SATURNO Y SUS CONSECUENCIAS
JOSÉ MANUEL SANJUÁN
Viernes, 13 de enero 2017, 09:23
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JOSÉ MANUEL SANJUÁN
Viernes, 13 de enero 2017, 09:23
Salvo casos muy concretos, o casos perdidos, los artistas actuales (veteranos o emergentes) no suelen ejercer como tales en su presentación pública, es decir, evitan llamar la atención más de lo necesario, bien con su vestimenta, bien con su comportamiento, porque la protagonista es la obra y la que debe suscitar los comentarios. No obstante, recuerdo una de esas excepciones. Ocurrió el pasado verano, en una galería situada a las afueras de Marbella y cuyo nombre no viene al caso, durante la inauguración de una exposición colectiva de pintura y escultura. Nada más entrar por la puerta, el personaje acaparó todas las miradas: alto y desgarbado, rondaba la cuarentena aunque su rostro evidenciaba excesos varios; vestía chaqué gris marengo con levita a juego, si bien ajados sin piedad; un chaleco del que habían desertado varios botones y corbata de nudo inexplicable; pantalón tobillero y botines marrones, sucios y desanudados. Completaba su atuendo con una elegante chistera, vistosas condecoraciones ganadas en Dios sabe qué batallas y la compañía de un perro, dócil y paciente mientras su amo saludaba a invitados y colegas.
Sin duda alguna, nuestro estrafalario pintor (mantengamos su nombre en el anonimato) explotaba sin recato la imagen del artista como alguien especial, distinto a los demás seres humanos; tópico tan difundido por la literatura artística como asumido, aún hoy, por parte de la ciudadanía. Una leyenda, en definitiva, basada en textos y documentos de la Grecia clásica donde autores como Platón, Aristóteles o Demócrito atribuían a la melancolía o bilis negra un doble efecto: negativo, como fuente de carácter sombrío y meditabundo; positivo, como germen de la creatividad. Pero sería a partir del siglo XV, en la Florencia renacentista, cuando el sacerdote y filósofo Marsilio Ficino añadiría a esta doctrina el concepto de 'inspiración', momento sublime en que el artista manifiesta su genio creador gracias a la acción divina, pero también a la influencia de Saturno, planeta que «conduce a la mente a la contemplación de asuntos más altos», esto es, menos terrenales, y propicia actitudes ensimismadas y meditativas que, ya en aquel tiempo, derivarían en conductas raras, peculiares o excéntricas, como las que salpican, por ejemplo, las biografías de Leonardo da Vinci o Miguel Ángel.
Se comprende que nuestro anónimo pintor solo aproveche esa «inspiración» como llamativo reclamo publicitario, porque, a día de hoy, ni Saturno ni la divinidad le han favorecido con la gracia artística. Quizá en el mundo de la moda.
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