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CONFIESO que hubo un tiempo en el que sentía cierto complejo por no haber vivido la edad de las becas Erasmus y los másteres. Es lo que mola en los currículum. Muy atrás dejé mi orgullo y el de mis padres, a los que tanto supuso que sacara una licenciatura universitaria, la primera de la familia. De pronto lo de ser licenciada no parecía suficiente. Incluso aunque fuera licenciada en Ciencias de la Información, ese título tan rimbombante que nos daban en la Complutense de Madrid. Aunque llevaras trienios de experiencia y escrito tomos de crónicas, si se sumaran las impresas a lo largo de una vida de periodista, nada es comparado y valorado con un TFM de cien folios. Este complejo se hizo evidente con la aparición de las redes sociales y esas páginas web en las que se te intenta clasificar de todas las maneras posibles. Ahí predominan largos listados de cursos, másteres, diplomaturas o certificados B1, B2 en inglés... Un currículum así significa sobre todo que eres joven, de después de Bolonia, al menos. Quizás por eso...
En fin. Toda esa tontería que tenía ha saltado por los aires con el 'mastergate' de Cristina Cifuentes y el no sabemos qué pasará con el de Pablo Casado. Me he liberado, lo admito. Sonrío con la risita del patán de Scooby Doo especulando cuántas personalidades públicas no estarán ahora entrando en las web para desmaquillar sus biografías curriculares o simplemente borrarlas. No vaya a ser que las investiguen y descubran que son tan falsas como el título al que se aferra la presidenta de Madrid. ¿Estudios? La escuela de la vida, que da para muchas carreras, como diría Belén Esteban.
Nunca entenderé esa vanidad, ese afán por aparentar. Admiro a quienes acumulan conocimientos de todas las maneras posibles, sean los de la experiencia o los académicos. Los admiro sobre todo cuando quienes consiguen cuotas de reconocimiento por sus estudios e investigaciones han partido desde abajo, porque tiene mucho más mérito, digan lo que digan. Pero deploro a quienes aparentan lo que no han trabajado ni conseguido por sus propios méritos. Y eso, entiendo, es lo que está pasando a esos jóvenes universitarios que protestan contra el presunto fraude del máster de Cifuentes.
La pena de todo este escándalo es descubrir que el éxito en estos tiempos poco tiene que ver con la excelencia académica. Mucha de esta hace falta en la clase política, pero salvo casos excepcionales brilla por su ausencia. Por eso se adornan los perfiles. Una clase política reflejo de una sociedad en la que se triunfa más fácilmente por cómo sabes administrar mentiras y poses para ejercer influencia. Ahí están las 'it girls' o los 'it men', y las 'fake news'. Y ahora los 'fake' máster. Lo falso, en castellano.
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