El país más violento del mundo: "Se mata por un teléfono, una mochila, un ordenador..."
Alberto Arce relata en un libro los dos años en los que fue el único corresponsal extranjero en Tegucigalpa, la capital de Honduras. Tuvo que enviar fuera a su mujer e hija: «No podía ni sacarla con el triciclo»
isabel báñez
Domingo, 8 de febrero 2015, 01:22
Es difícil entender la vida en una sociedad supuestamente civilizada y en paz si sufres un miedo permanente a que te maten. Como en mitad de una guerra. O peor: «En la guerra tradicional uno sabe más o menos de dónde vienen los disparos y puede actuar en consecuencia. En Honduras pueden agarrarte en cualquier momento y situación. Es pura matemática». Lo dice alguien que conoce la realidad de aquel país, el más violento del mundo: Alberto Arce (Gijón, 1976), durante dos años, hasta 2014, el único corresponsal extranjero en Tegucigalpa, la capital. «No conozco a ninguno que se haya quedado en esa ciudad seis meses seguidos». De hecho, al año, tuvo que sacar a su mujer e hija de allí.
¿Por qué alguien desearía ir a trabajar a un país en el que entre 2012 y 2013 murieron asesinadas más personas que en Irak (con una población tres veces menor)? «Por lo mismo que decenas de miles de mi generación: España me expulsó. Emigración económica, primero a Guatemala, después a Honduras, a Nicaragua, siguiendo el trabajo. A la mayoría de los periodistas de mi generación, España nunca nos ha dado una oportunidad. Ha habido malos momentos. Nadie se mudaría con una mujer y una hija de un año a Irak ni a Afganistán. Así que hacerlo a una ciudad con un índice de muertes violentas bastante más alto y sin colchones que podrían amortiguar la caída solo se hace por necesidad».
Su experiencia en Honduras, que ha quedado recogida en 'Novato en nota roja. Corresponsal en Tegucigalpa' (Libros del K.O., 2015), se añade a la vivida antes como 'freelance' en otras zonas del planeta, algunas con guerra declarada: Afganistán, Irak, Palestina, Irán, Libia... Hoy sigue en la agencia AP desde México DF.
«En 'Tegucicráter', como la llamamos algunos cuando no nos oyen los hondureños, la realidad inmediata es acercarte al grupito de personas que rodea al muerto de la esquina de tu casa, a las seis de la tarde». Así son los inicios de este libro, que hace referencia a la 'nota roja', como se conoce allí al periodismo que cubre los homicidios que se suceden uno tras otro.
Hay lugares peores. «San Pedro Sula es una ciudad de 15 muertos al día, 5.400 muertos al año. Hay más muertes violentas que en Bagdad o Kabul. Es imposible no dejarse afectar por la facilidad para hacer el mal que impregna la noche de San Pedro Sula», añade el periodista. Recuerda en el libro una madrugada en la que fueron asesinadas 18 personas. Uno de los sucesos que esa noche engordó las estadísticas locales se produjo durante un tiroteo en un billar. El hijo de una de las fallecidas les llevó hasta allí. «Hay tantas 'balaceras' en la ciudad que sabíamos casi a ciencia cierta que la carnicería seguiría en el mismo lugar una hora después. Es difícil olvidarse del olor de la sangre regada por la tela de una mesa de billar, del tamaño de las heridas de escopeta (...). Es imposible no pasar miedo ante los cadáveres, el silencio, la oscuridad (...) y la sensación de estar totalmente vendido si los asesinos desean regresar». Con ganas de orinar, buscó un sitio en la calle y descubrió que en uno de los plásticos negros con los que se cubría una ventana había un agujero. Se veía la escena del crimen. Llamó al fotógrafo, Esteban Félix, que sacó la imagen premiada en el World Press Photo 2013, la de la portada de este reportaje.
¿Qué es lo que ha pasado para que la vida valga tan poco?
La falta de justicia en un país donde la impunidad alcanza el 90% de los casos. La ciudadanía ha dejado de creer en la ley porque no se aplica de la misma manera para todos. Si no se cumple la ley y no se cree en la justicia solo queda la ley del más fuerte. Muchos hondureños luchan por no caer en el salvajismo. Lo único que salva a Honduras es el combate cotidiano del taxista, de la mujer que vende tortillas por la calle para sacar adelante a sus hijos... El carácter hondureño salva al país de sus gobernantes, de sus pandilleros, de sus policías. Ojalá los buenos ganen la batalla. El crimen es lo más rentable. Los hondureños no son malos por naturaleza, nadie lo es. Pero, ¿si a una persona se le cierran todas las oportunidades vitales honestas, quién soy yo, que sí las he tenido, para juzgarla?
Ciudad muerta
Los taxistas son un colectivo especialmente castigado. En 2012 murieron asesinados 33 en Tegucigalpa, que es como la mitad de Barcelona. En 2013 cayeron 41, y en 2014, 60. «Ellos se cubren las espaldas como pueden. Todos conocen ejemplos de taxistas hartos de pagar la extorsión que decidieron pagarles a sus extorsionadores con la misma moneda. Si alguien nos cobra 50.000 lempiras (2.000 euros) para dejarnos trabajar y nos mata si no las pagamos, podemos buscar a alguien que por 30.000 lo mate y nos solucione el problema, me han explicado en varias ocasiones», cuenta Arce en el libro.
Otra de las historias recuerda a Francisco Moncada, un hombre con una bonita casa en el centro que no se atreve ni a pintarla por miedo a que le pidan dinero. Contó a Arce que al negocio contiguo sí lo estaban extorsionando. «Ésta antes era una zona bonita donde se podía estar y pasear, ahora está llena de ruinas y basura. Tegucigalpa es una ciudad muerta», le dijo Moncada. Pero se asustó al ver el reportaje y acusó a Arce de ponerle en la diana sin haberle pedido permiso. Arce: «Para que el mundo sepa lo que ocurre y yo me gane mi sueldo pongo a gente en riesgo y luego me voy. Pido nombres y apellidos para que no crean que me invento las cosas. Tengo la conciencia tranquila como periodista, seguí las reglas al identificarme (...), libreta en mano, preguntándole detalles y pidiéndole sus datos. No la tengo, por supuesto, como persona. Si le pasase algo, me culparía. Su miedo es el mío».
Ha denunciado corrupción a todos los niveles, también policial, torturas, crímenes de las pandillas, narcotráfico... Ha esperado a publicar su libro fuera de Honduras. Le hubiera supuesto problemas hacerlo allí, ¿no?
Donde una disputa personal se puede resolver pagando a sicarios que matan por 100 dólares, la complicación puede venir de cualquiera y en cualquier momento. Escribir sobre militares, policías, pandilleros y políticos en un país así genera una gran inseguridad. Pero aún peor que eso, que uno asume como parte de su trabajo, es vivir en un sitio donde se mata por un teléfono, una mochila, una computadora. Donde matan tanto que acabas teniendo miedo de salir a la calle. Mucha gente pensará que exagero. Que peor es Gaza. Y claro que es peor, pero allí no te mudas con una niña y no te quedas viviendo, rodeado de rutinas con tu familia un año entero.
Amenazas
Uno de los capítulos comienza con la frase 'Soltero maduro, culero (maricón) seguro', que Arce escuchó de boca de uno de los líderes de la izquierda hondureña. Confiesa que ese dicho le bajó «el pedo ideológico» y «esa nostalgia romántica que trasmitían los partidarios de Zelaia». Porque en Honduras la homofobia es un problema grave. En dos años, fueron 58 los homosexuales y transexuales asesinados por este odio.
No coincidió con otros corresponsales, pero podría esperarse compañerismo por parte de los colegas hondureños. Con honrosas excepciones, no fue así. En una rueda de prensa, Arce empezó a hacer su trabajo, preguntas. «Al terminar, un periodista hondureño me pasó un brazo sobre los hombros y susurró: 'Aquí no hacemos esa clase de preguntas. Si quieres conservar la vida debes mantener un perfil bajo, como amigo te digo que te calles, por tu bien'. Me lo vendió como un consejo, pero era una amenaza, y no la formulaba un policía ni un ministro, sino un periodista. Como colectivo, la corrupción está a la altura del resto del país. Nadie niega su calidad de víctimas, pero hay que hablar del pago sistemático de dinero a los periodistas por parte de sus fuentes».
¿Por qué se fue ?
Llega un momento en que te repites, dejas de ver la historia, estás condicionado. Me fui por miedo en general, por cansancio, por cierta sensación de encierro y aislamiento. Por falta de estímulos, por tristeza, por depresión. Porque no tiene sentido vivir en un sitio donde no podía salir con mi hija y su triciclo a la calle. Me fui porque solo se vive una vez y en esas condiciones no compensa.
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