LAS TERRACITAS
SORA SANS
Jueves, 16 de junio 2016, 10:14
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SORA SANS
Jueves, 16 de junio 2016, 10:14
Tener una terracita es tener un tesoro. No, no me refiero a las terrazas de los bares, que están muy bien para escapar de vez en cuando, sino a las terracitas de los pisos, de las casas, a los balcones grandes y diminutos de esta ciudad. A esos espacios deshabitados en los que rara vez se convierten en escenario de una cena, un desayuno, un simple ratito al aire. Mirar el cielo desde la terraza, respirar desde la terraza, contar los transeúntes que pasan, las olas que vuelven, los trapos tendidos en el balcón de enfrente. Es cierto, no todas las terrazas son iguales. Recuerdo las terrazas del Palo, esas sí que tenían vida, a pesar de no ser las más glamourosas. Las terazzas de Teatinos que daban a la piscina de los residenciales, siempre vacías, aunque las vistas fuesen mejor que en otras partes. Las terrazas del centro, diminutas y cerradas a cal y canto, quizás para evitar el ruido, ese ruido de las otras terrazas, las de los bares. Y las terrazas de Ronda, de Alhaurín, de Coín, de Nerja, las hermosas terrazas de los pueblos siempre llenas de geranios y jazmines, de rosas o yerbabuena, de margaritas, potos, cintas y helechos. Las terrazas de verdad, las de la abuela y la tía, las de toda la vida. Tener una terraza, ¿quién desea tener una terraza? No, normalmente deseamos tener muchas otras cosas: coches y televisores, bolsos y zapatos, anillos y relojes, tierras, muchas tierras y piscinas y jacuzzis, y dinero, deseamos tener dinero bastantes veces, algunos para llegar a final de mes y otros para sumar y sumar, sin más. Pero, ¿quién desea una terracita, pequeña, llena de flores, donde quepan dos sillas y una mesa, donde se pueda estar tranquilo y mirar sin más un trocito de cielo? Quien desea una terraza, quien tiene una y la aprovecha, quien busca tiempo para disfrutarla. Es quien sabe que la felicidad cabe en muy pocos metros cuadrados, de hecho, cabe entre la aguja grande y la aguja pequeña de un reloj. El resto son bolsos, y zapatos, y anillos y coches y televisores y. aunque parezcan tesoros, son pobres objetos en comparación con el tiempo que pasamos en la terracita.
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