Francisco, la alta misión
Imposible sustraerse al ambiente de tristeza, ceremonia de despedida, la grandeza, la pequeñez, la política y la realidad. Se fue el Papa, todos nos vamos ... y, aunque estamos seguros de ello, seguimos como si la muerte sólo afectara a los otros. La sonrisa ufana, el cálculo de conveniencia y esa falsa seguridad de los que se consideran importantes -y aún viven- contrastan con los hechos luctuosos del homenaje y exequias del que se ha ido. Del Papa se ha escrito y dicho mucho, y más que se hará, ser un hombre santo como obligación de tan alta dignidad y, aunque no todos los hechos y actuaciones del Titular, ahora extinto, hayan gozado del general acuerdo, bien que ha sido un ejemplo de humildad y vida. La dimensión de Francisco cobra mucha más nitidez, perspectiva y respeto a la hora de su encuentro con la muerte. Su obra recoge un inmenso reconocimiento, no sólo en sí misma, sino en atención de la trascendencia de la misma, de su impulso y su ejemplo. Era un hombre, pero con una misión divina y humana, un papel que supera lo posible, una exigencia mayor que la de ningún otro y al frente de la institución humana más longeva de la historia. Es imposible recibir la integral aprobación de todo y todos, sin embargo, el mundo -cristiano y no cristiano- se inclina ante su paso por este mundo y su ejercicio de tan grande e inalcanzable responsabilidad.
Los hechos son insistentes e irrechazables, uno de los más importantes e influyentes jefes de estado del mundo con un territorio físico diminuto enclavado en el corazón de la capital -Roma- de otro estado, Italia. No hay parangón. El Papa de los católicos -ese al que tanto le hemos exigido- es también primordial punto de referencia del resto de cristianos y de las demás confesiones. Por un momento, el mundo se detiene y así parece reconocerlo, después cada cual seguirá con sus cuitas, lealtades y traiciones -así parecidas o ciertas- como si así no fuera. No lo duden la humanidad seguirá por donde suele, deslumbrados y circunspectos sólo seremos un instante, o puede que ni él, no hay casi tiempo, pues ser humano requiere menor altura y mucha más efímera materialidad. Cada uno lo sabe por sí mismo, o sí; superarnos por encima de nuestras fuerzas, alzarnos más arriba de esta estatura contante es algo que no se pide nunca a nadie, al Papa sí. Por eso, Padre Santo, Su Santidad, gracias y descanse en paz. Gracias por haber ejercido con humildad y grandeza la inmensa tarea y dignidad de ser intérprete e intermediario con la Eternidad. La historia y quien lo sepa contarán todo lo demás.
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