LA MEMORIA SELECTIVA Y TRAMPOSA
EL FOCO ·
Dentro de muchos años, cuando nuestros nietos nos pregunten por la pandemia, unos recordarán un confinamiento de jardinería y lecturas y otros un infierno. Las dos versiones serán verdadAsistimos estas semanas, a cuenta de la intervención de la escritora Ana Iris Simón en La Moncloa, a un revival de un debate que se ... produce cada crisis: si los jóvenes de ahora viven peor que sus padres. Prueba de la fragilidad de nuestra memoria es que sea un revival sin que seamos conscientes: la hemeroteca nos lleva a 1985, primer Informe sobre la Juventud en España. Entonces, 'El País' publicaba un reportaje, 'La dificultad de ser joven en España', en el que se decía «En el aspecto social los jóvenes españoles se reparten entre el paro y la inactividad. Sobre esta última se abre un paréntesis en el que se incluye ocio, delincuencia, fragmentación de tendencias, pasotismo y droga. En la psicología juvenil, las autoridades detectan desesperanza, miedo atómico y frustración académica y laboral». Ha habido cambios: los padres de adolescentes de ahora no tenemos miedo a la heroína y el pavor a que se acabe el mundo según las profecías de Greta Thurnberg no parece ser tan evidente como cuando imaginábamos un ataque nuclear. En aquella presentación del 85 se explicaba que el paro juvenil era más del 50%. Quién diría que ya habíamos pasado por esto.
¿Quiere esto decir que el discurso de Ana Iris Simón no sea verdad? ¿Significa que no exista una generación que se haya dado cuenta de que el progreso no es tener música gratis en spotify, vuelos baratos, viviendo con sus padres? ¿Todos los jóvenes que viven en casa de sus padres lo hacen obligados por sus circunstancias económicas? Conviene recordar una película de 1994 del añorado Alfredo Landa, 'Por fin solos', en la que unos padres hacen de todo para convencer a sus hijos de que se independicen.
Que la memoria es algo traicionero, que escogemos de manera inconsciente datos y desechamos otros, que distorsionamos, se sabe bien en los procesos judiciales que, cada vez más, echan mano de cámaras y del ADN para las pruebas. Cuando se trata de la memoria de tiempos pasados, sin embargo, no tenemos herramientas similares, salvo los datos económicos y las encuestas históricas del Instituto Nacional de Estadística.
Cuidado con las memorias. Todas son traicioneras
Ahora hay más alumnos universitarios que nunca y puede que ahí radique parte de la frustración patente en los medios o en el discurso de Ana Iris Simón. Son los universitarios los que tienen cierto derecho a sentirse estafados porque hay familias que se creyeron que un título era el pasaporte a un mejor futuro. Y depende. Que nos los digan a los periodistas, capacitados para comparar los sueldos de aquellos mayores de los años 80 con los que se cobran ahora. Pero también a los ingenieros, a los arquitectos, a los abogados. Jóvenes y no tanto que, en reuniones familiares, se dan cuenta de que los primos que optaron quizás por un buen ciclo de Formación Profesional tienen más estabilidad que ellos. Como cuando Ana Iris Simón cuenta que, después de vivir en un piso compartido en Malasaña, volvía al pueblo y se percataba de que algunos compañeros de instituto con trabajos cero glamurosos tenían estabilidad para empezar a formar una familia antes de los 30. Son esos cajeros de Mercadona, por ejemplo, con sueldo fijo y contrato indefinido los que no escriben en prensa ni dan conferencias.
Mientras, este discurso publicado de cierta memoria histórica que nos dice lo bien que vivían nuestros padres y abuelos no parece incoherente con la demonización absoluta del franquismo. Me parece un follón tremendo, mantener de manera paralela los dos discursos: la dictadura atroz, hitleriana, y la España de los 60, de Torremolinos, el 600, el trabajo para toda la vida y el piso de barriada en la periferia de nueva construcción. Por eso, una vez más, vivan los grises, en el sentido de matices, no de esa policía que perseguía a caballo y con porras a España entera, a juzgar por los millones que mantienen que corrían delante de ellos.
Hace unos días, en la preciosa exposición temporal del Thyssen 'Pintar la luz', en la sala dedicada a las vanguardias de la segunda mitad del siglo XX, se decía que habían surgido paradójicamente en un ambiente de autarquía y dictatorial. Todo va conformando una memoria colectiva en la que parece imposible que, durante aquellos años, se fuera moderno en este país y, sin embargo, pocos sitios lo fueron tanto como los inicios de la Costa del Sol. Obviamente, no era lo mismo la España de Marbella que la de un pueblo manchego. Esas cosas se pierden también sin los grises.
Recuerdo una cena con Maya Picasso, en El Palo, urdida por el gran Eugenio Chicano, en el que nos contó cómo vivió una época en Madrid en los 50. Le dije entonces que le habría parecido un horror, semejante cambio de ambiente, de París a la capital de un país sumido en una dictadura. Para mi pasmo, me dijo que se lo había pasado fenomenal y que recordaba con cariño las noches de juerga bailando en el Pasapoga. Lo mismo me pasó con el añorado Pepe Carleton, el decorador que junto a Jaime Parladé y la excéntrica Ana de Pombo puso parte de los mejores mimbres de la Marbella dorada sin grifos de oro de los árabes. Pepe se había criado en el Tánger más internacional, el de los Bowles, las fiestas con Capote y, de allí, se fue a Madrid. Le hice la misma pregunta que a Maya y obtuve una respuesta similar.
Dentro de muchos años, cuando nuestros nietos nos pregunten por la pandemia,unos recordarán un confinamiento de jardinería y lecturas y otros un infierno. Las dos versiones serán verdad.
¿Tienen los jóvenes motivos para quejarse, como Ana Iris? Sí. Depende de qué. Para problemas concretos, como el chasco con los títulos universitarios, una política laboral que les castiga, lo difícil que es conciliar y tener hijos, además de acceder a viviendas, pongamos remedios desde la política. En el franquismo, por ejemplo, se construyeron cuatro millones de viviendas en catorce años. Aunque seguro que también era para blanquear la dictadura y eso no es Memoria Histórica. Cuidado con las memorias. Todas son traicioneras.
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