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El mar, al igual que las ventanas de un hogar, esconde cientos de historias en sus profundidades. La que hoy nos ocupa toca tierra a ... diario en la Caleta de Vélez esperando a que alguien la recoja. No llega en forma de mensaje embotellado, sino de carne y hueso, con nombres, apellidos e ilusiones. Sus protagonistas, una decena de hombres que escriben su historia mientras el resto duerme, navegan la madrugada a través del Mediterráneo a bordo de 'Nuevo el Kiko', un barco de medio tamaño dedicado a la pesca de cerco que se ha convertido en la forma de vida de sus tripulantes.
Hoy no era la noche. En los últimos días las costas de Torremolinos han alojado multitud de bancos de peces, especialmente boquerones. «Hay más peces de los que podemos pescar», señala con cierta esperanza Israel Martín, propietario y capitán de 'Nuevo el Kiko', mientras se dirige a la zona donde espera encontrar su tesoro del día. Sin embargo, hoy no era la noche. Tras navegar durante cuatro horas para alcanzar el destino, el radar de sonar sigue sin mostrar atisbo de vida. Lo que ayer era un vergel, hoy no es más que un páramo.
«Los otros días nos hemos ido con los bolsillos llenos, pero hoy no quedan ni las piedras», lamenta Martín mientras charla por radio transmisor con el resto de barcos que faenan esa madrugada para ver si alguno ha dado con algo. «Charlamos con algunos, no con todos. Sabemos de algunos que, si encuentran algo, dicen que allí no hay nada, como si pudieran quedarse todo para ellos». Tras un rato uno de sus colegas comunica que se dirige a El Morche antes de tirar la toalla, a poco menos de cinco millas náuticas (nueve kilómetros) al Este de la Caleta. Israel duerme, pero su mano derecha, Antonio Téllez, de 21 años, decide probar suerte en El Morche, siguiendo la intuición de su colega. Mientras, el resto de la tripulación descansa en las cabinas inferiores.
Esa noche, 'Nuevo el Kiko' y otros tantos de los once barcos que aún quedan en la Caleta de Vélez regresan a puerto sin un mísero kilo de pescado. Martín intenta convencerse a sí mismo haciendo hincapié en que eso no ha de desanimar a nadie. «Son gajes del oficio. Lanzarse al mar es hacerlo al vacío, no hay una fórmula escrita para el éxito. Hay veces que te embarcas, como hoy, y no consigues nada». Pero la falta de sueño y la mala faena solo dejan caras largas entre los presentes. Y con razón. Hoy la tripulación no cobrará.
Los beneficios de la venta del pescado se reparten, en diferentes proporciones, entre los trabajadores que faenan esa noche. «Nos hemos llevado 1.200 euros en las últimas dos semanas, pero también las hay flojas y te llevas mucho menos», comenta Manuel Ramón Fernández mientras se lía un cigarro, uno de los pescadores que conforman la tripulación de Martín. Esta incertidumbre de qué pasará mañana es, según él, una de las razones de que la profesión tenga cada vez menos mano de obra. «La mayoría de gente prefiere un sueldo fijo. Que llegue el fin de semana y sepas que vas a poder salir. Aquí, si el mar no se comporta, los días de descanso te toca quedarte en casa». Aunque asegura que por mala que sea la temporada, «mil eurillos sacas». Fernández lleva cuatro meses trabajando en 'Nuevo el Kiko', pero doce años dedicándose a esto. Su caso es un claro ejemplo de la falta de mano de obra que sufre la profesión. Un jueves dejó el anterior barco y al día siguiente ya le estaban llamando para embarcarse aquí. «Tuve que quejarme ¡Cojones! Dejadme hasta el miércoles, que descanse un poco».
Lo que hoy navega las costas malagueñas no es más que una sombra raquítica de la flota de antaño. La Caleta de Vélez, que es el lugar que más barcos aloja en la provincia, cuenta con once barcos, Marbella con cinco y Fuengirola con uno que, ni siquiera faena. «Hay más peces que nunca y aún así estamos ante la extinción total por la mano de obra», lamenta el patrón. Aunque este problema va más allá de nuestras costas. En Castellón, por ejemplo, hace veinte años navegaban 50 barcos dedicados a la pesca de cerco. Ahora quedan ocho, según comenta Martín.
«El relevo generacional cada vez es menor y cada día hay más extranjeros embarcados», comenta al respecto Carmen Navas, presidenta de la cofradía de la Caleta de Vélez, sobre una profesión que va más a la deriva año tras año. De hecho, si no fuese por la mano de obra extranjera, 'Nuevo el Kiko' no contaría con marineros suficientes para salir a faenar.
Es el último en poner un pie en el barco a la hora de desembarcar, pero en realidad es el primero en llegar y el último en irse. Israel Martín, a sus 33 años, es uno de los dos patrones más jóvenes que capitanea esta clase de embarcaciones en Málaga. Lleva el agua salada en la sangre por herencia. Su familia ya se dedicaba a esto y su admiración a la profesión nace desde muy temprana edad. Una década atrás se aventuró por primera vez a adquirir su primer barco con su hermano, «un pesquero que compramos a mi tío». Hasta que en abril de 2021 adquirió 'Nuevo el Kiko'. Cuenta que Ana, su pareja y madre de su hija Coral, de apenas tres años, le pide que busque otra cosa, pero la inversión (en torno al medio millón de euros) le ha ligado al Mediterráneo más allá de la sangre. Hay lazos de sangre y otros de cartera.
Sufre déficit de atención severo: «No soy capaz de ver ni una serie, solo la música me distrae». El sueño se le acumula. «Recuerdo que en un viaje a Altea durmió catorce horas seguidas. No había manera de despertarlo, ¡creí que había muerto!», cuenta Téllez entre risas. Porque la pesca es más que un trabajo. Para estos hombres se ha convertido en una forma de vida. «A mí me meten en una oficina y me matan», sentencia Martín.
Junto a él, en el puente de mando, duerme Antonio Téllez, de veintiún años. O mejor dicho, pasa las noches en estado de vigilia «Antonio es el único que no duerme en toda la noche, no sé cómo lo hace», resalta Martín. El caso de Téllez es de los más peculiares, pues es de los pocos locales que aún quiere dedicarse a esto sin tener una familia arraigada a la mar. No le viene por tradición familiar «sino por mis amigos, que acabaron arrastrándome». Tiene 21 años pero es un veterano que embarca desde los doce. Y no imagina otro horizonte: «Yo me veo toda la vida aquí». Tras sacarse la ESO hizo un grado medio de deporte pero nunca ha llegado a trabajar de ello. En menos de un mes se sacó los permisos necesarios para trabajar en el mar y embarcó en 'Nuevo el Kiko'. Martín le enseñó el oficio para convertirlo en un maestro. Hoy son los únicos que pueden arreglar el motor en caso de rotura. «Una vez gripó y tuvimos que descolgarlo para que se lo llevaran. Pasamos toda una noche y un día quitando tornillos metidos en la sala de máquinas», recuerdan.
Mientras Téllez fuma uno de los tantísimos cigarros que consume a lo largo de la noche, Manolo Heredia, el cocinero del barco, le ha traído a Fernández una bacoreta disecada para que la pruebe. Una especie de atún más pequeño y más tierno. Heredia lleva toda la vida dedicándose a esto, aunque con parones «porque tengo dos hijas y cuando eran pequeñas a veces no me llegaba ni para la leche». Por eso aprovechó la oportunidad cuando le salió un trabajo «en los hierros», dieciséis años que le han terminado pasando factura: una artrosis y otros dolores, muchos en la columna vertebral, le hicieron volver al mar.
Ahora maneja los fogones de la embarcación y cocina lo que le pidan. No tiene formación específica, pero trabajó en un restaurante como camarero hasta los dieciocho años y allí, cuenta, aprendió el oficio. Se desenvuelve con sartenes y cuchillos para cocinar cualquier receta. Arroces, pollo al ajillo e incluso sopa de pescado para desayunar. Las épocas de vacas flacas no son como antes y sus hijas ya tienen 34 y 38 años. Para Manolo, este es un trabajo esclavo por la cantidad de tiempo que ocupa: «El problema es la cantidad de horas que pasas en el barco. Son muchas».
En sus camarotes, mientras esperan a que aparezca algo que pescar, hace noche Mamadou Sene, un senegalés de veintiocho años que cruzó el estrecho en patera hace siete años. Antes de dar con Martín, quien le consiguió los papeles, Sene tuvo que buscarse la vida como pudo con trabajos precarios. «Ahora soy feliz. Es un trabajo duro, pero a mí me gusta». Sene, que vive en Miraflores de los Ángeles, anda todas las noches hasta el centro de la ciudad, coge un autobús de más de una hora hasta la Caleta de Vélez y camina desde la parada hasta el puerto. Tras terminar de faenar, todo se repite. Camina hasta la parada, coge un autobús de más de una hora hasta Málaga y camina desde la parada hasta su casa.
Le encantaría tener un coche, uno grande. Pero ni siquiera se lo plantea. Su objetivo es ahorrar dinero para poder comprar una buena casa en su tierra natal, donde vive su familia, y pasar allí las vacaciones. En cuanto Martín conoció a Sene no dudó en incluirlo en su tripulación e ir a por su hermano Abdourahmane Sene, de veintisiete años, y su primo Abdoulaye Sarr, de veinticuatro años, a Senegal. «Esto no es caridad, no te confundas. Yo tengo aquí a Mamadou y me traje a su hermano y primo porque son de los mejores trabajadores que podría tener. Son leales y auténticos leones», sentencia Martín. En diciembre de 2023, apenas unos días después del cumpleaños de Mamadou Sene, el arte quedó enredado, dejando la red fuera de servicio en plena faena. Sin pensarlo un segundo, Sene se lanzó al agua con un cuchillo para cortarla y liberar la red. «Después bajé corriendo a la sala de máquinas para secarme».
Prácticamente todos los últimos trabajadores que han hecho noche en los camarotes de 'Nuevo el Kiko' son extranjeros de múltiples nacionalidades. Aunque son pocos los que aguantan, el futuro de la profesión, que pende de un hilo, parece pasar por la mano de obra extranjera.
Ya apenas hay locales que quieran dedicarse a esto, pero los que quedan no lo cambiarían. Israel tiene claro que alejarlo del mar sería matarlo en vida; Manuel Ramón sueña con un marisquero, de menor tamaño y menos tripulación a su cargo; Manolo aprovecha sus días libres para ir a pescar con la caña. Y Antonio, a pesar de las dificultades que asolan a la profesión, espera trabajar toda la vida de esto. «Hay un dicho que dice que quien empieza a trabajar en la mar, cuando se va del trabajo, al final siempre vuelve. Porque la mar y su sal tiene algo que atrapa y, una vez la pruebas, ya no puedes vivir sin su frío y sin su olor».
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