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Un empleado atiende a una de las personas que acuden el centro de acogida. SUR

Un refugio para encontrar calor y reencontrarse con la dignidad

El centro de acogida nocturna Calor y Café, de Cáritas Diocesana, cumple cinco años prestando asistencia a personas sin hogar

INMACULADA MARTOS

MÁLAGA.

Domingo, 30 de enero 2022, 00:14

Aunque acaba de cumplir cinco años, el centro de acogida nocturna Calor y Café ya ha cambiado la vida de centenares de personas, no sólo de aquellas que en todo este tiempo han encontrado un refugio donde poder pasar la noche y reencontrarse con su dignidad, tantas veces olvidada. También ha supuesto toda una revolución para muchos que vieron en él una oportunidad para comprometerse y arrimar el hombro.

Desde el primer momento, más de una treintena de personas respondieron al llamamiento de Cáritas Diocesana para formar parte del equipo de voluntarios. De ellos, casi un tercio sigue prestando su servicio actualmente. «A consecuencia de la pandemia, los de mayor edad se han visto obligados a pasar a un segundo plano, pero en ningún han dejado de colaborar. En este tiempo, ha bajado la media de edad del grupo porque, para algunas personas más jóvenes, la pandemia ha sido el estímulo que les ha animado a dar un paso al frente», explica Vicente Jiménez, director de Calor y Café.

Luz Luque (19) es actualmente la integrante más joven del grupo. Nada más cumplir los 18, carné en mano, se presentó sin previo aviso una noche a la hora de la apertura, dispuesta a dar el paso que durante tanto tiempo había meditado. «La primera vez que oí hablar de este sitio fue en el colegio de Las Esclavas, donde estudié. Cuando tenía 16 años, una de las religiosas, Ángela, me comentó un día al salir de misa, que su compañero de turno no podía ir esa noche, así, que decidí acompañarla. Aquella fue una experiencia inolvidable que me marcó muchísimo, pero el director del centro me recomendó que esperase a cumplir los 18 y si seguía interesada, que volviese. Así lo he hice».

La pandemia ha servido de estímulo a jóvenes para dar el paso de colaborar con el centro

Experiencia

Aquel verano, Luz se preparaba para entrar en la Universidad y comenzar sus estudios superiores. «Era un momento de cambio en el que tenía que reflexionar sobre mis prioridades. Para mí, el Señor ocupa un lugar muy importante en mi vida, la llena de alegría y de sentido. Por eso me preguntaba qué era lo que él quería de mí y qué camino debía seguir, así que decidí que desde aquí iba a contribuir con el Reino. No creo que con esto cambie la vida de nadie ni nada por el estilo, pero esta es mi forma de mojarme».

Luz reconoce que las religiosas de su colegio han marcado mucho su vida. «Las he visto hacer grandes gestos en lo cotidiano, en las cosas más sencillas, que me mostraban que en el evangelio no basta con llevarlo de boquilla».

También David Ríos (39) llegó poco antes de la pandemia buscando un lugar donde volver a reencontrarse con su fe iniciada en el Movimiento de Acción Cristiana. «Llevo más de dos años acudiendo cada sábado. Allí tengo oportunidad de pasar largos ratos charlando con gente muy joven que se siente perdida y me recuerda a otros momentos de mi vida en los que acompañaba a los jóvenes de nuestros centros. Siento que este es mi sitio y poder estar aquí es todo un regalo de Dios».

Motivaciones

En este equipo no todo el mundo reconoce moverse por motivos espirituales. También hay personas que, como Raúl Ramos, llevan dando lo mejor de sí mismos desde el primer día. «Aunque conocí el centro porque mi mujer pertenece a una Cáritas Parroquial, para mí esta inquietud responde a un deseo de hacer el bien y de contribuir en este mundo». Como él, un grupo de religiosas de Las Esclavas, Pedro, Charo, Manuel, Rafael, Yolanda y Mª Isabel, llevan prestando su servicio en este centro desde principio, sin darse cuenta del peso que sus acciones y palabras tienen sobre las personas que acuden a pasar la noche.

Con rotundidad, María José (36) afirma que «el hecho de que la recibieran desde la primera noche con tanto respeto, cariño y cercanía, fue fundamental para ella. «Es cierto que para mí era importante tener un sitio donde tomarme un café, cenar o ducharme, pero lo que más valoraba era el calor que todos ellos me aportaban. Los conozco a todos por sus nombres y les guardo un inmenso cariño y gratitud».

Hoy, poco queda de aquella mujer rota y desvalida que llegó pocos meses antes de la pandemia y que tuvo que pasar el confinamiento en el albergue de Torremolinos atendida por el Ayuntamiento, Cruz Roja y Cáritas, como tantos otros. Una vez pasada esta etapa, entra en un piso de ASIMAS, una de las entidades de la Agrupación de Desarrollo para Personas Sin Hogar, de la que Cáritas forma parte. Allí la han acompañado en muy distintos aspectos. «Desde que llego a Calor y Café hasta ahora, muchas personas me han ayudado a recuperar los hábitos, buscar un empleo y seguir formándome. Ahora, además de trabajar en una empresa de limpieza, voy a comenzar un curso porque me gustaría ser dependienta».

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