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Clemen Solana
Domingo, 1 de junio 2025, 00:52
Falta de cariño y «humillá» por la gente. Así recuerda la sevillana su pronta vida. Criada en una familia «pobrísima» que rebuscaba en las fincas, la calle fue su colegio. No pudo ir a éste porque los años de posguerra así lo decidieron. Asimismo, el «receo» que le hacían repetir en las miguillas de la época fue su enseñanza. Allí bien aprendió lo que era el miedo, un continuo en su vida. Desde «chiquitita», supo su gusto por los hombres y afirma cómo las miradas de estos fueron alimento. Candela «tenía hambre» y sus tardes alrededor de las entonces maltrechas calles del barrio Los Pajaritos, un sentido: «vérsela a los tíos».
Candela crecía entre el desconocimiento de su padre y la buena intuición de Amalia, su madre. Fue esta quien recibió el chivatazo: «el niño se maquilla». Así era, en casa de una vecina, García se daba un poquito de «misterio». Y de ahí, directa al Regimiento Soria 9 en busca de soldados. Pero, Candela no sólo «hacía cositas» tras las rejas de las garitas a temprana edad, sino que trabajaba. Con 14 años, ya aportaba a la familia las 150 pesetas semanales que ganaba en un almacén de reciclaje en el Charco de la Pava. «Los sábados cobraba y me iba corriendo a dárselo a mi madre, sólo le pedía algo para ver a Lola Flores en el cine», añade la sevillana. Y es que las películas de la Faraona la hacían llorar. Candela quería ser ella. Y también, «mi hermana». Es decir, artista; es decir, mujer.
La vida comenzó a ser hostil. Con 20 años, detienen a Candela. Estar sentada con una amiga del barrio fue motivo para terminar en la cárcel. Para los 'zeta', «mariconeaban». «Nos decían: 'No lloréis, que venís de vacaciones por 15 días'», añade García, quien aún lamenta el sufrimiento de su madre. Fue Amalia quien buscaba desesperada a su hija y quien hizo lo imposible por sacarla de allí. Y lo consiguió. Pero, a la vuelta, mucho había cambiado. «Mi madre pasó a fiera», rememora Candela. A las amenazas de los 'grises' de ingresarla en un manicomio por «maricón y loco perdío» se sumaba la desconfianza de su madre: «Algo habrás hecho». La verdad es que no. Candela molestaba sólo por ser.
El sueño catalán lleva a Candela hasta Barcelona. En la época de la migración, vender su propia sangre y plasma es la única vía de futuro. 400 pesetas y un refresco es lo que consigue cada 10 días yendo al eufemístico La Academia. Tras lograr cierta estabilidad en el lavado náutico del puerto de la ciudad, a García le llega su hora. De nuevo, la cárcel. Para la sociedad de 1966 es vaga y maleante. Así que seis meses de prisión en La Modelo. Sin cama y en una habitación oscura donde la miraban por un agujero, pasó los primeros 15 días. No olvida el menú: café y garbanzos duros con coles. «Yo pensaba en todo lo malo del mundo, lloraba como una loca y sola», recuerda emocionada García, mientras relata cómo la rapaban cada dos semanas.
Candela Garcia,
a la izquierda,
junto a otras compañeras
del show.
Cartel
publicitario del
espectáculo de
Candela García a
mediados de los
años 80.
Candela Garcia
en una actuación
del valenciano
Pols en la década
de 1980.
Juanita Reina, su
pareja, Federico
Casado y Candela
García en la
Expo de 1992.
Candela Garcia,
a la izquierda,
junto a otras compañeras
del show.
Cartel
publicitario del
espectáculo de
Candela García a
mediados de los
años 80.
Candela Garcia
en una actuación
del valenciano
Pols en la década
de 1980.
Juanita Reina, su
pareja, Federico
Casado y Candela
García en la
Expo de 1992.
Candela Garcia,
a la izquierda,
junto a otras compañeras
del show.
Cartel
publicitario del
espectáculo de
Candela García a
mediados de los
años 80.
Candela Garcia
en una actuación
del valenciano
Pols en la década
de 1980.
Juanita Reina, su
pareja, Federico
Casado y Candela
García en la Expo
de 1992.
Cartel
publicitario del
espectáculo de
Candela García a
mediados de los
años 80.
Candela Garcia,
a la izquierda,
junto a otras compañeras
del show.
Candela Garcia
en una actuación
del valenciano
Pols en la década
de 1980.
Juanita Reina, su
pareja, Federico
Casado y Candela
García en la Expo
de 1992.
La vida no le da tregua a García. A la salida de la cárcel, le llega otra noticia: su padre muere atropellado. Con el beneplácito de su madre, viaja a Sevilla con Argimiro, un novio gallego que encontró en prisión, donde, «a lo lejos», y por miedo a las celdas de castigo, se fraguó su primer amor. Sin embargo, los caminos laborales separan a la pareja. Él, para Alicante y ella, a Francia. Era 1970 y, durante seis años, salas cabareteras como Papillón vislumbran el devenir de Candela: conoce la farándula y a otras mujeres transexuales. Tras terminar su contrato con la empresa Michelin, y de vuelta en España, comienza su transición y, con esta, el acoso de la sociedad. Sólo montar en autobús era un «escándalo vergonzoso». Tuvo que acostumbrarse a oír 'maricona', a que la llamaran 'puta', a que le tiraran piedras al piso y a correr. A correr mucho.
En los crecientes años del espectáculo, Candela se abre paso. Un balé coreano se fija en ella y recorre España. Las noches del show 'Carrusel 77' son, para ella, las mejores. Convertida en artista, la entonces Madame Fifí es la vedete principal. «Me sentía una reina, lloraba de emoción mientras cantaba», recuerda García mientras muestra un álbum de fotos. Y, asentada en Valencia, en el año 90, comienza a ejercer la prostitución. «Me lo pasaba bomba, había tíos riquísimos», asiente García entre risas. Hasta 15 hombres por noche y policías «con traje» reclaman sus servicios. «Me sentía poderosa porque antes me querían matar y ahí me pagaban», afirma García. También los hubo famosos: especial recuerdo para M.V. Y fue allí, en la tierra adoptiva de su querido amigo Rafael Conde 'El Titi', mientras trabajaba en el afamado Pols, donde conoció a su segundo y último amor: «un guapo que me engañó». «Para las transexuales, ser amadas, era difícil porque para los tíos éramos maricones que puteaban», apostilla Candela.
Con genuina ilusión, recuerda su trayectoria. Hasta 2020 actuaba como las divas que tanto amó. No faltaron en sus giras Lola Flores, María Jiménez, Juanita Reina, y Marifé de Triana. «Qué señorío el de Doña Juana Reina», señala Candela, quien atesora fotografía y anécdotas con la artista. Verla actuar por Isabel Pantoja era la alegría de su madre. Era esta quien la esperaba cada madrugada en la parada del autobús para evitar que le pasara algo. «Mi madre me decía: 'Hasta que tú no vienes, yo no duermo'». Como bien reconoce García, eso sólo lo hace una madre. La suya, la señora Amalia, la que con muy poco hacía todos los días de comer, la que la protegía de pequeña cuando escuchaba los fusilamientos del cementerio municipal y a las personas que agonizaban en fosas, la que ocupa sus lloros cada noche.
Candela expone orgullosa sus últimas fotos en la manifestación del Orgullo sevillano del pasado junio. Le emociona ir porque «antes no se podía hacer nada». No quiere que nadie sufra los más de dos años que le impusieron para «demostrar» que era mujer. Y es que hace dos décadas aún la tachaban de «loca» en un recorrido médico de psicólogos que la derivaron a infecciosos «falsamente». «Se creerían que no iba a luchar por mi nombre en el DNI, por eso me pone feliz que la gente lo pueda tener más fácil», remata García.
Candela prepara sus días con ilusión desde su sofá aleopardado. Quiere «salud, vida y libertad» y no le teme a la muerte. Hasta entonces, lanzará el mismo mensaje: «Las personas como yo no hacemos daño a nadie, no entiendo que nos quieran esconder como a ratas». Y es que Candela ya no se esconde. Es más, alza la voz mientras se despide tal diva con la canción que tantas alegrías le regaló: 'Mi vida privada'. De nuevo, la memoria histórica. Ni vaga ni maleante: simplemente, Candela García.
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