EL ÚLTIMO MOHICANO

A día de hoy, en el boceto de equipo que está construyendo el Unicaja, un solo jugador formará parte de la próxima plantilla de aquellos que arrancaron en 2013 el proyecto de Joan Plaza. Carlos Suárez será, previsiblemente, el último mohicano de Los Guindos, sede de la fábrica de los sueños baloncestísticos. El dato es demoledor para un club como el malagueño que no termina de coger velocidad de crucero en su singladura hacia el destino deseado, que no es otro que asentarse entre los cuatro mejores en las competiciones nacionales (parecía que el técnico catalán podía conseguirlo tras ver sus dos primeros años, pero en el tercero el motor verde ha gripado tras la ausencia de la Copa del Rey y la prematura eliminación en el 'play-off'). Se sabe que el deporte está reñido con las matemáticas, afortunadamente, pero lo que es inviable, sobre todo a la hora de ilusionar a la afición, es que el logaritmo de los fichajes nunca sea la base de la fórmula exacta del éxito. Nadie pondrá en duda que tres años es poco tiempo para quemar las naves, dicho metafóricamente de lo poco que le duran a Plaza los experimentos.

Más allá de idas y venidas, no es de recibo estar construyendo el equipo cada año. Los grandes conjuntos solo hacen retoques a las plantillas que funcionan, y aunque este año el Unicaja no ha satisfecho sus obligaciones respecto al año anterior hasta siete jugadores nuevos disputaron el 'play-off' vestidos de verde (y eso que no lo jugaron Nelson, Hendrix o Hayes). Eso es una barbaridad cuando la afición quedó tan encantada con el rendimiento del equipo la primavera pasada.

A vuelapluma, no se entiende, o sí si se ahonda en la cuestión, que Markovic y Fran Vázquez continúen sus carreras en otros sitios. Los equipos se empiezan a construir con un gran base y un buen pívot: aquí los tenemos y los vamos a dejar ir. Incomprensible.