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Alumnas del instituto Vicente Espinel (Gaona) hacen gimnasia en el patio del centro.
Cuando la letra entraba con sangre en la escuela

Cuando la letra entraba con sangre en la escuela

Los castigos corporales a los alumnos eran habituales en unas aulas marcadas por la religión y la doctrina del franquismo

Ángel Escalera

Sábado, 24 de enero 2015, 01:27

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El estado de la educación en Málaga a comienzos del siglo XX era pésimo. El déficit de escuelas y de profesores estaba detrás de que el índice de analfabetismo de los malagueños fuese el más alto de España. Tanto los docentes como los alumnos vivían tiempos muy duros. Los primeros ganaban un sueldo mísero. La frase «pasar más hambre que un maestro de escuela» reflejaba las penurias a las que se enfrentaban. Los segundos faltaban a clase con frecuencia para ayudar a sus padres en distintas tareas o para cuidar de sus hermanos.

La situación de la instrucción pública en la capital mejoró cuando republicanos y socialistas gobernaron el Ayuntamiento. Se pasó de 22 centros públicos a 90 y se puso en marcha un proyecto para conseguir una escolarización plena hasta los 13 años, pero la iniciativa se truncó al perder los republicanos las elecciones de 1915. Las deficiencias educativas se mantuvieron a lo largo de los años veinte. Si la media de analfabetismo en España era del 43,2%, la de Málaga se situaba en el 73,2%. Y eso que entre 1920 y 1930 se enseñó a leer y escribir a muchas personas.

Con la II República, los gobernantes malagueños se marcaron la meta de impulsar la educación pública y la escolarización. Así, creció el número de escuelas. Si en abril de 1931 había 88 en la capital malagueña, se alcanzó la cifra de 121 en 1934. Igualmente, se procuró que los maestros ganasen un salario más digno y se dotó a los colegios de más medios para afrontar sus necesidades formativas. El estallido de la guerra civil frenó ese proceso. Cuando lo que estaba en juego era la supervivencia, las demás cuestiones de la vida quedaron atrapadas en un pozo sin fondo.

Rezos y canciones

Las aulas no fueron ajenas al triunfo del franquismo. Todas las mañanas, antes de comenzar las clases, se izaba la bandera, se rezaba y se cantaba como el 'Cara al sol' o 'Montañas nevadas"'. Los alumnos, al más puro estilo militar, formaban en el patio por filas y edades bajo la atenta mirada de los maestros o sacerdotes en el caso de los colegios religiosos. Salirse de la hilera, hacer algún comentario o infringir las normas mientras se permanecía en formación se sancionaba, sin que hubiese reparo en darle un pescozón o un tortazo al alumno díscolo. Los castigos corporales eran frecuentes. Lo de «la letra con sangre entra» estaba en pleno apogeo (reglazos, tirones del pelo o de las orejas, poner de rodillas con los brazos en cruz y libros sobre la palma de las manos, coscorrones, etcétera).

A las enseñanzas tradicionales se unió una materia que tenía la misión de adoctrinar: la conocida como Formación del Espíritu Nacional (FEN), integrada en la trilogía de las asignaturas "marías" junto a la religión y la gimnasia. Los símbolos religiosos y franquistas acaparaban mucho protagonismo. En el centro de la pared de las escuelas había un crucifijo, flanqueado por los retratos de Francisco Franco y José Antonio Primo de Rivera.

En esa época el material que utilizaban los alumnos era reducido: un cuaderno, un lápiz, una pluma, un tintero, una goma y poco más. Para seguir el plan de estudios los escolares necesitaban tres libros: el de lectura, el catecismo y la enciclopedia (la Álvarez es la más famosa). No hay que olvidar los cuadernos de caligrafía Rubio ni el mapa de España colgado junto a la pizarra o la bola del mundo, en la mesa del maestro, para enseñar geografía.

El soniquete de los alumnos cantando la tabla de multiplicar era tan característico como recitar de memoria el catecismo o leer en voz alta vida de santos o pasajes de la España imperial. Había colegios masculinos y otros femeninos. En los pocos que tenían el grado de mixtos, los niños y las niñas no compartían las aulas, porque no se veía decoroso.

En algunos centros, religiosos sobre todo, se diferenciaba entre escolares de pago y de balde (aquellos provenientes de familias pobres), a los que de forma paternalista se les daba educación gratuita en esos colegios, que, supuestamente, eran mejores que las escuelas públicas.

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