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Un bloque de coquetos balcones en pleno centro de Málaga flanqueado por edificios de apartamentos turísticos. Se abre el portal y tras caminar unos pocos pasos por un oscuro pasillo aparece un patio de luces con paredes blanquísimas. Está nublado, aún no se ha abierto el cielo, pero es un espacio que resplandece. Siguen unas escaleras que, si se suben hasta el final, llevan a una azotea donde se hace la vida que pide un lugar de tan hermosas vistas como las que ofrece sobre la ciudad: ahí celebran reuniones los vecinos con delicias culinarias tan multiculturales como dicta su origen. La presidenta de la comunidad es Andrea, venezolana de 39 años, ingeniera química como su marido: «Este es un sitio tranquilo, se vive bien», dice.
El bloque tiene 20 apartamentos, uno de los cuales se arrienda por habitaciones. Así que son 21 familias las que ahí tienen su hogar. Pagan alquileres de 200 o 300 euros, más o menos. «En ningún caso precios de mercado», señalan quienes gestionan el inmueble, este refugio que es más que digno... es bello, de la belleza a la que tendría que tener derecho todo el mundo en su entorno.
Este proyecto de Cáritas, que es relativamente nuevo, ya que data de 2021, ofrece estabilidad a las personas y ayuda de largo recorrido para convertirse en una plataforma que propulse hacia una vida completamente autónoma. El hecho de que se cobre una renta, que los inquilinos hayan firmado un contrato de alquiler, que no se trate de un alojamiento gratuito, tiene ese mismo sentido: «Esto no es beneficencia», se encarga de asegurar el equipo que forman María Jesús Oliveira, responsable del área de Acción Social de Cáritas en Málaga, y Pilar Delgado, técnica de este proyecto, llamado Casa Belén. Para la autoestima es muy importante saber que se paga por el techo.
Las personas y las familias que llegan a este recurso de Cáritas –de los muchos con que la organización cuenta en la provincia y que dan cobijo a alrededor de 500 personas en total atendiendo al perfil de vulnerabilidad que se sufra– lo hacen derivadas de las Cáritas parroquiales. Y suelen responder al tipo de personas que necesitan un empujón y un poquito de margen para adquirir la total autonomía o para quienes, con el fin de terminar de reordenar su vida, es fundamental contar con la paz mental que proporciona tener la cuestión habitacional resuelta ahora que el mercado inmobiliario se ha convertido en una jungla en Málaga y otras muchas ciudades españolas.
Así, por ejemplo, ahí vive una pareja que estaba estudiando y que tuvo un hijo de forma inesperada: en este refugio dispone de un espacio para los años que requiera finalizar su formación y poder dar el salto al mercado laboral en mejores condiciones. «Para este proyecto buscamos personas que tengan ganas de salir adelante y les acompañamos en su empleabilidad. En diciembre salió una chica a la que esta casa le sirvió de trampolín: ha emprendido, ha puesto una peluquería africana».
Muchas de las personas que viven en este edificio trabajan, pero aún así no pueden llegar a los exorbitados precios de mercado: «Si cobran 1.200 euros y el alquiler les cuesta 1.000 euros, a ver qué pueden hacer». Ernesto Juárez, secretario general de Cáritas Málaga, proporciona datos que informan del problema inmobiliario: «La vivienda es el mayor condicionante a que se enfrentan las familias que vienen a Cáritas. El último informe de Foessa –servicio de estudios de la institución– indica que el 20% de hogares de menor renta tiene que destinar el 70% de sus ingresos a pagar la vivienda y en nuestra memoria del año 2023 se recoge que casi el 20% de las familias que piden ayuda a nuestra organización viven en habitaciones realquiladas, y ya no son sólo personas solas, también parejas, incluso con hijos». De ahí que el 26% de las ayudas directas que da Cáritas en Málaga sean para vivienda, fin al que en el último año del que hay datos disponibles se destinaron más de 630.000 euros.
20% de quienes piden ayuda a Cáritas en Málaga
viven en habitaciones realquiladas, y ya no son sólo personas solas, también hay parejas, incluso con hijos
Juárez pone de relieve que si bien en la Unión Europea el parque de vivienda pública en alquiler es de un 8%, en España apenas es del 2,5%. «Hay que reforzar la política de vivienda; es necesario un compromiso de todas las administraciones», demanda. Esta entidad, mientras tanto, seguirá actuando de red de soporte, de recurso, de colchón… todo lo que haga falta, en espacios como Casa Belén, donde Bea, de 43 años, sabe que sus niños tienen un mejor ambiente para llegar a ser unos adultos sanos y buenos.
Andrea, 39 años
Andrea (nombre figurado) tiene 39 años, es venezolana y vino a España junto a su esposo que, como ella, es ingeniero químico, ambos con experiencia trabajando en la estatal PDVSA. «Teníamos un estatus que luego se destruyó, pero mereció la pena para salvar a nuestro hijo. Y seguimos de pie cada día. Es duro mantenerse firme, pero lo hacemos», afirma Andrea que, revela, en ese momento, cuando tomaron la decisión de cruzar el Atlántico, tenía un embarazo de riesgo: «Queríamos tener nuevas oportunidades y como la sanidad se ha deteriorado tanto en Venezuela, había posibilidad de que perdiera el bebé, así que nos vinimos a España». Llegaron al país como solicitantes de protección internacional y recibieron el acogimiento y el apoyo de CEAR (Comisión Española de Ayuda al Refugiado). Al principio, como no tenían documentación para trabajar, su marido comenzó a colaborar como voluntario en Cáritas en Ciudad Jardín. Se les acabó el respaldo de CEAR y se fueron a vivir por su cuenta. Se alquilaron una vivienda en El Palo por 500 euros: «Se nos hacía muy difícil pagar», reconoce. «Trabajamos en cualquier ocupación, en la hostelería… ahora mi marido es montador de stands en ferias y hasta hace una semana yo era camarera de piso», explica. Pero la inestabilidad ha sido norma en su vida laboral.
Su gran ambición es la de insertarse en su actividad profesional, en la que es su especialidad, la Ingeniería Química, y con esa meta siguen formándose, estudiando inglés, haciendo cursos… Su problema en las entrevistas de trabajo es que les preguntan qué ha pasado en los últimos cuatro o cinco años, por qué ese vacío en su carrera, pero es que la homologación de las titulaciones académicas se demora todo ese tiempo. El suyo, el de la pareja, reflexiona la mujer, es un talento que no le ha costado nada a España y que el país está desaprovechando. Y ese valor lo ha heredado su hijo, que ahora tiene cinco años y al que se le han diagnosticado altas capacidades. Sea como sea, la familia no ceja en su empeño. «Lo vamos a lograr», afirma en la azotea de ese edificio del centro de Málaga donde han encontrado un hogar bonito, acogedor, estabilidad y una plataforma para construir su futuro: «Yo sé que lo vamos a lograr», insiste, emocionada y con determinación.
A esta casa la familia llegó en el año 2021. Cuando vivían en El Palo, participaban activamente en la parroquia del barrio y ahí también recibían ayuda. Fue justo en ese lugar donde les informaron de la existencia de la vivienda en la que ahora residen, se analizó su situación y la organización, Cáritas, determinó que era una familia idónea y que aprovecharía ese refugio para prosperar. «De lo contrario, nos veríamos en la calle», reconoce ahora Andrea. Como recursos, la familia cuenta con los de los trabajos que va encontrando la pareja y que tienen que complementar con el Ingreso Mínimo Vital del que son beneficiarios. Además, son usuarios del economato de Lagunillas, donde compran frutas, verduras y otros bienes de primera necesidad a mejor precio después de la evaluación efectuada por los servicios sociales del Ayuntamiento. Es muy duro para una familia que en su país de origen tenía una situación desahogada verse ahora así. Pero el techo que le proporciona Cáritas en realidad es una red de seguridad, una plataforma, que les da seguridad y estabilidad para poder, poco a poco, ir construyendo una vida completamente autónoma. Como recuerdan todos: ahí no viven gratis, pagan un alquiler.
Bea, 43 años
Bea (nombre figurado) tiene 43 años y es madre de cuatro hijos. El grande, de 24 años, ya se ha independizado. Así que en este hogar reside con los otros tres, de 19, 16 y 13 años desde hace ya un lustro. «Antes de llegar aquí tuve un camino muy difícil», sintetiza. No ha dejado de trabajar desde que tenía ocho años, pero casi siempre lo ha hecho en la economía sumergida, así que oficialmente cotizados apenas son media docena los que le constan; en la conversación que mantiene con SUR no ha salido, pero seguro que tiene en la cabeza que en la vejez se le pueden complicar las cosas si su inserción en el mercado laboral no mejora o si no se desconectan las prestaciones públicas de lo cotizado para conectarse con las necesidades reales de cada persona.
Cuando sus hijos eran pequeños, llegó a trabajar limpiando doce casas. Era la ocupación que le permitía conciliar, porque la gente que la empleaba le dejaba llevarse a los niños con ella. Puso carteles ofreciéndose como empleada doméstica por todo Teatinos y ella se limpiaba un montón de hogares de ese vecindario. Incluso llegó a montar una empresa de limpieza que terminó no prosperando porque no encontró trabajadoras tan implicadas y poderosas como ella. Es difícil igualar la fuerza de la naturaleza que representa esta morenaza alta que llega a casa montada en patinete y cargada con un montón de bolsas a la hora a la que ha quedado con este periódico: no tiene tiempo que perder, aprovecha cada hueco. Una familia como la suya no se cría sola. Ella ha llevado siempre el peso sobre sus hombros.
Después de trabajar en la limpieza, estuvo en la obra, ha sido peón de albañil, ha pintado bloques, ha restaurado chimeneas, casas mata, ha montado infraestructuras para espectáculos, ha instalado aires acondicionados, ha asumido incluso labores de carga y descarga, ha estudiado electricidad… Pero muchas veces además de en negro, de forma muy precaria, siempre eventualmente (perdón por el oxímoron). «Montando aires acondicionados ganaba 60 euros al día, no está mal, pero no estaba asegurada. Me dio el trabajo un amigo. La gente ayuda como puede», justifica.
Así que lo mismo que se ha buscado la vida laboralmente, también ha tenido que recorrer muchas entidades para encontrar auxilio, ayuda. «Cuando llegué aquí –dice por la casa de Cáritas en la que reside– vine recomendada por doce sitios», presume. «Mi vida estable está siendo ahora», asegura, aunque todavía comprar carne, pollo, pescado «sigue siendo un milagro», sobre todo en las cantidades que requieren unos hijos que están en edades de comer como limas. Es algo que sucede en muchos hogares. Sea como sea, ahora tiene la paz mental que siempre proporciona tener un techo, sobre todo si no es a los inalcanzables precios de mercado de Málaga, y especialmente si, como es el caso, no se trata de una ayuda puntual, sino de largo recorrido, para darle tiempo a organizar su vida, y con apoyo, seguimiento, por parte de los profesionales de Cáritas.
Pero, para ella, este no parar de trabajar, este asumir trabajos durísimos, le ha conllevado problemas de salud impropios para una mujer de su edad, que apenas supera los 40 años. «El otro día estuve trabajando 18 horas, pero después no me pude levantar de la cama en otros dos días», confiesa. Así que ahora que podría disfrutar de la recompensa de tener un techo, de que sus hijos puedan estudiar porque tienen un lugar seguro para hacerlo, una mesa y una silla, una habitación –uno de ellos se ha sacado ya la ESO y también el carné de conducir, dice, orgullosa la madre–, ahora que pueden hablar de «su casa»... lamenta que ella siente que está «machacada». Y sufre cierta impotencia cuando analiza su vida: primero, cuando era más joven, crió a sus hijos, una vez que los niños crecieron se puso a estudiar, se formó como electricista, y aunque hace de vez en cuando chapucillas, las empresas no la contratan. No es fácil encontrar trabajo a partir de según qué edad. Pero confía en que un día sonará el teléfono y echará una firma a un contrato con todos los derechos y un sueldo digno. Si alguien está interesado en ofrecerle un empleo a ella y a la familia de Bea, puede ponerse en contacto con Cáritas Diocesana de Málaga.
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