Borrar
Un grupo de turistas de visita este jueves en la Plaza de la Merced. Salvador Salas
«Vivir en estas calles es como estar en un hotel grande»

«Vivir en estas calles es como estar en un hotel grande»

Vecinos, trabajadores, turistas, empresarios... valoran cómo es trabajar, residir y pasear por los alrededores de La Merced, el área urbana con más pisos turísticos de toda España

Domingo, 12 de enero 2025, 00:29

¿Cómo es vivir, trabajar, transitar, por el entorno de la Merced, el área con mayor proporción de pisos turísticos de toda España? Hay muchos menos vecinos de los de toda la vida, constatan los más veteranos del lugar, más ruido, precios más caros, menos negocio para actividades tradicionales -que a veces se tienen que reinventar- pero también más pulso económico para otras nuevas y salarios a veces más altos para sus trabajadores. Por lo pronto, en esta luminosa mañana de enero, bajo el obelisco de Torrijos circulan desde temprano varios grupos recién desembarcados del crucero que da la vuelta al mundo y que acaba de atracar en el muelle. El vagar propio de estos rebaños de viajeros, ese ritmo que a veces se desmarca de la disciplina que impone el guía, toma el mando de la plaza sobre las pocas amas de casa que caminan con su carrito a hacer la compra o los jóvenes que pasean tranquilamente a sus mascotas.

Delia Morales y May Jurado viven en la calle Cárcer. Salvador Salas

«Hay mucho ruido, aglomeraciones, se ha perdido la esencia del barrio y los precios son para guiris»

«Estas calles son como un hotel grande», define Delia Morales, de 41 años, junto a su pareja, May Jurado, de 53 años. Ellos llevan dos décadas viviendo de alquiler en la calle Cárcer: «La propietaria se comporta, nos ha subido la renta, pero de forma razonable. Sí conocemos a amigos que han tenido que mudarse. Nosotros, no», aseguran. Además, se sienten afortunados porque en su bloque los inquilinos que hay son de larga estancia, como mucho algún Erasmus: «Todos son vecinos, no hay turistas», dicen. Pero sí se ven afectados por residir en el conjunto de calles con mayor proporción de viviendas de uso vacacional del país: de cada 100 inmuebles, 85 son para turistas. «Hay mucho ruido, aglomeraciones, se ha perdido la esencia del barrio y los precios son para guiris, hasta las peatonalizaciones parecen hechas para ellos; ya no nos vamos a tomar un café o una cerveza por aquí. Nos da mucha ansiedad caminar por las calles y que todo sea turístico, así que ahora cuando vamos a pasear vamos por las callejuelas que más vacías están. Hace años sí se podía decir que había un ambiente cosmopolita en la ciudad, pero eso ya se ha perdido, como gran parte de la vida cultural», continúa Delia.

María del Rio vivía en la calle Cárcer pero se ha mudado por el ruido de los bares. Salvador Salas

«Ahora por aquí se ve a mucha gente con bolsas de sábanas y arrastrando maletas»

María del Río, de 85 años, vivía de alquiler en la calle Cárcer. Sería, por tanto, vecina de Delia y May. María continúa pagando la renta religiosamente, como en las últimas décadas, porque ahí mantiene los recuerdos de toda su vida. Pero bajo su casa abrieron unos bares muy ruidosos y ha terminado mudándose al apartamento de su hija de la plaza Montaño. «Ahora por aquí se ve a mucha gente con bolsas de sábanas y arrastrando maletas. Antes había más tiendas de comestibles o de ropa, como la de la madre de Ángel Garó, que también vivía por aquí», recuerda. Aunque reconoce que no echa nada de menos: tiene su iglesia, su supermercado y una asociación de mayores del Ayuntamiento donde se va a pasar la tarde.

«Cerca del Teatro Cervantes había una lechería. Y hasta hace poco en esta calle había ocho abogados, había un juez... pero también es verdad que hubo una época, alrededor del año 2000, en que por aquí no había nada, en que un domingo estaba muy solitario»

Una coetánea y tocaya de María y que es vecina de la calle Madre de Dios desde hace ochenta años, sin embargo, sí tiene una queja: el centro de salud que le corresponde le pilla lejos, es el CARE de Muelle Heredia, así que, cuando necesita ir, como hoy, lo tiene que hacer en taxi y acompañada de su hija, que hace el siguiente diagnóstico: este déficit dotacional obedece a que cada vez haya menos gente viviendo en el centro. Pero esta veterana vecina recuerda que ella ha asistido a todas las transformaciones del barrio en las ocho últimas décadas: «Fíjate, yo conocí que cerca del Teatro Cervantes había una lechería. Y hasta hace poco, en esta calle había ocho abogados, había un juez… pero también es verdad que hubo en una época, alrededor del año 2000, en que por aquí no había nada, en que un domingo estaba todo muy solitario. Ahora hay mucha vida. Durante el festival de teatro me lo paso muy bien, porque veo a los artistas. Es verdad que de los antiguos vecinos ya no queda ninguno, pero yo no me voy a ir».

Terry, entrando en su casa de la Plaza de la Merced. Salvador Salas

«En estos años el ambiente ha cambiado; al principio, en mi bloque había un solo piso turístico y ahora hay cinco. Y han dividido otro y han hecho tres. Los turistas salen tarde, vuelven más tarde todavía, te despiertan y te desvelan»

Terry tiene un piso en propiedad en la misma plaza de la Merced. Es británico, de Londres, pero reside en esa casa junto a su pareja y a su precioso perro de negro y brillante pelaje desde hace más de una década. «En estos años el ambiente ha cambiado; al principio, en mi bloque había un solo piso turístico y ahora hay cinco. Y han dividido otro y han hecho tres. A veces hay problemas. Los turistas salen tarde, vuelven más tarde todavía, te despiertan y te desvelan, no puedes volver a conciliar el sueño. Aunque parece que los propietarios tienen cuidado de no alquilar las viviendas a grupos grandes que vayan a celebrar fiestas, porque apenas hemos tenido problemas dos o tres veces con gente que hacía ruido dentro del edificio», relata. En cuanto a la fisonomía del barrio, ha observado que se ha duplicado el espacio que ocupan las terrazas y que han desaparecido algunos establecimientos, como una librería. Recuerda además que se trata de una zona saturada acústicamente y él, junto a un grupo de vecinos, ha remitido al Ayuntamiento una queja documentada con grabaciones y fotografías sobre la escandalera que a veces se monta en la Plaza de la Merced. Al margen de estas molestias, Terry admite que conoce a muchos malagueños que han tenido que abandonar el centro.

La imagen más habitual de estas calles: turistas con mochilas y maletas. Salvador Salas

Precisamente, Bartosz, polaco, está hospedado en un piso turístico del bloque en el que vive Terry. Sale temprano a buscar el desayuno para tomárselo en un balcón desde el que disfrutará de unas privilegiadas vistas sobre la plaza y también del sol, que ahora en su país ni asoma: «Allí estamos a temperaturas bajo cero». Es la primera mañana que amanece en Málaga. Aquí pasará otras dos noches con amigos. «Nunca me hospedo en un hotel. Prefiero alojarme en lugares para gente que tiene menos dinero. Creo que esta opción es más barata, porque el piso es viejo, pero tiene muy buenas vistas, y por eso lo escogimos», relata. Bartosz es consciente del problema de carestía de vivienda de Málaga y de la polémica que existe en la ciudad sobre la posible influencia de los pisos turísticos en la subida de los precios y en la escasez de oferta de vivienda. «En Polonia, en mi ciudad, en Wroclaw, sucede algo parecido. No sé la solución. Pero sí creo que hay que regular», comenta. Sarah, holandesa, y la media docena de amigos que han venido a Málaga a pasar una semana de vacaciones también se hospedan en un piso turístico y están al tanto del descontento social, porque -y esto es lo que lleva consigo la globalización- en su país pasa lo mismo y explican que allí la normativa limita el número de días al año que un piso puede alquilarse con fines turísticos y también requiere a los propietarios que vivan un determinado periodo de tiempo en la vivienda que arrienden a través de Airbnb.

Manuel Servini es argentino, vivió en Polonia y ahora reside en Málaga. Salvador Salas

Manuel Servini, buscando piso de alquiler, detectó que en la Plaza de la Merced sólo había Airbnb, en el anillo que la rodea, habitaciones caras y de baja calidad, así que se fue a la Plaza de la Victoria

Ésta no es una excusa para enfrentar a malagueños con personas procedentes de otras partes de España o del mundo. Terry es británico, vecino de Málaga desde hace una década y vive las repercusiones del turismo. Manuel Servini, de 41 años, argentino, reside en la capital desde el mes de octubre tras pasar ocho años en Polonia, país para el que sigue trabajando en remoto, ahora desde un lugar con un clima más amable y al que culturalmente se siente más cercano. Al llegar a Málaga, Servini tuvo que buscar piso y relata que comenzó a hacerlo en la zona de la Plaza de la Merced porque le gustó mucho, pero ahí sólo encontró oferta de Airbnb. Amplió un poco el radio de búsqueda, pero en el siguiente anillo lo que el mercado inmobiliario le ofrecía eran habitaciones en alquiler de muy alto precio, de entre 500 y 600 euros, y de muy baja calidad. Así que terminó alquilando un piso en la Plaza de la Victoria: «Son 600 euros de renta más los gastos, pero aunque es muy pequeño, al menos no tengo que compartir». «Llevo poco tiempo en Málaga, pero sí que he visto que el alquiler vacacional desplaza a los locales por la subida de los precios. También creo que existe el riesgo de que la ciudad pierda su identidad. Si vienes por una semana, buscas fiesta, no te interesa la vida de los malagueños; además, por aquí tampoco se ven muchos. Málaga puede convertirse en una ciudad de plástico, para experiencias descartables, para venir una vez y no regresar», reflexiona.

Trabajo al calor de los pisos turísticos

Una limpiadora de pisos turísticos: «Gracias a su existencia, tengo trabajo. Tengo un contrato de seis horas, aunque si cuento el desplazamiento entre una casa y otra hago más horas, y cobro 1.050 euros»

Pero en las conversaciones que SUR mantiene por estas calles, también afloran personas que viven directamente de la economía que generan los pisos turísticos y su visión de la cuestión es más matizada. Por ejemplo, una limpiadora que va cargada con todos los aparejos para ir de un apartamento a otro haciendo su labor. «Gracias a su existencia, tengo un empleo, pero es verdad que también es más difícil encontrar un piso de alquiler», explica. «Tengo un contrato de seis horas, aunque si cuento el desplazamiento entre una casa y otra hago más horas, y cobro 1.050 euros. Aunque hay gente que deja buenas propinas, el 90% de los pisos los dejan asquerosos. Trabajos que se podrían hacer en una hora, por lo guarros que están, por lo sucios que se encuentran, se tardan el doble en hacer», confiesa y revela que tiene que firmar un contrato de confidencialidad, por lo que prefiere no dar su nombre.

Adriana Todea es camarera en un bar de la Plaza de la Merced. Salvador Salas

«Aquí un café cuesta 2,20 euros; en el bar de al lado, 2,50. En mi barrio me lo tomo por 1,20. Pero aquí cobro más de 1.500 euros mensuales con un contrato de ocho horas y dos días libres a la semana y en mi barrio ganaba 900 euros»

Adriana Todea, de 25 años, es camarera en uno de los bares de la Plaza de la Merced: «El 95% de nuestros clientes son guiris», calcula. «Gracias a que vienen todo el año tenemos trabajo siempre. Aunque también es muy difícil encontrar piso de alquiler; antes era complicado en el centro-centro, pero ahora hay viviendas turísticas por todas partes, incluso donde yo vivo, en Miraflores de los Ángeles», explica. Admite, sin embargo, que en el bar en el que ella trabaja un café cuesta 2,20 euros, en el bar de al lado, 2,50, mientras que en uno de su barrio, se lo toma por apenas 1,20. Aunque ello, asegura, también se ve reflejado en su salario: le pagan a razón de algo más de 1.500 euros mensuales por ocho horas de trabajo y dos días semanales de descanso. En Miraflores de los Ángeles, también en la hostelería, percibía un salario que rondaba los 900 euros por nueve o diez horas reales de trabajo.

Justo ahí o en un bar de al lado se acaban de tomar el café de media mañana tres trabajadores de la Sociedad Municipal de Aparcamientos. Saben que su desayuno lo pagan más caro que si estuvieran en un barrio más popular de la ciudad: «Pero es no es por los pisos turísticos. Es porque estamos en el centro. En todos los centros las cosas son más caras», apuntan.

Paco Rodríguez es el propietario de La Peregrina, en Madre de Dios desde hace diez años. Salvador Salas

«La economía del malagueño ha bajado, consume menos, y la falta de clientes locales la suple el turista. Yo puedo tener los empleados que tengo gracias a los turistas que vienen»

La hostelería es, quizás, la actividad ganadora de la zona por la visita de los turistas, escojan éstos como alojamiento un hotel o una vivienda turística. Paco Rodríguez es el propietario de la marisquería y cervecería La Peregrina, situada en la calle Madre de Dios desde hace diez años. «La economía del malagueño ha bajado, consume menos, y la falta de clientes locales la suple el turista. Además, el malagueño que tiene un piso turístico también se beneficia económicamente del alquiler. Si el turismo sube, hay empleo. Es un medio de vida. Yo puedo tener los empleados que tengo gracias a los turistas que vienen».

Fernando Espinosa trabaja en el Templo del Piercing, en la calle Frailes. Salvador Salas

«Nosotros nos beneficiamos del turismo: los precios en sus países son más caros y aprovechan para tatuarse o para hacerse un piercing aquí, que es más barato»

A su vez, Fernando Espinosa, de 28 años, que trabaja en el Templo del Piercing, en la calle Frailes, cree que también su actividad se beneficia de los visitantes que recibe la ciudad: «Los precios en sus países son más caros y aprovechan para tatuarse o para hacerse un piercing aquí, que es más barato». Parecida reflexión realiza Rafael Toro, empleado de un estanco en la misma Plaza de la Merced: «Vecinos ya casi no hay y nos viene muy bien el turismo. En su país el tabaco es mucho más caro y por eso aquí compran cantidades grandes». Y sí, mientras SUR mantiene esta conversación con Rafael, pasan varios clientes y la casi todos son extranjeros. Él se maneja bien con el inglés. Y despacha no menos de cuatro cajetillas por cabeza. Comenta el cartel pegado en la puerta que avisa de que no se puede entrar sin camiseta: «Antes quienes lo hacían eran los malagueños, ahora son los turistas». Desliza, asimismo, una queja que le trasladan los turistas: que la carga y descarga de mercancías tenga lugar en plena Plaza de la Merced, en este lugar tan emblemático de la ciudad, y no a través de calles laterales. «Hay muchos turistas que hacen vídeos de eso. Y algún día vamos a tener una desgracia», avisa.

Antes, quienes entraban sin camiseta en los establecimientos eran los locales, ahora son los turistas. Salvador Salas

Un trabajador de un estanco: «Vecinos casi no hay y nos viene muy bien el turismo. En su país el tabaco es mucho más caro y por eso aquí compran cantidades grandes»

Reinvención de negocios tradicionales

Hay algunos negocios que se han tenido que reinventar, o que han tenido que diversificarse por la transformación que han vivido esas calles. Por ejemplo, el receptor mixto de lotería de los Hermanos Carrera, en la calle Gómez Pallete. Se trata de un establecimiento familiar ya con su tercera generación al mando y que siempre ha combinado la venta de lotería con la de prensa. Como el número de vecinos del barrio ha disminuido, la venta de periódicos, también. Así que han optado por sumar la papelería a su oferta. Aunque el cambio más significativo que han imprimido a su actividad ha sido el de incorporar la paquetería, los envíos nacionales e internacionales de paquetes: «Nos hemos tenido que reinventar porque la clientela ha cambiado. Ahora hay muchos extranjeros o Erasmus que vienen a Málaga a estudiar, residen por aquí y necesitan recibir o enviar paquetes. Cuando mi padre o mi abuelo regentaban el negocio, los clientes eran fijos, del barrio, ahora son más de paso; lo más probable es que a la mayoría de las personas que entren hoy a la tienda no las volvamos a ver», explican los hermanos Jorge y Mario Carrera.

Los hermanos Carrera regentan un receptor mixto de lotería que se ha reinventado. Salvador Salas

«Nos hemos tenido que reinventar porque la clientela ha cambiado. Ahora hay muchos extranjeros o Erasmus que vienen a Málaga y necesitan recibir o enviar paquetes»

La ebullición de los pisos turísticos también supone un desafío para los hoteles. Sergio Barroso, director del Hotel del Pintor, en calle Álamos, explica que en los veinte años que lleva abierto ese establecimiento ha sido testigo de toda la evolución del sector en Málaga, desde un momento en que había muy pocos hoteles en la ciudad al contexto actual con ya mucha oferta de alojamiento y ya no únicamente hotelera. «Lo que más me preocupa es la calidad del turismo. Porque algunas viviendas turísticas sí son de calidad. Pero hay otras que caminan en la dirección contraria a la línea de calidad que quieren promover el Ayuntamiento y la Junta. No es sólo que algunos pisos no ofrezcan equipamiento o limpieza, es que además no hay fin de semana en el que no nos vengan clientes a los que algún propietario de un piso les haya dejado tirados porque no les coja el teléfono o no haya llave o porque el piso no responda a lo contratado».

Sergio Barrosol director del Hotel del Pintor, atendiendo en la recepción del establecimiento. Salvador Salas

El Hotel del Pintor ha abierto sus desayunos y el servicio de guardado de equipajes a clientes que no se hospedan en el establecimiento

Ese establecimiento hotelero en el último año ha imprimido cambios en su planta baja quizás para afrontar el reto de los pisos turísticos o, por qué no, también para sacar partido de su existencia. Así, por ejemplo, ha decidido abrir los desayunos a no clientes y mantener la cafetería abierta por la tarde también para gente de la calle. Y lo más significativo: ha incorporado un servicio de guardado de maletas que a sus clientes no se cobra y que a quienes no lo son, sí, y a razón de cinco euros por pieza de equipaje. Es un servicio que seguramente usen los huéspedes de los pisos turísticos que hay en la zona. Barroso desliza que hoteles y pisos turísticos operan en el mercado con reglas diferentes: los hoteles reciben inspectores de todo tipo y los pisos, no. Y añade otro detalle: «El comportamiento de la gente que viene a este hotel no es el de las viviendas turísticas, y este hotel no es un cinco estrellas, es un tres estrellas, pero yo ahí enfrente, en una vivienda turística, he visto a un chico meando por el balcón hacia la calle».

A pocos metros del hotel está la Clínica Veterinaria Álamos, abierta hace 32 años. «La clientela ha bajado. Casi todos nuestros clientes se han ido a vivir a las afueras. Algunos eran jóvenes que vivían de alquiler y se han ido. Primero estuvimos aquí de alquiler, en 2006 compramos el local y ya tenemos pagada la hipoteca, pero nuestro negocio ha caído un 50% y ya sólo sobrevivimos. Menos mal que no nos pueden subir el alquiler ni tenemos que pagar ya nada por el local… En su día éste sí era el sitio para tener este negocio, pero parece que ha dejado de serlo», zanja su propietario.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Publicidad

Publicidad

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

diariosur «Vivir en estas calles es como estar en un hotel grande»