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Es tan delicada Raquel García que podría pensarse que el mundo rudo de la cocina, que va mucho más allá de terminar un emplatado poniendo flores con unas pinzas, que comporta horas de pie, calor y fuego, acarreo de peso, vida a deshoras y tensiones en el servicio, le pegan tanto como escuchar un solo de batería contemplando un jardín zen. Pero, con 23 años, esta chica con aspecto de princesa elfa, voz dulce y risa fácil lleva dos años y medio dándolo todo como parte del equipo de Nobu Marbella, y si como estudiante en la Escuela de Cocina de Benahavís ya se volvió de Madrid Fusión 2017 con el premio al mejor Bocadillo de Autor reinterpretando el bocata de calamares, hace una semana deslumbró con su precisión, creatividad y solvencia técnica al imponente jurado del concurso de cocineras Cuillère d'Or España, ganando con autoridad en cocina salada y obteniendo una plaza para competir en la final internacional de 2020. Sobre la piel del antebrazo, un tatuaje como una sutil filigrana muestra un cuchillo y los ingredientes de un sofrito. Una suerte de declaración de principios. «Para mí es muy potente como símbolo: ingredientes sencillos y fuego lento como base del sabor».
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Raquel García nació en San Pedro de Alcántara en 1996, hija única de un carpintero que todavía le gana haciendo paellas y una profesora de manualidades que no dudaron en apoyarla cuando decidió dejar la carrera de Pedagogía para matricularse en Cocina. Antes de eso, inmersa en unos estudios que no le emocionaban, usaba la cocina como vía de escape. «Desde pequeña prefería ver el programa de Eva Arguiñano a los dibujos animados, pero cuando decidí estudiar Cocina, un amigo de mi padre me propuso ayudar en su restaurante para familiarizarme con esto, y el primer día en la cocina me caí redonda. No fue el mejor comienzo, pero seguí», ríe. Hizo bien. En Benahavís sintió que había encontrado su lugar, y, además, los profesores animaban al alumnado a ir a concursos. «Nos decían que era una manera de desarrollar la creatividad y ponerte a prueba. Yo lo sigo viendo así. Aprendo mucho de las valoraciones y es muy satisfactorio cuando un plato tuyo convence a profesionales a los que admiras, como Elena Arzak o Javier Estévez o críticos gastronómicos muy respetados que me han valorado en Madrid, por eso me gusta concursar», dice.
constancia
A este último reto se apuntó animada por Daniel García Peinado, al que en su día acompañó como asistente en la final europea del Global Chefs Challenge y que allí la vio dominar la prueba como miembro del jurado. «Da gusto verla trabajar. Sorprende por el orden, la concentración, la calidad de las recetas y la ejecución, a pesar de lo joven que es. Le tocó salir la primera y marcó la diferencia, sacó muchos puntos a la segunda mejor clasificada», comenta García Peinado.
De vuelta de Madrid, Raquel abrazó la rutina diaria como si tal cosa. «Soy ambiciosa y no creo que esté mal serlo ni reconocerlo, pero soy muy consciente de que estoy empezando, de que tengo todo por aprender y de que hay que ir sin prisas y sin creer que hayas llegado a ningún sitio. En Nobu he aprendido no solo de cocina, sino la dureza de este trabajo. Aquí damos servicios de hasta 300, 400 cubiertos. Si no tienes todo perfectamente controlado, el plato no sale», sonríe.
En los pocos ratos libres, además de divertirse como cualquier chica de su edad y hacer senderismo con su perra 'Bimba' y su padre, se pone al tanto de novedades consultando libros o Internet. Además, devora capítulos de la serie 'Chef's table' de Netflix («soy una friki, algunos los he visto tres veces», ríe) y viaja cuanto puede para probar nuevos platos. «En las vacaciones, mi jefa de cocina y yo nos fuimos a Perú. En Nobu tenemos influencias de cocina peruana, disfrutamos muchísimo», cuenta. La ventaja de ser una cocinera de la generación 'millenial' es que el mundo entero está a un click. «Sigo a muchos cocineros en redes, y admiro especialmente a los hermanos Roca, a Begoña Rodrigo y a Carme Ruscalleda. A ellas también porque han llegado muy lejos siendo mujeres. Yo no he tenido malas experiencias por ser mujer, pero aspiro a que el género no marque ninguna diferencia en esta profesión, a que no te miren o te consideren de forma distinta», dice.
ética
tradición
Si le preguntas por una preferencia en materia de cocina, no lo duda. «La tradicional. Es sabor puro. Yo la he vivido más a través de mis abuelas, la butifarra con monchetas de mi familia paterna, que es catalana, me parece un plato mágico, y también el puchero de mi abuela materna. Mi generación ya no se ha criado en esa cocina, pero pienso que deberíamos conocerla y preservarla. No creo que poner unos garbanzos lleve más tiempo que hacer cualquier plato precocinado, pero tal vez ahora comemos más para saciarnos que buscando alimentarnos bien. Si pienso en lo que me gustaría hacer en el futuro, creo que escogería hacer una cocina personal pero basada en la tradición», explica.
Con su generación comparte también preocupaciones éticas como el trato a los animales. «Durante una época fui vegetariana, en parte para combatir un problema de migrañas, pero también por ética. Duré dos años, porque el cuerpo me pedía comer pescado, y también por mi profesión. En todo caso pienso que debemos cocinar y comer con respeto a los ingredientes, a nuestra salud y a la del planeta, y desde luego dar más protagonismo a lo vegetal. Como cocinera siento esa responsabilidad». El pescado es el producto que más le gusta trabajar, y tiene una espinita clavada como cocinera: «He querido recrear la sensación de comer un espeto varias veces con un plato de concurso, y sigo dándole vueltas porque no lo he logrado». Lo hará, sin duda, porque el superpoder que se adivina tras su apariencia frágil es la tenacidad, esa llave que termina abriendo todas las puertas.
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Clemen Solana
Natalia Reigadas | Badajoz y Sara I. Belled (gráficos)
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