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Una noche de septiembre. Es viernes. En un café al pie del cauce del Guadalmedina se respira una atmósfera especial; parece una célula, una síntesis, de la Málaga más cosmopolita:se escucha hablar en inglés con muchos acentos y más y menos seguridad y aplomo según la latitud de procedencia de quien usa el idioma –a los locales les cuesta algo más que a los nórdicos–. También se oye español con tonalidades de uno y otro lado del Atlántico y de quienes tratan de aprender esta lengua –se nota que muchos se tiran a la piscina del chapurreo de un idioma extranjero con determinación, aunque a veces les falten las palabras–. Además, cada tanto, sale un 'mamma mia' de un inconfundible italiano de Nápoles.
Se salta de una lengua a otra con naturalidad, casi espontáneamente. Además, los rasgos físicos de quienes se reúnen muestran que su procedencia es global:al menos de cuatro continentes. Eso sí, se percibe que hay personas con la inseguridad, la timidez y el tanteo de las primeras veces. Pero para otras es una cita ya habitual para comenzar el fin de semana y conocen a mucha gente de la congregada. Aunque abundan las presentaciones y las síntesis sobre la nacionalidad y la ocupación de cada cual.
Todos ellos forman una comunidad de intercambio de idiomas, Málaga Tándem Club. Su alma mater también está por allí, recibiendo al personal, que abona dos euros por una sesión práctica de conversación en la lengua que pelea por aprender. Ella es Leticia Leermakers, cuyo proyecto es reflejo de su propia historia:nació en Argentina, pero hace veinte años, por la situación económica y de inseguridad de su país, hizo las maletas y se vino a España. Su primer destino fue Cuenca, donde desembarcó constituyendo parte de los dos centenares de compatriotas profesionales todos ellos formados del sector de la hostelería para dotar de mano de obra cualificada a la España vaciada. Llegó con avión pagado, contrato de trabajo y vivienda. Pero de la ciudad de las casas colgadas decidió partir a Benalmádena, donde también se dedicó a la hostelería. Pero se sentía estancada, necesitaba dar un salto adelante. Por eso, hizo las maletas de nuevo y se plantó en Londres para perfeccionar su inglés, herramienta que consideraba indispensable para prosperar. Y, de hecho, en la capital británica ya probó algo que ahora, con matices, es su actividad principal:la organización de eventos.
Cuando volvió a España tenía claro que quería crear un proyecto propio.Y que éste tenía que responder a su necesidad de no estar sola, de integrarse en el país, que permitiera socializar y que le ayudara a no perder el idioma, el inglés, que ahora ya sí dominaba a la perfección tras su paso por el Reino Unido. Así nació primero su ruta de tapas por Málaga, que a continuación mutó en los actuales encuentros prácticamente diarios para el intercambio de idiomas. Éstos incluyen las quedadas en los bares para tomar algo y charlar –Málaga Tándem Club tiene acuerdos con varios establecimientos del centro de la ciudad–.
Aquí, contrariamente a lo habitual, las conversaciones no están ordenadas, no está pactado que se habla media hora en español y media hora en inglés, por ejemplo, sino que se deja que la conversación fluya. Leermakers piensa que de esta manera el intercambio es menos repetitivo y más rico. Aunque también hay días, como un martes en que SUR se pasa también por estos encuentros, en que se organizan juegos y actividades más regladas o más ordenadas, como las que podrían tener lugar en cualquier academia de idiomas. Asimismo, cuenta Leermakers, a veces se incorpora un profesor que da algunas nociones para luego practicarlas. Y se organizan otras actividades para utilizar los idiomas en otros contextos, como el senderismo, catas de vinos, visitas de exposiciones, karaoke o la navegación en kayak. El objetivo: ganar soltura y capacidad de comunicación en cualquier circunstancia.
Estas quedadas dibujan un microcosmos de lo que es Málaga, una ciudad compuesta por sus locales, pero también por los expatriados por trabajo, por los nómadas digitales y por quienes se mudan a la Costa del Sol por puro placer.
José Vallejo, un recepcionista de 42 años, forma parte de los primeros. Dice que en su trabajo tiene que hablar en inglés, pero que las conversaciones que mantiene siempre son muy parecidas. Así que las sesiones de intercambio las aprovecha para hablar de otros temas y ampliar su vocabulario y su desenvoltura con el idioma. José Mila, de 25 años, trabaja en el Parque Tecnológico y lo que persigue con estos encuentros es no perder fluidez. Lo mismo que Pablo Valderrama, de 28 años, que es ingeniero informático, es posible que se cambie de trabajo y en la nueva empresa es probable que sí necesite el inglés.
Michael Toeth, mientras tanto, forma parte del colectivo de expatriados que hay en la ciudad, atraído por sus oportunidades laborales en el campo de las nuevas tecnologías. De hecho, él es consultor informático, trabaja en una compañía estadounidense ubicada en Málaga, pero allí el idioma en el que todos se comunican es el inglés. Tiene interés en aprender el español y por eso, además de haber contratado a una profesora particular, se ha sumado a los encuentros de intercambio de idiomas. Lo mismo le pasa a Jennifer Nylen, china que emigró a Suecia y de ahí, a España, a Málaga, por el clima y la comida: trabaja en una compañía sueca y ahí no tiene oportunidad de practicar el castellano e integrarse con la población local.
Algo parecido le sucede a Milena Golinska, polaca de 25 años, que trabaja en una empresa danesa: en su entorno laboral apenas habla español y quiere darle un empujón al aprendizaje del idioma. Golinska también nos confía que, según su experiencia, los españoles son tímidos cuando hablan otros idiomas, les da vergüenza, por ejemplo, hablar en inglés, y que es algo que se le puede estar contagiando cuando ella trata de hablar español.
Sobre esa cuestión, una opinión autorizada, porque es profesor de inglés, es la de Ben Seidel, escocés, de 25 años, que lleva apenas un mes en Málaga, pero que ya ha pasado doce años en España, en concreto en Estepa (Sevilla), que fue adonde se mudó con sus padres cuando éstos se jubilaron. Seidel dice: «Se enseña mal el inglés, porque sólo se enfoca a la gramática y lo más importante es que te puedas comunicar».
Ben Seidel
Profesor de inglés. Escocés con un mes en Málaga.
Por eso, Jaime González, colombiano, que primero participaba como usuario en los intercambios, y ahora colabora en su organización, le da tanta importancia a la iniciativa de Málaga Tándem Club: se incentivan las conversaciones «reales». Se habla de todo, aunque se tratan de evitar los temas de conflicto: fútbol, política y religión. Aunque a veces es inevitable tocar alguno de ellos. Por ejemplo, cuando nos topamos con Victor Zelenin, que es ucraniano. No ha venido a Málaga fruto de la guerra, ya que llegó aquí antes para trabajar como ingeniero informático, pero la sufre en la distancia:su padre y su hermano están en el frente y su madre se ha ido a Estados Unidos, donde reside su hermana. Las sesiones de intercambio de idiomas le ayudan, además de a mejorar su nivel de español, a distraerse y a conocer a gente. También forma parte del grupo Amro Masri, palestino de Nablus de 29 años de edad, y es lógica la curiosidad que suscita y el interés por que hable de la situación de su familia en un contexto en el que también los propios israelíes están protagonizando protestas masivas contra su Gobierno. Así que, sí, a veces se habla de política.
Y, dada la sofisticación a veces de las conversaciones, Ibrahim Zaoum, ingeniero químico de 26 años, explica que, para acudir al intercambio de idiomas y sacarle partido hay que contar con un nivel medio, con un B1. «Si no, no vas a entender nada», avisa. Aunque formalmente el grupo está abierto a personas de todos los niveles. Zaoum pertenece a las nuevas generaciones autodidactas, que emplean aplicaciones informáticas, YouTube o intercambios on-line para aprender idiomas, aunque reconoce que fue en el instituto donde consiguió la base sobre la que va construyendo su aprendizaje de las lenguas.
También hay un buen puñado de nómadas digitales que acuden a los intercambios de idiomas. Mohammed Haloui tiene 28 años y es marroquí. Estudió Administración de Empresas en Estepona. Ha creado su propia empresa de marketing digital y trabaja a distancia desde Málaga. Dice que esas citas, además de para mejorar sus idiomas, le sirven para aprender de las experiencias que se comparten entre los participantes y también para hacer contactos, para hacer 'networking'. Kam es británico y también ha escogido Málaga para teletrabajar después de haber recalado en Gran Canaria. Y Ferry van Dyk, de 39 años, holandés, se ha mudado a Málaga por amor –aunque no sólo, insiste–, y desde aquí teletrabaja para una empresa de desarrollo de software de su país de origen. Tras cuatro meses en la ciudad, ya chapurrea un poco de español.
También hay quien se muda a Málaga sólo por el puro placer de vivir en la Costa del Sol, como es el caso de Tass Copping, británica de 52 años, que podría quedarse ya para siempre en la ciudad. Aunque en los intercambios de idiomas además hay lugar para quienes apenas están de paso, como la irlandesa Sorcha Nia Giolla, que es médica y está desarrollando una estancia de un mes para aprender español. Aunque el caso más impactante es el de una persona de la que omitiremos el nombre: es alemán y los servicios sociales de su país le dieron la baja por 'burn out' (estrés laboral). Necesita tener la mente activa, –«proteger su cerebro», en sus propias palabras– y para ello, o aprendía a tocar un instrumento o a hablar una nueva lengua. Escogió lo segundo. Y entre todos los idiomas posibles, el español, para aprenderlo en una provincia amable y cosmopolita.
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