Borrar

Silenciados por el franquismo

Representantes de colectivos sociales perseguidos durante la dictadura narran sus vivencias

C. Núñez Nebreda, G. Elorriaga, V. M. Vela e I. Errazti

Domingo, 16 de noviembre 2025

Comenta

Opositores, sindicalistas, intelectuales, homosexuales, mujeres... fueron algunos de los colectivos que más sufrieron la represión del Régimen. Recogemos los testimonios de algunos de aquellos damnificados.

«La dictadura fue un gran estímulo para mí. Burlar las dificultades me ponía»

Albert Boadella Actor y fundador de Els Joglars

«La dictadura fue un gran estímulo para mí. Burlar las dificultades me ponía»

Persecución, censura, cárcel y hasta exilio. Con ello tuvo que lidiar durante la dictadura Els Joglars, la compañía teatral fundada por Albert Boadella (Barcelona, 1943) que en enero cumplirá 65 años y se convertirá en la más longeva de España de carácter independiente. Una época «horrible, insoportable» en lo cívico que, por sorprendente que resulte, supuso «un estímulo extraordinario» para la formación catalana y su alma mater desde el punto de vista artístico. «Siempre he valorado muy bien a los grandes enemigos, porque son los que me dan la fuerza. A mí las dificultades me ponían», confiesa Boadella, quien sostiene que «burlarlas» es lo que ha dado solidez a su troupe.

El dramaturgo, que llegó a convertirse en un símbolo de la libertad de expresión tras su paso por la cárcel por el contenido crítico de sus obras y su posterior fuga en busca del exilio, subraya «la dureza» del franquismo en cuestiones sociales y culturales. Pero destaca, a la vez, «una contrapartida formidable, que casi la desearía tener hoy (ríe)». Se trata del público de aquella época, «un público inocente, muy ilusionado y receptivo, dispuesto a calibrar perfectamente un gesto o a leer una palabra entre líneas, porque sabía que todo había pasado previamente por la censura. Nada que ver con el público actual, saturado y resabiado, porque ha visto y ve mil cosas», subraya.

En aquel momento, cuenta el fundador de Els Joglars, la comunicación entre los espectadores y los actores «era muy potente. Ese era el lado positivo». Lo malo, añade, era «el aislamiento» que sufría el teatro en España «en relación con lo que se hacía en Europa». Pero por encima de todo aquello estaba la capacidad de la compañía de «conectar con los núcleos más activos de las pequeñas ciudades, que contrataban a jóvenes y, en nuestro caso, sabían que hacíamos un teatro especial, que en nada se parecía al teatro comercial ni acorde con el Régimen».

Dice Boadella que el peculiar estilo de Els Joglars también jugó a su favor en tiempos de la dictadura, «porque en nuestras funciones había mucha expresión corporal y, no sé por qué, nos metieron en el apartado de Circo y Variedades. Eso fue una ventaja, claro, porque los censores estaban más preocupados de si se transparentaban las mallas de las chicas que del contenido dramático de lo que se hacía», celebra. Y así «conseguimos decir cosas sobre el escenario que en aquellos momentos raramente se decían».

Curiosamente, la troupe no vivió su peor momento bajo el régimen de Franco. Su fundador echa la vista atrás y se queda con un episodio ocurrido a finales de 1977 con el estreno de 'La Torna', una obra que contaba la última ejecución con garrote vil en España. La representación terminó en un consejo de guerra. Albert Boadella y sus compañeros Ferran Rañé y Andrey Solsona fueron los últimos civiles juzgados. «Nos aplicaron una ley que todavía se conservaba del franquismo y consideraron que en la obra había injurias, calumnias e insultos al estamento militar. Así que me tiraron a la cárcel», recuerda. No lo dudó: simuló una enfermedad para ir al Hospital Clínico de Barcelona y, disfrazado, se escapó por una cornisa, exiliándose en Francia. «Fuimos una compañía transgresora en el franquismo, y digamos que no nos pasó casi nada. Pagamos el pato dos años después», señala el actor, quien advierte de «la censura actual, mucho más sutil, pero más peligrosa: la de los programadores».

«Para opositar tenías que pasar por un albergue de la Sección Femenina»

Nani Bejarano Carrasco Periodista jubilada

«Para opositar tenías que pasar por un albergue de la Sección Femenina»

Nani Bejarano Carrasco es una conocida locutora y periodista de Cáceres, jubilada desde el año 2000, que trabajó la mayor parte de su carrera en la emisora local de Radio Nacional de España. Rememorar «aquellos años» supone para ella un ejercicio que bascula entre la nostalgia (y la idealización inevitable de los años 'mozos') y la fría realidad de vivir en una dictadura. Nani, que empezó a trabajar en 1968, no se sentía coartada en sus libertades, ni tampoco minusvalorada por ser mujer, pero reconoce que había «cosas» que pasaban por normales que ahora «no lo serían». Y asume que en aquella época, cuando París bullía, aquí se sabía poco «de política». «El mayo francés lo conocimos muchos años después», reconoce.

El franquismo permeaba todas las facetas de la sociedad y oponerse a lo establecido significaba cerrarse puertas. Eso le pasó cuando terminó Magisterio, la carrera que estudió aunque terminara dedicándose a la comunicación. «Para opositar tenía que tener hecho el albergue de la Sección Femenina, pero no lo hice porque mi padre no quería». El hombre, socialista convencido, se negaba a que su hija acudiera a uno de los campamentos en los que la Falange ofrecía a las jóvenes formación para seguir los preceptos del régimen y alimentar el espíritu nacional. «La oposición no pude hacerla, aunque años después tuve que pasar por el aro y hacer el campamento en Valencia de Alcántara», reconoce. Nunca llegó a ejercer de maestra porque las oposiciones tardaron en salir y en ese ínterin se le cruzó la radio, que ha sido y es una de las pasiones de su vida junto al cine.

Nani recuerda, precisamente, su participación en un cine club de su ciudad, donde un grupo de jóvenes se reunía para ver películas y debatir sobre ellas. No eran invitados de piedra los dos 'grises' que velaban para que aquellas citas no se fueran de madre con algún tema incómodo o que se exhibieran películas vetadas. «En un momento determinado algún chivato dijo que se veían películas prohibidas políticamente, que lo no eran. Eran películas francesas sobre las que luego hablábamos», explica. Aquello le supuso pasar por la comisaría y por el Gobierno Civil para aclarar qué tipo de cine estaban viendo. Corría 1965 y ella tenía poco más de 20 años.

Gran viajera, durante los años 70 visitó con amigas países como Yugoslavia, Estados Unidos o Reino Unido. No era lo más común que a muchachas 'en edad de merecer' les diera por conocer mundo solas, sin hombres, pero no tuvieron problemas. «Recuerdo que en Francia un chico nos dijo algo, se rio de nosotras por ser españolas». La imagen de aquel país quizás no fuera la del más abierto. Rememora Bejarano otro viaje al País Vasco francés, ya a finales de la dictadura. Allí se compró el libro 'Operación Ogro' que abordaba el asesinato de Carrero Blanco. «Tuve que guardármelo debajo de la ropa en el viaje de vuelta en tren», cuenta. La obra fue publicada en 1974, un año después del asesinato del presidente de gobierno franquista a manos de ETA.

La muerte de Franco la vivió con la misma incertidumbre que recorrió a todo el país aquel 20 de noviembre de 1975. «Era algo que se esperaba, pero fue traumático y era una incógnita lo que iba a pasar». Aunque, puestos a elegir, admite que el miedo real lo pasó con el intento de golpe de Estado de 1981, que además le pilló frente a los micrófonos de la radio. «Pero eso es otra historia», sonríe.

«Estudiaba para sacarme de encima esa sexualidad que se consideraba delito»

Jordi Petit Activista de los derechos LGTBIQ+

«Estudiaba para sacarme de encima esa sexualidad que se consideraba delito»

Jordi Petit (Barcelona, 1954) se reconoce perplejo. Quien fuera el rostro habitual de la lucha del colectivo LGTBIQ+ durante la Transición busca razones para explicar la predilección de los más jóvenes por los partidos de extrema derecha. «Entiendo que no se les ha explicado el final de la asignatura de Historia y la memoria ha quedado arrinconada», aduce. Él fue un muchacho durante el tardofranquismo y no duda: «¿Dictablanda? Olvidamos que hubo ejecuciones al final de esa etapa».

El activista fue hijo único, mimado y consentido, y, sobre todo, observador. «Vi el final de la etapa autárquica, los caballos que tiraban de la basura y las mujeres que se reunían en el rellano y comentaban que mientras hacían el acto dilucidaban qué pondrían para comer». Pero no fue un tiempo para las nostalgias. «No podía contar que me gustaban los hombres», confiesa. «No era un niño afeminado, pero sí singular y sufría bullying tanto en la calle como en clase», señala y explica que, a menudo, era recibido en el aula con una lluvia de tizas y la palabra maricón escrita en la pizarra. Los profesores no movían un dedo».

El sufrimiento que le causaban los demás se sumaba al que padecía internamente. «Me sumergí en el estudio para sacarme de encima esa sexualidad que era considerada enfermedad, delito y desviación, acepciones todas que te culpabilizaban», admite. El mismo asegura que convertirse en el repelente niño Vicente, según su propia definición, retroalimentó esa animadversión colectiva.

La religión fue otro de sus asideros. «En el colegio salesiano donde estudiaba el Opus Dei creó un grupo de revisión de vida y yo, ferviente católico, pedí un aparte y el representante me indujo a la mortificación con cilicios», explica. «Cuando mi madre se enteró devolvió el instrumento». Un sacerdote le abrió otra perspectiva. «Desde un punto de vista científico me expuso la realidad diversa afectivo sexual y me libró de vivir con el corazón en un puño».

A la disidencia erótica también se añadió la política. Petit se adscribió al Partido Socialista Unificado de Cataluña, uno de los principales agentes de la transición democrática en el Principado. «Mi homosexualidad no fue un problema para ingresar», reconoce, aunque, en realidad, los conflictos, en este caso con la autoridad, sólo comenzaban. «Mi primera detención fue por desorden público y pasé dos semanas en la cárcel Modelo». La experiencia resultó espeluznante. «La vida era muy dura. Las ratas saltaban de los capazos de ropa».

Fue llamado a filas, pero no hizo las prácticas. «Me dijeron que allí no enseñaban a los rojos a tirar». Por sus antecedentes le enviaron a la Brigada Especial en El Ferrol, situada en un edificio adosado a la prisión naval, donde los reclutas con un historial político convivían con presos comunes. «Fui violado. No lo denuncié por no crear una situación peligrosa de la que no podía escapar».

Cuenta Petit que los militares estaban preocupados, ya que entonces la Transición carecía de un horizonte definido. «Decían que si el cambio se revertía, iríamos todos al paredón, y que si se aceleraba, que nos acordáramos de ellos». Tras otro apresamiento, el regreso abrió un capítulo esperanzador. Fue coodinador del Front d'Allliberament Gai de Catalunya entre 1980 y 1986 y habitual tertuliano televisivo. Pero la fiesta fue breve. «Llegó el VIH y hasta 1996 no hubo antirretrovirales». Y la discriminación regresó. «Ya no vivía con mi familia, pero los vecinos no querían compartir el ascensor con mi madre y cuando se cruzaban con ella se tapaban la nariz y la boca».

«Explicar bien qué fue el franquismo es la manera de frenar los pasos atrás»

Mauri García Vecino Exiliada

«Explicar bien qué fue el franquismo es la manera de frenar los pasos atrás»

Cuando Mauri García Vecino (Fuentes de Ropel, Zamora, 1950) volvió a España en 1973 se encontró con un país triste, gris y amordazado. «Yo venía de Francia, donde las mujeres disfrutaban de una libertad que aquí, entonces, era impensable». Porque, recuerda, no sólo necesitaban el permiso paterno o del marido para hacer algo tan simple como abrir una cuenta corriente; también estaban limitadas en el mercado laboral y divorciarse era algo impensable. Sufrían sistemáticas diferencias de sueldo en el empleo y las cortapisas del día a día. Era una vida cotidiana que ponía zancadillas a las mujeres sólo por el hecho de serlo. «Volvía de un país donde podíamos ir solas a muchísimos sitios sin que nadie nos apuntara con el dedo. Y aquí, en España, me encontré con que hasta estaba mal visto que una mujer entrara sola al bar», se duele.

El padre de Mauri escapó de las cartillas de racionamiento y de las estrecheces del medio rural para labrarse un futuro en Francia, en el entorno de Pau. «Marchó el 14 de mayo de 1964, en principio como turista, para visitar a un amigo que le sugirió que se quedara, que allí había trabajo». Y se quedó. En octubre se mudaron su mujer y su única hija, Mauri, que entonces tenía 14 años. «Lo que vi allí me fascinó. La libertad de las mujeres. Cómo vestían. Cómo se reían. Descubrí otro mundo, una sociedad moderna. Nunca sentí racismo ni machismo», explica.

El cabeza de familia se empleó primero en una serrería, y en una charcutería, después. La madre, en la limpieza. Mauri, tras una etapa de escolarización, comenzó a trabajar en una industria textil y en una empresa de ropa de niño. Un verano, de vacaciones en Castilla, conoció al que sería su marido. Tras la boda, en 1973 regresó a España. El contraste que se encontró fue tremendo, y muy pronto se enroló en movimientos vecinales y feministas para reivindicar para las españolas unos derechos que no existían durante el franquismo.

«Pienso en todo lo que hemos conseguido en estos 50 años en cuestiones de igualdad y los avances son claros. Las leyes del aborto y del divorcio; el acceso al mercado laboral y la independencia económica; la posibilidad de desempeñar todo tipo de empleos sin que te digan que no puedes», enumera. Pero también apunta hacia esas zonas de sombra que la democracia no ha logrado erradicar, como las mujeres asesinadas por la violencia machista. «Debemos estar muy atentas para que no demos pasos atrás respecto a todo lo que se ha conseguido. Y vemos que hay opciones políticas que parece que quieren ese retroceso. Por eso, a los jóvenes, sobre todo a las chicas jóvenes, les digo que se informen. Es importante que en los colegios y en los institutos se explique qué era el franquismo y cómo era entonces el país y los derechos que no teníamos. Es la mejor forma de frenar los pasos atrás», dice Mauri.

La mujer forma ahora parte de la Asociación de Mujeres de La Rondilla, un barrio vallisoletano obrero con un alto porcentaje de población extranjera y de avanzada edad. En los primeros años del colectivo su labor se centraba en «sacar a las mujeres de casa», crear redes a través de programas de educación, salud y ocio. «Era una forma de que las mujeres, que habían estado encerradas durante tantos años salieran a la vida pública y tejieran redes», defienden desde una asociación que ahora acompaña a mujeres (muchas inmigrantes) en sus problemas de conciliación laboral o acceso a una vivienda.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Publicidad

Publicidad

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

diariosur Silenciados por el franquismo

Silenciados por el franquismo