SIETE PUNTO CERO
NIELSON SÁNCHEZ-STEWART
Miércoles, 13 de enero 2016, 09:47
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NIELSON SÁNCHEZ-STEWART
Miércoles, 13 de enero 2016, 09:47
UTILIZO esta terminología en honor a mi amigo Paco que así alude al Camino de Santiago que, si Dios no dispone otra cosa, emprenderemos este 2016. Será el tercero para él y el cuarto para mí. Pero no entiendo esto del punto algo, a pesar que presenté un libro escrito por Sara sobre el Abogado 3.0 y hasta quedamos en muy buena armonía. Como todo el mundo sabe, en geometría, el punto es un cuerpo pero sin dimensión, ni largo, ni ancho, ni superficie, ni volumen, lo que no tiene ninguna parte decía Euclides. En ortografía es un signo para separar, mucho o poco, según sea seguido o aparte y que da nombre al difícil arte de la puntuación. Y también es otro montón de cosas, en tejido, un elemento básico, el nudo, de ahí viene lo de puntada, en cirugía, de sutura, en física, el de ignición e inflamación, en geografía, cada uno de los cardinales, en radiofonía, unas emisoras, en baloncesto, un tanto, en vialidad, sitios a los que debe irse con mucho cuidado ya que son negros, no como las líneas, que son rojas, en Centroamérica, un baile. Y hasta dicen que hay un punto G.
Estas ideas me vienen a la cabeza como consecuencia de la recepción de un mensaje vía correo electrónico que provenía de una de estas instituciones que asumen el nombre de ONG. Una muy importante y que parece que hace mucho bien. Contenía una invitación a evitar con la firma una barbaridad que denunciaba y que transcribo literalmente: "María 13 años, obligada a casarse con un hombre de 70". En once palabras -los guarismos los considero, una- y una coma, mal puesta, por cierto, daba cuenta de un horror que sucede, por suerte, en otras latitudes. Lo confirmaba la fotografía que aparecía en el texto en la que representaba a una joven cuyos rasgos evidenciaban que no descendía ni de Sem ni de Jafet. Pero la forma de expresar el problema no me gustó nada. Lo abominable del asunto no era que María tuviese 13 años. Casi todos hemos pasado por ese trance. Donde radicaba el horror, para llamarlo de una manera suave, es que se la obligase a casarse. Nadie debe ser conminado a beber de ese cáliz y mucho menos a la tierna edad de María. A esas alturas de la vida nadie debe contraer matrimonio, ni obligado ni gustosamente: ya habrá tiempo, mire que la vida es muy larga. Me pregunto ¿a qué venía lo del hombre de 70? ¿Es que esto hace más grave el incidente? ¿No sería objeto de escándalo el que obligasen a la pobre a casarse con un hombre de 45 ó de 15? Presumo, iuris et de iure, es decir, sin admitir prueba en contrario, que el paisano es un redomado idiota no por casarse, que a algunos no nos ha ido mal, sino por unir su vida, o lo que le queda de ella, a una chica que podría ser, con buena voluntad su bisnieta, y con la cual tendrá bien pocas cosas en común.
La década de los setenta que, en la actualidad en un ser humano, sin muchas dificultades, se extenderá veinte años más -basta leer las indiscretas necrológicas en las que sacan a la luz secretos que muchos y muchas se han empeñado en ocultar celosamente- es, parafraseando a Javier, Manel y Manuel, prodigiosa. Si tienes buena salud y te has preocupado durante tus años mozos del futuro, te encuentras en una situación envidiable. Con todo el pescado vendido, ayudarás a tu familia, si puedes y ella te necesita, pero sin esa sensación que te ha acompañado tanto tiempo de urgencia y necesidad. Viajas gratis en los medios de transporte, entras a los museos con una bonificación, pagas menos en los espectáculos, te reservan sitio en los autobuses, aunque pocos lo respetan, en fin, todos son ventajas.
Y puedes hacer de todo, menos casarte con María, claro. Hasta dirigir la Filarmónica de Viena durante dos horas, dos días seguidos, Nochevieja y Año Nuevo, de pié durante todo el espectáculo, sin salir entre pieza y pieza, con los pulmones llenos de aire, silbando como un canario. O ser primer ministro de Inglaterra durante la Segunda Guerra Mundial. O ser como Diane, musa de Mister Allen o Jane. El único problema que se sufre es al comprar billetes en una línea low cost donde tienen el mal gusto de obligarte a consignar tu año de nacimiento en una lista interminable donde, te temes mientras la recorres, que no llegarás al tuyo.
Si tienes la suerte de haber nacido justo en 1945, como mi consuegro, recibirás la puntual y amable invitación de Alonso para reunirte el último jueves de noviembre en mi hotel favorito de Marbella, frente al parque. Lo pasamos muy bien. Claro que si Napoleón entrase al recinto durante la comida podría decirle a sus soldados: desde el entorno de esa mesa cuarenta siglos os contemplan.
Ánimo, colegas del Paseo Marítimo: los setenta son nuestros.
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