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La guerra ciber

Por ahora ·

En juego están los intereses internacionales geopolíticos de siempre, la ausencia de escrúpulos y la ocultación de sus verdaderos autores y la negación de protección, patrocinios o encargos

JOAQUÍN L. RAMÍREZ

Domingo, 26 de noviembre 2017, 09:53

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El ciberespacio es virtual, pero es cierto y existe, es un espacio real. Tras la II Guerra Mundial se instauró un nuevo concepto de guerra, la guerra fría. Por primera vez un conflicto internacional se libraba sin armas de fuego generalizadas y sin víctimas inmediatas, directas o claramente causadas, a veces y, en cualquier caso, sin un campo de batalla físico, sin bayonetas ni tanques localizados frente a sus similares. Las guerras frías instalaron sus claves y hechos en la historia y, aparte de la de los bloques soviético y occidental, ha habido muchas otras.

El mundo evoluciona y con él muchos de los conceptos tradicionales cambian de sustancia, aunque no de actitud ni objetivos. De ahí que la piratería esté hoy presente también en el ciberespacio con el mismo desahogo de aquellos delincuentes que fueron el terror de los mares. Pero no sólo la piratería, sino también el resto de delincuentes ha encontrado en el ciberespacio un campo adecuado para sus prácticas, una oportunidad más para desarrollar sus planes y hechos delictivos y criminales. Estamos ante una nueva fórmula de guerra fría, que abarca más y que es, si cabe, aún más peligrosa.

Larvadamente estas situaciones vienen ocurriendo desde el principio del uso parcial o generalizado del espacio virtual. Pero con las últimas elecciones presidenciales de USA las sospechas y las acusaciones sobre intromisiones y ataques han pasado a ser de dominio público. Hoy, mediante la acción de hackers, pueden intervenirse también los procesos democráticos hasta llegar a influir en su desarrollo y hasta su resultado de mil maneras. En juego están los intereses internacionales geopolíticos de siempre, en juego también la ausencia de escrúpulos y la ocultación de sus verdaderos autores y la negación de protección, patrocinios o encargos.

En nuestro país, aparte de determinadas campañas de ciberataques de gran calado dirigidos por equipos o especialistas de gran nivel técnico sufridos en muchos momentos puntuales y ordinariamente constantes, el desarrollo del 1 de octubre del referéndum ilegal de Cataluña ha sido paradigmático, por lo menos desde el punto de vista divulgativo.

Como quiera que es imposible probar de manera fehaciente las autorías -siempre lo es en los ciberataques-, las pesquisas y las conjeturas son el único elemento de trabajo posible. Hoy se puede colegir, según los expertos más autorizados, que el 1 de octubre más del 50% de los ciberhechos tuvieron origen en Rusia y aproximadamente el 30% en Venezuela. De la participación, bendiciones o anuencia de las autoridades de esos países sólo caben suposiciones. Un mix de ciberagresiones y guerra informativa, la aparición machacona de noticias falsas dotadas de verosimilitud que inundaron las redes y fueron trasladas con notable inteligencia y despliegue de medios.

Hemos de pensar que la existencia de este fenómeno no es una broma, sus efectos no son baladíes y la gravedad de sus consecuencias es incalculable, más aún en cuanto a sus potencialidades y a futuro. El reto de enfrentarse a estos ataques, a la ciberguerra hoy generalizada en el campo político y en el comercial, requiere de acciones de defensa especializadas y de altísimo nivel en un mundo cambiante en el que agresores y agredidos van a competir -compiten- con nuevos avances constantes de fórmulas y sistemas.

En España, la ciberseguridad está dotada de recursos y personal cualificados y su actuación es igualmente de gran influencia y notabilísimo acierto. A pesar de tantos años trabajando en este campo, aún su conocimiento es tomado como exótico por la más media y lo cierto es que, a efectos prácticos, esto no ha hecho más que empezar. La invulnerabilidad absoluta no existe y acercarse a ella pasa por la preparación, la investigación, el estudio y la dotación creciente de medios y personal, tanto en lo público como en lo privado. Mientras progresan los conocimientos y los instrumentos de defensa, igualmente lo hacen los correspondientes a los ataques interesados. La persecución de los ciberdelincuentes también habrá de dotarse de garantías legales y capacidad. Hoy enfrentarse a los autores de estas conductas pasa más por la evitación de los graves efectos de su agresión que por la posibilidad real de detenerlos y conseguir que paguen por sus delitos.

Nos esperan muchos procesos que intentar blindar y muchos ataques que repeler en un ciberespacio en cuyas manos el mundo se ha puesto por entero. La humanidad siempre paga caro su progreso, las nuevas oportunidades traen nuevos inconvenientes. Todos los días cambia el entorno de la ciberseguridad. Ahí vamos.

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