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El botafumeiro

FELIPE BENÍTEZ REYES

Sábado, 13 de enero 2018, 09:52

La noticia es falsa, como muchas de las que circulan por ahí, pero démosla, como experimento, por verdadera: el pasado 6 de enero, dos monaguillos de la catedral de Santiago de Compostela tuvieron una ocurrencia diabólica, que es tal vez el tipo de ocurrencia que menos conviene a un monaguillo. La ocurrencia no fue otra que la de llenar el botafumeiro de marihuana, como si, en vez de una misa para celebrar la Epifanía del Señor, aquello fuese una fiesta 'hippy' para celebrar la llegada de la primavera. Según la confesión de los acólitos, el propósito de la broma no era otro que el de hechizar a los feligreses con la fumarola de la risa, cuando de sobra es sabido que la gente suele acudir a los templos con un ánimo menos festivo que penitencial, y desde luego no entra en las expectativas de nadie el ir a misa para salir de allí no con el espíritu reconfortado, sino con un bolillón como los que pillaba el difunto Bob Marley.

Los monaguillos pasaron la noche en el cuartelillo, puesto que la justicia humana suele ser menos benévola que la divina, pregonera del perdón, al menos a partir del Antiguo Testamento, una vez descartado el recurso a las plagas de Egipto y a ese tipo de actuaciones efectistas. Por suerte para los detenidos, ya gozan de libertad sin cargos, aunque han sido destituidos como monaguillos catedralicios, lo que no quiere decir que vayan a iniciar una carrera como traficantes de maría en el ámbito eclesiástico, dado lo traumático de su experiencia piloto. Será incierto el futuro de los dos monaguillos santiagueros, y a obispos está claro que ya no llegan, pero cabe suponer que el Apóstol velará por ellos.

Bien, según avisé, todo esto es mentira, pero, forzando un poco los paralelismos, podríamos suponer que España en pleno está bajo los efectos de un botafumeiro narcótico, pues de otro modo no se explica el ambiente de alucinación que se percibe no sólo en las actuaciones del gremio político, sino también en la vida ordinaria de la gente, que tampoco vamos mal en cuanto a colocones ideológicos y morales. Te levantas, pones la radio y la realidad te vuelca en el entendimiento su cornucopia de irrealidades difíciles de entender, y te dices: «El botafumeiro». Porque sólo el humo mágico de un botafumeiro profanado puede explicar lo inexplicable, y te preguntas, un poco a la manera de los filósofos presocráticos, «¿hasta qué punto puede soportar la realidad esta mecánica de irrealidad?», y te respondes: «Hasta que deje de balancearse el botafumeiro».

Porque la clave está ahí, en el botafumeiro con marihuana que recorre el país de norte a sur y de este a oeste, provocándonos una risa floja, porque vamos puestos hasta las cejas. Como monaguillos traviesos. Como noticias falsas de nosotros mismos.

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