David Hemingway Gistau

La literatura es la soledad secuestrada. La belleza que exige un rescate. Una promesa de libertad escrita. Una tarea que nunca encuentra su tiempo. En estos días líquidos, recordamos que el periodismo encontró un atajo en la columna que no es otra cosa que el sexo sin amor de la literatura. Los periódicos son edificios que se sostienen en sus columnas de opinión y que contienen la promesa de la literatura que ha de venir.

En los inicios de los años dos mil descubrí a David Gistau en la última página de 'La Razón' de un artrósico Ansón. Sus columnas tangenciales nos presentaban a un autor en el que la actualidad tenía la tentación de convertirse en literatura. Como los buenos toreros, sabía que tenía la moneda para cambiarla, y no cejó en su empeño de escribir en el centro del ruedo sin más defensa que la seguridad de conocer su oficio. Umbral lo llamó a su reino, y en 'El Mundo' encontró su dacha durante años. Allí descubrió que las columnas con demasiado peso literario son una penitencia excesiva para el nuevo periodismo que descubrió en Ernest Hemingway o Norman Mailer, pero sobre todo en nuestro Chaves Nogales. Y en esa transformación es cuando nos encontramos con el mejor Gistau. En España la mayoría de los columnistas de renombre gozan de su posición porque un político los situó en una cabecera de periódico, en una tertulia radiofónica y en un programa de televisión. Sus opiniones están hipotecadas. Gistau no se sometió a los dictados de la vicepresidenta de turno. Con su muerte prematura, nos despedimos de un periodista poliédrico que por desgracia no pudo encontrar la soledad necesaria para regalarnos su gran novela. Descanse en paz, maestro.