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VOLTAJE

Adicción al caballo

En Málaga no se ha profundizado en el debate sobre los coches de caballos

Txema Martín

Martes, 9 de agosto 2016, 09:40

Una vez, cambiando de canal tropecé con ese esperpento catódico llamado Canal Sur y descubrí un documental sobre la doma del caballo que me resultó estremecedor, con mayor capacidad para hundirte que cualquier telefilme lacrimógeno a esas horas de mediodía. Lo vi el año pasado, y poco después saltó en Málaga una polémica que envolvió a la situación cadavérica en la que estaban asentados los pobres caballos alrededor de la Plaza de la Marina; bajo un calor que parte las piedras y sin agua, llenos de moscas o rodeados por un olor inconfundible, siempre envueltos en un tráfico atronador para una audición tan sensible como la de estos animales. Con la mirada clavada en el suelo, no hace falta ser un experto en psicología animal para darse cuenta de que esos animales no lo están pasando bien. Ese suave punto de distinción y de snobismo que aportaban los viajes en calesa aparecen ahora deformados por la contundencia de las circunstancias. Creo que fue Ghandi el primero en decir que la grandeza de un pueblo se juzga por cómo trata a sus animales.

Cada año hay algún animal que muere insolado o por agotamiento. Las quejas de los ciudadanos son frecuentes. Hace un par de semanas, este periódico recibió en la sección 'Cosas de la ciudad' una carta de una testigo de un maltrato: «No pude contener mis lagrimas al ver cómo un señor en plena calle empezaba a insultar y a golpear a patadas a su propio caballo». Serán excepciones, pero habría que ser mucho más intransigente. En general, los conductores son los primeros que se preocupan por la salud de los animales y siempre han exigido mejoras al Ayuntamiento. Últimamente han vuelto a exigir cambios en sus recorridos y variaciones en las paradas con protestas en las puertas del consistorio. Ellos mismos explican además que se trata de un trabajo poco rentable, esclavizante y lleno de fatigas, también para el ser humano. Durante un tiempo se les computaron las licencias de carruajes por las de taxis. Son, por cierto, autorizaciones hereditarias, una cosa tan antigua como todo lo que rodea a esta forma de transporte porque, desde que se popularizó el automóvil, desplazarse en calesa ya empezó a ser un acto de melancolía.

No hay que ponerse demasiado estupendos: la historia de la humanidad ha estado marcada por el uso de los animales para su beneficio. Pero, tal y como vemos en otras ciudades, se trata de un oficio que se encuentra en vías de extinción. En Málaga sin embargo no se ha profundizado en este debate. Hemos prohibido los ponys, luego los circos con animales; mantener los coches de caballos en la capital no casa en absoluto con ese espíritu. Quizá el único momento en el que parecería aceptable continuar con esta tradición es durante la Feria y de hecho en el Real se va a potenciar todo esto así que, por favor, extrememos los cuidados. A veces del romanticismo a la crueldad hay sólo una zancada.

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