pasaron dos décadas de matrimonio, en los que la felicidad inicial se vio reducida a escombros. Aún así, continuó con él. Hasta enero de este año, cuando, según relata, descubrió una infidelidad y le pidió el divorcio.

Su marido, dice, nunca se esperó que fuera tan firme, entre otras cosas porque dependía económicamente de él.

La petición de divorcio supuso un antes y un después en la convivencia. Él no quería irse de casa, pero la tensión era palpable.

Fue entonces cuando se produjo la única agresión física antes del apuñalamiento.

Ahora se arrepiente de haber tomado esa decisión en el mes de marzo.«Tuve que haber seguido adelante», lamenta.

El marido de Ana sufrió un accidente de tráfico el día 15 de mayo.

El 16 de mayo lo pasaron en casa, él y ella a solas, sin discusiones. Ya por la noche, el hombre apenas durmió:

Al día siguiente, se mostró con ella «muy atento y cariñoso».

Define aquellos minutos como «terroríficos».

Ana tenía toda su atención puesta en el pisto de la Thermomix. La abordó por sorpresa en su sitio favorito de la casa.

El chico escuchó gritos y llegó a la cocina. Encontró a su madre tirada, la tenía cogida por el pelo. No había visto cómo le clavaba el cuchillo en el cuello, pero sí cómo la atacó por la espalda. No dudó en aproximarse a él para quitarle el arma blanca. Trató de cogerlo por la hoja y resultó herido. Recibió varios cortes por parte de su padre. Después, este se autolesionó clavándoselo en el cuello y abandonó la estancia.

Apunta a duras penas este episodio, ahogada en un mar de lágrimas.

Logró levantarse y corrió por las escaleras mientras trataba de taponarse la herida del cuello. Estaba desangrándose. La Guardia Civil acudió muy rápido, ya que había una patrulla muy cerca porque estaba celebrándose la romería de Cúllar Vega. Los vecinos que vieron al hombre precipitarse por el balcón habían dado aviso sin saber lo que había ocurrido en el interior de ese domicilio. El pisto permaneció días en aquella Thermomix.

Ana recibió ocho puñaladas y una paliza mientras estaba en el suelo. Tenía un edema pulmonar, una costilla rota, la laringe afectada, una infección, hematomas y rajas por todo el cuerpo. Su pronóstico era grave. Y, sobre todo, sentía «rabia y dolor por su hijo».

Confiesa, envuelta por una culpa que no se merece.

Pasó cinco días en la UCI y otros once en planta. Allí cumplió 59 años. Estuvo un mes sin comer, alimentándose por la nariz. En todo momento se mantuvo consciente, lo cual recrudeció la situación. «Las pesadillas eran horribles», admite. Su hijo fue intervenido quirúrgicamente de la mano, pero se encontraba bien físicamente. Mentalmente estaban todos destrozados.

Sigue viviendo en la casa donde ocurrió todo. El primer día que llegó, comenzó a gritar.

manifiesta con entereza. Ha sido un verano complicado, tratando de mantener el equilibro sobre la cuerda de la ansiedad. La atención psicológica está siendo esencial para deshacerse de sus demonios internos.

A veces preferiría haber muerto aquel 17 de mayo para evitar más sufrimiento, pero sigue adelante por sus hijos, dos muchachos maravillosos «que tienen toda la vida por delante».

Han pasado cinco meses, pero no fue hasta el pasado martes cuando le llegó una carta en la que se le reconoce como víctima de violencia de género. Ha decidido alzar la voz ahora por dos razones. La primera, darle las gracias a todos los que la han apoyado estos meses. Segundo, y más importante, lanzar un mensaje a aquellas mujeres que puedan vivir situaciones similares:

Ana respira hondo y aprieta fuerte las manos de sus hijos. Entre ellos se secan las lágrimas -están demasiado acostumbrados a hacerlo- y se levantan. Caminan de vuelta a casa, ese lugar donde vivieron un infierno y en el que ahora tratan de encontrar, a duras penas, la felicidad.

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