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Alejandro Alegría, Anabel Berrocal, Marina Herraiz y África Núñez posan en Casabermeja, donde coincidieron con un equipo de SUR. Ñito Salas

Los jóvenes que hacen ciencia en Málaga: «No hay muchos puestos de trabajo al margen del turismo»

Investigan enfermedades en el Hospital Clínico, trabajan sobre las praderas marinas en la UMA y el Instituto Oceanográfico y cultivan plantas in vitro: cuatro biólogos de éxito a sus poco más de veinte años

Sábado, 2 de noviembre 2024, 00:46

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Hay una película que se llama 'Jonás, que cumplirá 25 años en el año 2000'. Es del suizo Alain Tanner y habla de los desengaños de la edad adulta cuando se han tenido sueños de joven. Los protagonistas de esta historia, que nacieron en el año 2000 y cumplirán los 25 en 2025, tienen los pies bien pegados al suelo. Anabel Berrocal, África Núñez, Alejandro Alegría y Marina Herraiz saben que su situación se puede calificar casi de excepcional: sólo la mitad de los graduados en Biología, su especialidad, tienen la fortuna de haber iniciado su carrera profesional nada más terminar los estudios y en lugares como la propia Universidad de Málaga, el Oceanográfico, el Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) o el Hospital Civil y explican que lo suyo se debe a la combinación de varios ingredientes, que enumeran: para empezar, la suerte, pero también el trabajo, las buenas notas que favorecen disfrutar de becas y la persistencia. Así que animan a echar currículums y solicitudes a todo tipo de ofertas, incluso a aquellas para las que a primera vista no se cumplen los requisitos. Y también a hacer contactos y a quedar bien con todo el mundo. Nunca se sabe dónde va a saltar la liebre. Ellos sí recibieron la llamada o la comunicación que les proporcionaba un puesto de trabajo.

Pese a que la fortuna les sonríe, son conscientes de que pertenecen a una generación «muy puteada»: «Si no estás en casa de tus padres, vivir es muy difícil, sobre todo por la vivienda, porque la vida como tal no es tan cara en Málaga», señala una de estas jóvenes biólogas, Anabel Berrocal, que trabaja como técnica superior en el Instituto de Hortofruticultura Subtropical y Mediterránea 'La Mayora', de la UMA y el CSIC con un contrato indefinido. Ella dice que su sueldo sí está algo por encima del salario mínimo interprofesional, pero su amiga África afirma que con su beca FPU (formación del profesorado universitario) apenas le daría para pagar lo justo, una habitación y los gastos más básicos.

Marina, por su parte, explica que sí, que su remuneración por un contrato enmarcado en el Programa Investigo de la Garantía Juvenil en el Hospital Civil se puede calificar de generosa, pero esa relación laboral tiene fecha de caducidad y está segura de que una vez de regreso al mercado laboral no mantendría su nivel de ingresos actual, así que no puede hacer planes a largo plazo y continúa viviendo en su domicilio familiar: «En la empresa privada te exigen de todo, años de experiencia, que conozcas todas las técnicas de investigación, pero los salarios que ofrecen son bajos», lamenta. Alejandro, que trabaja en el Oceanográfico, incide en el problema habitacional de la ciudad y de la provincia: «Nos gustaría tener nuestra propia casa o no tener que compartir con tres personas más, pero la respuesta de la administración es que hay muchos pueblos del interior a los que nos podemos mudar. Sin embargo, lugares como Campanillas, como Coín o Rincón, ahora mismo, ya tienen los mismos precios por habitación que Málaga capital. Así que estaríamos hablando de mudarnos a la sierra, a Casabermeja y similares...».

«Nos gustaría tener nuestra propia casa o no tener que compartir con tres personas más, pero la respuesta de la administración es que hay muchos pueblos del interior a los que nos podemos mudar»

¿Pero hay trabajo para científicos jóvenes en Málaga? Ellos son la demostración de que sí. Aunque su temprano sondeo del mercado les autoriza también a emitir una evaluación global de las oportunidades laborales asociadas a su especialidad. Marina explica que sí hay oferta de empleo en el campo científico en la ciudad y en la provincia, pero considera que no es suficiente para absorber toda la demanda. Con todo y con eso, dice que no se plantea irse a otro sitio: si Barcelona podría ser, dentro de España, la ciudad con más oportunidades para los científicos, el coste de la vivienda allí y los bajos salarios ofertados hacen que no le merezca la pena dejar Málaga. Anabel añade: «Hay mucha competencia: Málaga es un lugar muy atractivo y viene mucha gente de fuera; además, los puestos de trabajo que ofrece no son suficientes fuera de los que no están ligados estrictamente al turismo. Los biólogos no tenemos tanta oferta».

Primera generación de universitarias en la familia

África y Anabel pertenecen a la primera generación de su familia que ha ido a la Universidad. Y eso marca. Es una hazaña. Y a veces supone tener que nadar contracorriente y desafiar los deseos de los progenitores. Así que, por ejemplo, África dice que su familia nunca llegará a estar contenta del todo con sus logros porque en casa querían que estudiara Medicina y ella optó por Biología. Y tampoco entienden mucho la carrera académica que ha elegido seguir. Pero esto es algo que también le sucede a Marina, aunque ella no sea la primera universitaria de su familia ni pertenezca a la primera generación con estudios superiores; esta joven también se enfrenta a su particular 'Lost in Translation' en casa, porque sí es pionera en emprender una carrera científica y los suyos no comprenden que para poder investigar se necesita, entre otras cosas, que el grupo en el que se integre la chica tenga financiación pública, por ejemplo.

África desde hace un año y medio trabaja en el Departamento de Ecología y Geología de la Universidad de Málaga. Cursa un doctorado con la citada beca FPU. «La nota no lo es todo, hay que valer también para investigar, hay que tener aptitudes para ello, pero sin nota no tendría financiación», explica, haciendo alusión a cómo en su casa sí percibe el orgullo porque sus estudios no hayan tenido coste como consecuencia de las buenas calificaciones que ha tenido siempre. «¿Somos estudiantes brillantes? Eso es muy relativo», se reflexiona en algún momento durante la conversación. Pero pronto sacan a relucir que, claro, en sus expedientes se cuentan varias Matrículas de Honor.

«Si todo va bien, haré una carrera clásica de investigadora. Es una decisión que hay que tomar. De momento, me gusta, ya he estado viajando y mi pareja lo aguanta. Éste es el mayor dilema de todo investigador»

África está investigando para su tesis doctoral, enmarcada en varios proyectos internacionales y que versa sobre la regeneración de praderas marinas y sus especies propias, ya que señala, por ejemplo, que hay flora y fauna antes presente en Málaga que ahora está perdida. Y combina la investigación con la docencia. «Si todo va bien, haré una carrera clásica de investigadora. Tras los cuatro años de doctorado en Málaga, me iría a otro país con un contrato postdoctoral de varios cursos para seguir investigando sobre lo que estoy trabajando o sobre otro tema. Después sí me gustaría volver a Málaga; optaría a una plaza pública aquí. Pero, normalmente, antes de los cuarenta años la gente no suele estabilizarse». Así que sabe que la suya es una carrera de fondo que implica montar casa temporalmente en otra ciudad o en otro país: «Es una decisión que hay que tomar. De momento, me gusta, ya he estado viajando y mi pareja lo aguanta. Éste es el mayor dilema de todo investigador», dice.

Y su pareja lo entiende porque es Alejandro, que ahora mismo disfruta de la beca del programa JAE Intro ICU, del Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). Trabaja, de hecho, en un organismo adscrito recientemente al CSIC, en el Instituto Español de Oceanografía. En concreto, con el grupo de túnidos y grandes pelágicos oceánicos, que está formado por científicos y técnicos que desarrollan su actividad en todos los lugares del mundo donde opera la flota atunera española. El objetivo de ese colectivo en el que se integra es la conservación de los recursos pesqueros y tiene dos líneas de investigación principales: la reproducción de especies de túnidos y el monitoreo de la pesca con palangre en el Mediterráneo, ya que se trata de una parte de la flota comercial con la que se capturan atunes o pez espada y con la que se producen a veces capturas accidentales de cetáceos y tortugas. A Alejandro le gustaría seguir trabajando en el Instituto Español de Oceanografía, porque ahí puede realizar investigación aplicada a la economía y con preocupación por las comunidades pesqueras y la flota. Aunque, como su pareja, también querría hacer la tesis doctoral y proseguir con la trayectoria clásica de investigación: los años posdoctorales fuera de España y lograr plaza de investigador titular.

«Fue un golpe de suerte después de haber empezado en junio de 2023 a buscar trabajo en serio. Tras medio año echando currículums por todas partes, realicé una solicitud a través de I-Tramita, la web de la Universidad, y me cogieron»

Las oposiciones, el plan B de la ciencia

Anabel, por su parte, tiene un contrato indefinido desde hace casi un año como técnica de laboratorio superior para el cultivo in vitro de plantas tras haber cursado el master en avances en biología agraria y acuicultura en la Universidad de Granada. «Fue un golpe de suerte después de haber empezado en junio de 2023 a buscar trabajo en serio. Tras medio año echando currículums por todas partes, realicé una solicitud a través de I-Tramita, la web de la Universidad, y me cogieron. Mi puesto me gusta. Estoy muy contenta. Para empezar, está muy bien». Pero desde esta primera experiencia, explica que se le abren dos posibilidades, que no pasan en su caso por el doctorado y una carrera investigadora dentro de la academia: prepararse oposiciones para ser personal investigador de la Universidad o inclinarse por la empresa. Esta segunda opción le parece más difícil, por los requisitos que piden en el sector privado sobre todo en años de experiencia. Así que parece que todo apunta a que su futuro está en las oposiciones. Aunque su sueño es dedicarse a la mejora de las plantas y de su productividad para adaptarlas a las condiciones climáticas cambiantes actuales.

Marina, la cuarta de estos amigos que SUR conoció en la fiesta de la cabra en Casabermeja, porque son amantes del queso y se dejan ver en cualquier festejo que se celebre en la provincia en que se pueda degustar este manjar, tiene un contrato predoctoral en Hospital Civil enmarcado en el programa de Garantía Juvenil. Se queja de que es un poco parco, puesto que sólo se puede acoger jóvenes de entre 18 y 25 años, por lo que si se exige Grado y Máster para disfrutarlo, en realidad únicamente cubre, en el mejor de los casos, dos años de la vida laboral. Pero lo está disfrutando mucho: ayuda en el trabajo de investigación de un grupo que se centra en la enfermedad de Crohn y la obesidad. Lo suyo, ha descubierto a medida que ha ido avanzando en sus estudios y experiencia, es más la biología de bata -en el laboratorio- que la de bota -la de patear ecosistemas, la del trabajo de campo con animales y plantas-, al contrario de lo que pensaba al principio. También quiere seguir la carrera de investigadora: es la oportunidad que se le ha abierto con el contrato predoctoral que tiene ahora. Pero no descarta opositar: «Es el plan B de la ciencia», dice. Y éste sería un camino que no sólo le conduciría a la docencia, también podría optar a ser ayudante en investigaciones, porque a ella, insiste, lo que le gusta es el trabajo en el laboratorio.

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