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La madre de Diana mantiene viva la esperanza. Incluso ha lanzado una alerta a través de ‘Sos Desaparecidos’ por si su hija hubiera viajado a Estados Unidos.
¿Dónde está Diana Quer?

¿Dónde está Diana Quer?

Hoy se cumplen tres meses de la misteriosa desaparición de la joven madrileña; 90 días sin noticias que van minando el ánimo y la fe en que, finalmente, todo acabe bien

Inma Cuesta

Martes, 22 de noviembre 2016, 00:29

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Don Francisco, el cura de la parroquia de Pozuelo de Alarcón a la que Diana López-Pinel suele ir los domingos, sigue firme en su propósito de conseguir una intercesión divina que contribuya a resolver el misterio. Hace ya noventa días que el párroco pide ayuda en sus plegarias dominicales consciente de que, a estas alturas, hará falta algo muy parecido a un milagro para que la hija de su feligresa regrese a casa sana y salva. Hoy, cuando se cumplen tres meses desde que Diana Quer desapareció, el panorama sigue siendo desolador: doce semanas, más de 200 interrogatorios, un trabajo de disección del móvil a la altura de la mejor de las actuaciones de CSI y un sinfín de operaciones de rastreo después, es como si se la hubiera tragado la tierra.

Desde aquella madrugada del 22 de agosto en la que Diana desapareció, los agentes de la Guardia Civil que investigan el caso abren y cierran puertas sembradas de posibilidades infinitas. Empeñados en resolver un caso que ha prendido como pocos entre la opinión pública, comenzaron su tarea remontándose a mediados de agosto, cuando Diana (madre) y sus dos hijas dejaron Madrid para pasar unos días en A Pobra de Caramiñal, la localidad coruñesa en la que veranean desde que, en el año 2000, el todavía matrimonio Quer compró un chalet.

Una semana después, Diana saldría de esta vivienda y pasaría unas horas en el parque Valle-Inclán, un lugar perfecto para beber y charlar con los amigos en plenas fiestas patronales. La cosa fue bien hasta que, pasadas las dos de la madrugada, se despidió de la pandilla y emprendió el regreso a una casa a la que nunca llegaría. Horas más tarde saltó la alarma. Su madre, preocupada, denunciaba su desaparición y todos, familia y amigos, comenzaron a vivir una pesadilla de la que aún no han despertado.

Lo primero que consiguió saberse del destino de Diana fue que había pasado por Taragoña, un pueblo cercano a A Proba, y que había llegado allí en compañía de un joven. Se aseguró que dejó el coche en el que iba y se subió a otro en el que un par de hombres con no demasiada buena pinta la esperaban. Aquellos datos movilizaron a los agentes, que trataron de encontrar el rastro dejado por esos supuestos compañeros de viaje. La investigación se centró entonces en las personas, pero también en el teléfono de la chica. Según el rastro dejado por su iPhone 6, Diana había permanecido al menos una hora en Taragoña. Pero, ¿qué hacía allí? ¿Con quién fue?¿Había acudido libremente? De poco ayudaron los testimonios de sus amigos de A Proba. Todos coincidieron en que Diana parecía normal; que nada hacía pensar que algo la preocupara aquella noche y que nadie puso en duda cuando se despidió que su intención no fuera irse directamente a casa.

Aún así, una de las pocas cosas de la que tanto la Guardia Civil como la Unidad Central Operativa tienen certeza es que Diana estuvo en Taragoña, y que un cuarto de hora después de llegar, dos minutos antes de las tres de la madrugada, alguien tiró su móvil a la ría. Y es que, hasta el día en que un mariscador que faneaba entre el muelle de Taragoña y el puente de la autovía del Barbanza no dio con el terminal dos meses y cuatro días después de la desaparición, la impresión es que la Policía solo había dado palos de ciego.

Ha sido precisamente el teléfono el que ha hecho posible que se reconstruyeran los hechos, al menos en una parte. En el marco de la investigación liderada por nuestros Gil Grissom particulares se cree que por fin han dado con la forma de acelerar la resolución de un caso que tiene en vilo a buena parte del país. Los expertos consideran que el entorno familiar de la joven padres dolosamente divorciados, de clase media alta y con otra hija pequeña, Valeria, especialmente frágil, navegando entre la desesperación por la pérdida de Diana y sus propios problemas ha convertido el caso Quer en el centro de todas las miradas.

Pocos hechos ciertos

Nacho Abad, periodista especializado en sucesos que ha seguido el asunto desde el primer día, sostiene que el hecho de que el tiempo pase sin que se registren grandes avances en la investigación contribuye a alimentar el deseo de noticias. Adscrito al equipo de Espejo Público, el programa matinal de Antena 3, Abad opina que este es un caso especialmente complicado, en el que está resultando muy difícil conseguir datos certeros. «Desde el principio, como el nivel de consumo de información es muy alto, se han sucedido las noticias falsas. Hay pocos hechos ciertos y muchas personas que han asegurado haber visto a chicas parecidas a Diana en su pueblo». El especialista reconoce que también él se ha visto obligado a cambiar de perspectiva en varias ocasiones, y que llegado a este punto lo único que considera fiable para soñar con una pronta resolución son las señales de posicionamiento del móvil y la información que las entrañas de ese aparato puedan alumbrar.

La realidad es que, a día de hoy, lo único fehaciente es que los investigadores lograron la semana pasada recuperar casi el 70% de los datos almacenados dentro del teléfono; que los últimos whatsapp que la Policía analiza ahora cuidadosamente abren nuevas vías de investigación, y que la Guardia Civil ha acotado el radio de búsqueda a cincuenta kilómetros en los alrededores de Taragoña.

De que las cosas no van todo lo bien que sería deseable dan idea las palabras del delegado del Gobierno en Galicia, Santiago Villanueva. Ayer, como cada día, los periodistas le preguntaron sobre la marcha de la investigación y el hombre contestó con un lacónico «evoluciona»; sin duda preferible a un estancada, pero que sigue sabiendo a muy poco. Félix Isaac, el juez que se ha hecho cargo del caso hace solo unos días tras el cambio de destino de su predecesora, acaba de ampliar el secreto del sumario, de manera que las posibilidades de acceder a novedades oficiales que arrojen algo de luz sobre tanto misterio son escasas.

Así, los días discurren mientras la madre se aferra a la idea de que su hija sigue viva y su padre, y muchos de sus amigos, empiezan a temer lo peor. El reloj corre en contra de la esperanza y muy pocos creen que la joven de 19 años haya dejado su hogar, su familia, su cuadrilla y sus sueños de convertirse en modelo por propia voluntad. La mayoría, eso sí, se pregunta cómo es posible que en esta suerte de era del Gran Hermano en la que vivimos, con helicópteros de la DGT surcando los cielos, drones sobrevolando las nubes y cámaras de seguridad casi en cada esquina, aún no haya un solo rastro determinante para esclarecer el paradero de Diana.

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