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Pasa muchas veces que el trabajo anhelado durante la infancia se queda en un sueño. El de astronauta, está claro, lidera la categoría de ... aspiraciones estrelladas. Solo unas 700 personas, a nivel mundial, han logrado viajar al espacio y volver para contarlo. 'Fly me to the moon' cantaba Frank Sinatra y le puso la banda sonora a uno de los gremios más exclusivos. ¿Qué se necesita para acceder a un trabajo que no sale en ningún portal de empleo? Resulta que el requisito principal no parece demasiado embriagador para las grandes mayorías: se buscan personas con aptitudes científicas en campos como la ingeniería de materiales, la física, la astronomía, o la ingeniería aeroespacial. Los aspirantes no deberían tener más de 47 años y, tampoco, el metro noventa de altura. Un dominio perfecto del inglés se da por hecho. Un joven malagueño podría tachar a cada punto de esta exigente lista.
Álvaro Soria tiene 26 años, mide 1,85 metros y es delgado. Muchos no dudarían en tacharle de brillante. La revista Forbes ya lo incluye como uno de los 30 jóvenes científicos más influyentes. Después de un bachillerato con matrícula en el San Estanislao de Kostka, deja su barrio, El Palo, para estudiar el grado de Ciencia y Tecnologías Aeroespaciales en la Politécnica de Madrid. Logra graduarse en cuatro años con unas notas apabullantes. Unos laureles académicos que llamarían la atención de la profesora española María Paz Zorzano. Una verdadera eminencia en el campo aeroespacial y profesora titular en la Universidad Tecnológica de Luleå (Suecia). Ella está tutorizando un proyecto ambicioso para desarrollar un mecanismo que mejore el ahorro de combustible en los satélites que gravitan en la órbita. Álvaro no se lo piensa y después de dar el sí, es contratado por la institución sueca.
En paralelo a las investigaciones sobre los satélites, avanza también en su doctorado, que defenderá en marzo. La tesis de Álvaro está basada en un proyecto aún más ambicioso: la misión ExoMars 2020. Si todo sale según lo previsto, en junio del año que viene, la Agencia Espacial Rusa (Roscosmos) lanzará un orbitador (lander) a Marte. Este orbitador llevará instalado un instrumento desarrollado por este talentoso malagueño. El proyecto se está desarrollando bajo las siglas de 'Habit' y vuelve a estar tutelado por María Paz Zorzano. El objetivo pasa por conocer más detalles sobre la habitabilidad del planeta roja.
Sintetizar la parte que le corresponde a él, admite, no es sencillo. Álvaro emplea un lenguaje minado de tecnicismos e anglicismos. Palabras como 'budget' o 'exploration' se repitan de forma constante. «El 'Habit' forma parte de la ExoMars 2020. Esta misión, conjunta entre la Agencia Espacial Europea (ESA) y la agencia espacial rusa Roscosmos, tiene como objetivo la búsqueda de vida en Marte. Consta de un rover, el Rosalind Franklin, y una plataforma de superficie llamada 'Kazachok', donde el instrumento va alojado. El instrumento consiste en una estación meteorológica que además pretende demonstrar y medir, por primera vez, la existencia transitoria de agua líquida en la superficie del planeta en forma de salmueras. El agua es esencial para la vida tal y como se conoce en la Tierra», señala.
A pesar de su plana de méritos, Álvaro se muestra con la humildad de un aprendiz. Sabe que se mueve en mundo muy competitivo, pero eso a él no le va a cambiar. La pregunta, no obstante, resulta obligada. ¿Estamos ante el primer astronauta malagueño? Álvaro declina. Al menos, de momento. «La exploración planetaria es lo que más me fascina y quiero centrar mis esfuerzos en la parte científica. Me atrae la construcción de instrumentos o poder trabajar en la resolución de problemas para la industria aeroespacial», detalla. Un impulso y un estímulo que empezó a detectar a los 14 años, y que ha sabido canalizar como el velocista que va saltando las vallas.
Los habrá muy buenos. Claro. Pero cuando el astronauta alemán Matthias Maurer andaba buscando a una persona para ampliar su equipo de investigación en el Centro Europeo de Astronautas (EAC), en Colonia, el elegido fue Álvaro. Nunca antes un malagueño ha estado tan cerca de la Luna. Ahora acaba de regresar de una estancia de seis meses y pasa unos días con su familia en la Costa del Sol. Bajo el tutelaje directo de la ESA, ha participado en varios experimentos sobre la viabilidad de una instalación permanente sobre la superficie lunar.
«La experiencia fue increíble. Desayunas en la cafetería con astronautas. Ves como se entrenan en la piscina del centro o se preparan para la gravedad cero», rememora. Aunque él también conoce la ingravidez. Hace un año, fue seleccionado por la ESA para participar en un vuelo parabólico. La peripecia de los pilotos logra anular la gravedad en un fuselaje especialmente acondicionado.
Si hay algo por lo que destaca la investigación aeroespacial, es por sus elevados costes. Lamenta que la gente no vea el retorno: «Si se hace la media, a cada ciudadano europeo le corresponden seis euros al año. Lo que reciben a cambio es mucho mayor. La televisión, los servicios 4G o la seguridad en las comunicaciones, parte de la instrumentación hospitalaria», precisa con orgullo.
La carrera aeroespacial, asegura Álvaro, ha evolucionado de forma considerable. La Guerra Fría, alimentada por la propia guerra espacial, ha dado paso a cierta colaboración entre las agencias espaciales de los distintos países, otrora enemigos. NASA, ESA y Roscosmos aúnan ahora esfuerzos para ahorrar en gastos. «Estoy convencido de que mi generación va a ver con sus propios ojos como en la Luna se instala una base permanente y habitada», vaticina Álvaro y admite que le gustaría contribuir a ello. Las partículas se están acelerando. Después de ExoMars 2020, la NASA ya tiene marcado el calendario: en 2024, un astronauta pisará el planeta rojo.
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