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¿Qué es un matrimonio? ¿Qué es? Imagina un matrimonio. Esta pieza de texto va de contestar como si fuéramos niñes a lxs que todavía ... nadie les ha explicado qué es. Esta pieza de texto va a intentar jugar con la palabra y con su significado. Para empezar, diré que la palabra matrimonio me suena a demonio.
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Pienso en el tamaño de una cama. Pienso en su etimología ima ginaria: mattress, colchón; monio, demonio. Matrimonio: colchón del demonio. Cama diabólica. Me invento un significado porque pienso que nuestro deber, como colectivo, sería inventar nuevas etimologías para este vocablo que nos une de dos en dos para toda la vida, fieles y antigües, aburrides y católiques in extremis.
Titulé esta sección 'La cama antorcha' y he hablado de la King Size. Ahora vuelvo con el nombre del colchón por delante. Podríamos, de hecho, haber inventado otra palabra para la unión legal de dos personas que se quieren. Podríamos haber exigido el derecho a un listado de peticiones especiales. Hace veinte años conseguimos algo. Ahora podríamos conseguir algo mejor.
Me han pedido que sea creativa muchas veces, para muchos trabajos, en muchas situaciones. ¿Pero nadie se ha planteado ser creativo dentro de un matrimonio? Ni siquiera nosotras mismas nos lo habíamos planteado. Pero, después de doce años de relación, ha llegado el momento de la creatividad.
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De pequeña me gustaba más ir a la tienda de juguetes a jugar al pilla-pilla y al escondite con mi primo que a comprar los juguetes que había en las estanterías. La verdadera diversión estaba en el edificio: un espacio bien estructurado, con sus pasillos repletos de propuestas para niño y para niña que yo obviaba descaradamente, porque la emoción estaba en doblar la esquina a toda velocidad, pillar o ser pillada. Ya le hacíamos un boicot al capitalismo.
Luego, en las salas de chat —que ahora las pienso como una especie de cuartos oscuros— me permitía adquirir otras personalidades, disfrazarme de otra. A veces me hacía pasar por un hombre para ligar con otro hombre. No paré de jugar. Seguía jugando con diecinueve años. Era rol sin que yo supiera lo que era el rol. Ahora, muchas de nosotras pasamos de las esquinas del escondite al pasillo del juzgado, con un ramo de flores y una copia del DNI. Dejamos de jugar. Asumimos que igualdad significaba encajar en la misma caja, bajo la misma sábana blanca, con las mismas normas de fidelidad, silencio y drama doméstico.
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Nadie nos ofreció la opción de un contrato con cláusulas excéntricas: «Nos comprometeremos a reinventarnos cada siete años», «Podrás dormir solo cuando lo necesites», «Los domingos serán para ignorarnos con cariño». En vez de eso, nos dieron el molde heterosexual, nosotras dimos las gracias y lo rellenamos con nuestras ganas de encajar. Pero ¿y si ahora pedimos algo más? ¿Y si inventamos nuevos compromisos más humanos, más mutantes, más lúdicos? ¿Y si escribimos todas juntas una carta a los Reyes Magos? Si el lenguaje crea realidad, entonces hagámoslo de nuevo. Con música. Con margen de error. Con alegría.
Que el colchón no arda de aburrimiento, sino de deseo y posibilidad. Que lo matrimonial vuelva a ser juego, no condena.
He buscado en Google y la tienda de juguetes con la que he titulado el texto cerró el año pasado. Quizá eso signifique que la fantasía está en peligro. Que los pasillos se están volviendo rectos. Que ya nadie se esconde para que lo encuentren. Tal vez haya llegado el momento de abrir una nueva tienda. No de juguetes, sino de reglas nuevas.
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