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La envidia es la servidumbre del necio. El atajo del resentido. Una declaración de inferioridad. La sonrisa que precede a la traición. El odio que ... no puede disimularse. El silencio de Gabriel Rufián tras las elecciones catalanas.
Los resultados de los comicios del pasado domingo han hecho que ERC salte en pedazos. Era la crónica de una bronca anunciada. La formación secesionista catalana comprobó en su noche oscura que los votantes les habían retirado su confianza. No se fían ya de ellos para ser los albaceas de la herencia del procés. Su política de sometimiento a las estrategias de Ferraz y su versión charnega del independentismo han sido sus peores enemigos. En un abrir y cerrar de ojos, han pasado de sus actuales treinta y tres diputados, y el espejismo de ejercer la presidencia de la Generalidad, a quedarse sólo con veinte. Aragonés ya ha puesto pies en polvorosa. Ha sido un mal presidente y un pésimo estratega. Su dependencia de Oriol Junqueras y Marta Rovira lo ha convertido en un fallido peón en el tablero político catalán. Estos dos elefantes secesionistas quieren arreglar la cacharrería en la que han convertido su partido sin caer en la cuenta que ya no caben ninguno de los dos. Pero la pregunta que se hace toda España en estos momentos es la siguiente: ¿dónde está el locuaz Gabriel Rufián? ¿Quién le ha comido la lengua? Lo último que se sabe de él es que abandonó la sede de ERC cabizbajo tras la reunión de la comisión permanente. Se fue solo, acompañado de un técnico de prensa del partido, justo a la hora que Pere Aragonés comparecía en la sala de prensa para anunciar su dimisión. Minutos antes, en esa reunión se había quedado solo defendiendo que había que entregarse a Illa para sobrevivir y mantener los centenares de puestos públicos que necesitan. Gabriel Rufián durante todos estos años se ha convertido en el 'Arévalo' catalanista del Congreso de los Diputados. Sus chistes lo han acercado mucho al populismo esperpéntico. El mejor de todos es el que contó en diciembre de 2015 en el que se comprometía a dejar su escaño en dieciocho meses. Lo recordamos también como defensor de Irene Montero, en su papel de Sancho Panza al lado del hidalgo Pablo Iglesias, o recordándole a Pedro Sánchez que debería sudar su apoyo en su investidura. Su incontinencia verbal se ha tornado en silencio atronador. Está a la espera de que el PSOE le entregue sus últimas trece monedas por ejercer de muñidor del tripartito para así recobrar el habla.
No olvidemos las sabias palabras de Robert Louis Stevenson: las mentiras más crueles son dichas en silencio.
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