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Se nos ha muerto la cantante irlandesa Sidney O'Connor (56), que se hizo famosa a mediados de la década de los años noventa con ... una balada trágica, escrita por Prince, sobre el amor maternal perdido, que simulaba, sin embargo, la queja por el abandono de su chico. La canción se titulaba 'Nothing compare 2 U' ('Nada es comparable a ti') y se mantuvo semanas en los primeros puestos de las listas de éxito. La O'Connor era de una belleza sorprendente, gatuna, cabeza rapada, ojos grandes de cómic japonés. Sus dotes vocales, la fuerza y capacidad para sostener los agudos, las inflexiones de un vibrato excepcional, la catapultaron de inmediato a una popularidad que quizá no supo ingerir del todo. En realidad, esta muerte esconde detrás la historia de una niña con problemas, padres separados, colegios distintos, soledades y otros poemas de tristeza dublinesa, esas epifanías negras de 'Los muertos' de James Joyce, que consideraba a la capital de Irlanda como el centro mundial de la parálisis, y por eso huyó, como Yeats o como Wilde, de aquel boquete de callejuelas oscuras y al fondo un mar furioso golpeando los acantilados: hay orden de llorar sobre el bramido estéril de los acantilados, dixit Gimferrer. En este caso, la O'Connor manifestaba algo parecido al malestar joyceano. Sus cambios de carácter, de estilo, de voz, de actitudes, su antipatía esencial, o su raquítica lejanía, en ocasiones la hacían insoportable. Pobre Sidney -pobre en el sentido de cambiar tanto para nada-; al final la desaparición de uno de sus hijos la ha llevado a la muerte, aún no se sabe si inducida o no. En los últimos años había intentando irse, había reclamado irse, había gritado para que la liberaran de seguir viviendo, y ahora, por fin, lo ha logrado. No tengo nada que decir ante decisiones tomadas en la antesala del infierno. Las drogas, la religión, el cúmulo de insensateces en sus contradictorias declaraciones: soy católica y odio al Papa -del que rompió una foto en un programa de televisión de máxima audiencia norteamericana-, soy lesbiana, pero me gustan los chicos barbudos, me hago musulmana pero no soporto a Mahoma, y así sucesivamente, nos dejaban perplejos, porque Sydney había rozado el cielo con la punta de sus finos dedos, pero todo se le había ido de las manos, mientras que un abismo absurdo conducían sus actos desesperados. Ahora la estoy viendo cantar una versión de 'Life on mars' de Bowie, y pienso en los trenes que descarrilan y en los juguetes rotos, pienso en la fragilidad del ser humano.
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