Probablemente Rajoy es la clase de líder blando que no se querría para un momento de crisis nacional. La paradoja es que, con todo, él es lo mejor que tenemos. Basta ver al nuevo número 1 del PSOE, partido en la encrucijada de perder la escala, aferrado al tachintachán nominalista del federalismo. Toca confiar en Rajoy, que no es un panglossiano como su antecesor pero sí un bartlebyano. Ya saben, Pangloss, personaje del 'Cándido' de Voltaire, es el símbolo de ese optimismo antropológico de creerse en 'el mejor de los mundo posibles'; y Bartleby, de Melville, con su respuesta permanente de 'preferiría no hacerlo' es un símbolo de quienes se ponen de perfil ante la realidad. Sí, la caricatura de Rajoy. Pero Rajoy, a pesar de todo, ahí ha estado: «La Ley no es un capricho del Gobierno». Le toca pilotar un país delirante donde el cumplimiento de la Ley encabrona a mucha gente, así tal cual.
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El caso es que el nacionalismo, además del órdago, tiene un plan. Y Rajoy defiende los principios básicos del Estado de Derecho, trazando una línea roja ante ese órdago, pero eso no neutraliza el caldo de cultivo independentista que, con el fuego del populismo cada vez más azuzado, ha devenido un hervidero emocional. Desde Moncloa, además de impedir el secuestro de la soberanía nacional, debería haber una respuesta política. Va de suyo que 'hacer política' no es una alternativa a 'cumplir la ley'; pero sí algo complementario. Se necesita un discurso, como ha buscado Ciudadanos. Ante el referéndum, la respuesta puede ser no o nada; pero ante el nacionalismo con su hoja de ruta adoctrinadora de largo recorrido, desde las estructuras educativas al reparto de subvenciones, hay que tener una respuesta política. No cabe acogerse al mensaje de Bartleby: 'preferiría no hacerlo'. Hay que hacerlo.
El PP se está quitando presión electoral. La aritmética parlamentaria cambia con la izquierda fragmentada por el efecto Podemos y el nacionalismo efervescente; puesto que así, como sostiene Arriola, un 35% ya frisa la mitad de los escaños. Ahora el riesgo es sentirse tentados de seguir alimentando a Podemos y desentenderse de la euforia nacionalista. Para el PP es temerario permitirse una u otra, pero con seguridad esto último. Cierto que el Partido Socialista en Cataluña ha sido un aliado irresponsablemente determinante para el nacionalismo; pero también el PP con su táctica de anticatalanismo a destajo. Ahora van a tener que desplegar, desde el poder, una estrategia política; sin concesiones, quizá sin el mantra de la reforma constitucional -clásica respuesta de quien no tiene repuesta, como le sopló ayer a Sánchez citando a Dahrendorf- pero afrontando una realidad cada vez más desbordada. No basta con exclamar «es un lío», como suele, en plan marquesona de Echegaray. De perfil como Bartleby no hay salida.
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