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Clemen Solana
Jueves, 5 de junio 2025, 23:46
El cancionero español es maricón. Ni gay, ni marica. Maricón, que suena a bóveda, como diría el coplero Miguel de Molina. María Jiménez lo tenía claro: «¿Quién maquilla a las estrellas? los maricones; ¿quién las peina? los maricones; ¿quién las viste? los maricones». Y no sólo eso. Cuando los claveles quemaban la piel de Rocío Jurado y Marifé de Triana moría en la encrucijada de un nuevo querer, eran ellos, los maricones, los que, desde los márgenes, sostenían esa belleza cargada de tragedia.
En 1917, un hilo musical enmudecía a todo un país. La voz de la popular Raquel Meller emergía para cantar 'El relicario'. Vestida de luto y mantilla, sólo la iluminaba un foco. La historia del torero con más tronío gustó. De esta forma, el entonces renovado tema del maestro Padilla se hizo hueco en una sociedad copada por cafés cantantes que culminaron con la copla. Los silbidos patrios, que más tardes alientos, unieron al pueblo. Tras la fuerte autoría individual del posterior triunvirato Quintero-León-Quiroga y el inicio de la Segunda República y la radio, la canción cañí se populariza no sin antes vivir los estragos de la guerra Civil. Llegan los suspiros… (de España).
'Quiso Dios' que España se llenara de miedo. La copla ayuda entonces a sobrevivir con livianos rayitos de sol desesperanzadores en 1938. Sobre la función terapéutica de la copla en la posguerra, la investigadora Stephanie Sieburth afirma en 'Coplas para sobrevivir' (Cátedra) cómo la canción popular elaboraba un duelo forzosamente clandestino para medio país. De nuevo, el silencio. Mujeres de moral distraída, osease prostitutas; solteronas; amas de casa y maricones activaron un mecanismo sustitutivo de gestión de las pérdidas. Y tal arraigo cosechó la identificación en las capas populares que ni la misma dictadura franquista pudo con él.
La filóloga Carmen Moreno y la investigadora Lidia García coinciden en cómo la copla entronca, tras la posguerra, una asociación metonímica entre lo gitano andaluz y lo español. Es decir que, al discurso centralista del franquismo, le fue útil suspirar y suspirar hasta ver de nuevo a España renacer. Moreno, autora de 'La copla queer' (Almuzara), considera a Miguel de Molina parte fundamental del género. La transgresión del cantante genera, para la escritora, reconocerlo como figura del humanismo y merecedor de las 'primeras' actuaciones drag del mundo. Intencionadamente condenado al ostracismo por «incómodo», Moreno ensalza su valentía. «Se le ha querido olvidar porque no se le pudo matar y se exilió, pero fue maltratado incluso en democracia», afirma la autora.
'Se dice', o eso popularizó Concha Piquer en 1928, que el 'bollerío' coplero es un continuo. Pues ¿quién no se ha dado un pipazo con una amiga?, sentenció en el imaginario popular Lola Flores. Imperio Argentina, respondería sobre sí misma la bonaerense, quien afirmó rechazar por «ruda y vulgar» a Marlene Dietrich. Pero, entre medias, Marifé de Triana cantando a la guapa Maricruz y Estrellita Castro, a la mocita del río fueron las migajas de todas las lesbianas de la época. Para la creadora del pódcast '¡Ay, Campaneras!' Lidia García, el amor sáfico en la copla es un reflejo de la «doble dificultad» de las mujeres del colectivo. A pesar del obstáculo que empobrece su estudio, la autora sostiene que la copla y la historia queer española son géneros «indisociables».
Y es que salvar la vida de buena parte de la sociedad fue algo difícil. Sin embargo, el aparato metafórico pudo hacerlo y burló la censura de la época. Para Carmen Moreno, la inteligencia de la copla riñe con la del régimen y se convierte la grandeza lírica en un barco perfecto para transmitir los sentimientos reprimidos. Prueba de ello es 'Tatuaje', relato de una mujer que no puede olvidar a su amado, y a la vez, historia de hombres que buscan en el otro la libertad que la sociedad les niega. En este caso, la figura del marinero, nómada y homoerótico, establece un puente entre la copla y la reivindicación silenciosa de un amor inmoral para la segunda mitad del siglo XX. Amén para Rafael de León, su autor principal.
La copla agoniza junto al Caudillo. Ya no es el género rey, pero un aire fresco inunda España: Rocío Jurado. Quien consiguiera retorcer el indómito morro de doña Concha Piquer aventaja el nacimiento de la diva folclórica gay. Y las travestis son un hecho. La también escritora Lidia García apostilla que la ruptura de un «régimen represivo» contra lo que se saliera de la cisheteronorma explica un florecimiento del transformismo clásico que llega a la actualidad. Tanto es así que, para García, la copla tiene un valor testimonial y artístico de actual interés. El pasado mes de noviembre, la divulgadora publicó 'Tarantela sevillana: Lola Flores, Carmen Sevilla y Sara Montiel: estrellas españolas en Italia' (Somos B), un recorrido que explora los vínculos entre los mitos populares del cine y la canción española en el panorama cultural italiano de la época.
Un noviembre, pero de hace dos años, nacía Vero Puchero. No es otra que el alter ego de Roberto Aragón. Una artista, travesti y coplera. Aragón, que por entonces se encontraba como Diana Navarro, «sola con mi pena», hizo de ella una necesidad. Este joven esteponero agradece a sus abuelas la pasión por el género. «De pequeño mi nana era 'Torbellino de colores', cómo no voy a salir folklórica», añade Roberto, quien fuera finalista del talent de La 1 de TVE, 'La bien cantá'. En una sociedad «heteropatriarcal», el cantante se orgullece por derribar tabúes en prime time y afirma no tener barreras con su fluidez de género. Fue en él, dónde la mismísima Martirio le espetó: «Eres un 'desahogao', un disfrutón que manda en el escenario». Para Roberto, la copla sigue más viva que nunca y prueba de ello es la interpretación teatral que consiguen cantantes como Pastora Soler y Loli Reina. En ese sentido, Aragón reivindica Torremolinos y ensalza El Molino Azul como «templo» actual del transformismo escénico.
El lugar seguro cuando Roberto Aragón sufría bullying, la banda sonora que salvó vidas para Lidia García, la libertad de la gente anulada para Carmen Moreno. La copla, un refugio de pasiones que a lo largo del siglo XX encontró eco en una España rota. Un retorno melódico, desde los márgenes, que resuena aún con fuerza. Porque como tatareaba Juanita Reina: «Por fuera jardín de rosas, por dentro zarzal de espinas». Larga vida al cancionero maricón.
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