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El comienzo de la desescalada mantiene a la comunidad científica con la respiración contenida. Aunque ya se hayan escrito miles de páginas sobre su origen ... y corto desarrollo, el comportamiento del coronavirus aún está rodeado de incógnitas. Por eso el catedrático de Genética y director de este área en la Universidad de Málaga, Eduardo Rodríguez Bejarano, insiste en «lo fácil» que resulta sacar conclusiones erróneas. Pero el escepticismo no le impide ser optimista: «Llegará un momento en que se controle. Todas las pandemias de la historia han acabado desapareciendo. De lo que se trata ahora es de que produzca el menor daño posible». Consciente de que «la sociedad necesita volver a cierta normalidad», este doctor en Biología recuerda que la presión de los hospitales se ha aliviado en los últimos días pero aún ignoramos el alcance de los contagios: «Hasta que haya una vacuna eficiente que llegue a todo el mundo, lo aconsejable sería conocer la situación epidemiológica exacta, sobre todo para evitar que surjan rebrotes o garantizar que podemos controlarlos».
La Organización Mundial de la Salud (OMS) lleva meses señalando el camino para conocer el impacto real de la enfermedad y tomar medidas en función de su propagación: «Test, test, test». Rodríguez Bejarano coincide en que España necesita «una red amplia de diagnóstico para monitorizar a la población», sistema que no debe limitarse a una sola prueba: «Hay que testar a la mayor cantidad posible de personas cada cierto tiempo con distintas técnicas para aislar a los positivos y evitar la transmisión. Controlado el virus, no habría que cerrar todas las empresas de Málaga ni quedarnos en casa». El catedrático también incide en la necesidad de extremar las medidas de higiene y mantener la distancia social durante los próximos meses, un reto para una cultura como la española, proclive al acercamiento y el tacto: «Debemos ser responsables aunque nos cueste adaptarnos, porque un repunte nos hundiría psicológicamente».
Un paso atrás significaría «perder todo lo que hemos conseguido estas semanas». Y en este punto deben conjugarse la responsabilidad social y las obligaciones de las administraciones: «El virus nos ha pillado fuera de juego, pero las pruebas tienen que llegar al mayor porcentaje posible de población para tener un mapa real de contagios y que, en caso de repunte, no nos demos cuenta porque las urgencias se llenen sino porque tenemos un sistema de detección de nuevos positivos». En el proceso de desescalada, los asintomáticos suponen la principal amenaza: «Hay muchas más personas contagiadas pero sin síntomas de las que creemos, y son un verdadero problema porque se encuentran sanos pero pueden transmitir la enfermedad. Por eso es tan importante conocer su estado a tiempo».
Como buen «escéptico», este profesor no descarta ningún escenario. Ni siquiera que el virus se vaya como vino: «No sería la primera vez que un virus emergente aparece y luego desaparece, pero no podemos jugar con esa posibilidad porque es improbable». Más factible parece que las variantes de la Covid-19 pierdan agresividad: «Cuando un virus salta de una especie a otra, normalmente lo hace con mucha violencia, pero luego se va adaptando. A los virus, aunque no lo parezca, no les interesa ser letales; dependen de su hospedador para replicarse y sobrevivir. Evolutivamente, se van haciendo menos virulentos conforme se adaptan a nuevos hospedadores. Es una regla general. Hay casos excepcionales, claro, pero es la norma». La gran diferencia de este coronavirus, recuerda Bejarano, es su alta capacidad de transmisión: «Se propaga con demasiada eficiencia, y además provoca una reacción terrible en población de riesgo, como hemos visto en las residencias de ancianos».
Aunque no hay evidencia científica, la comunidad confía en que el calor reduzca la tasa de contagios: «La mayor parte de virus con membrana, membrana que por cierto les ayuda a entrar en la célula, son sensibles al calor. De hecho, una de las formas de inactivar este coronavirus cuando se hace una prueba de diagnóstico es someterlo a altas temperaturas, matarlo por calor para que no infecte a quienes están analizando los test». Pero su evolución aún genera más dudas que certezas. Cuestión de tiempo.
El acceso a los datos por municipios, conocidos recientemente tras semanas de reivindicaciones por parte de los ayuntamientos, arroja algunas sorpresas en Málaga. La capital es la localidad de la provincia con más contagios confirmados, pero el pequeño pueblo de Cuevas Bajas, con 1.395 vecinos, es el municipio con más positivos por habitante. En esta localidad se han registrado 16 contagios, una tasa de más de once casos por cada mil habitantes, mientras la media de Málaga capital es de 1,83 infecciones por cada mil habitantes. Ronda, con 2,86, y otros siete pueblos del interior (Valle de Abdalajís, Teba, Guaro, Cuevas del Becerro, Yunquera, Genalguacil y Arriate), que también superan los 2,4 casos por cada mil habitantes, continúan la lista de los municipios con peores tasas.
Rodriguez Bejarano recuerda que, como es lógico, los municipios con mayor densidad de población y afluencia turística tienen más probabilidades de contagios pero que basta un foco descontrolado en una residencia o una familia para que la tasa de infecciones por habitante se dispare, como ha ocurrido en algunas localidades pequeñas: «Pensemos en una urbanización. Puede haber una casa donde todos estén contagiados y otra, al lado, donde no haya ninguna infección. El problema es cuando se crucen. Por eso es importante detectar a tiempo estos brotes y aislar a los positivos y a los sintomáticos».
La ansiada vacuna tardará meses en testarse porque los ensayos clínicos son procesos que requieren tiempo, pero haber pasado la enfermedad genera anticuerpos que pueden servir como escudo contra el virus: «Estoy seguro de que la vacuna llegará, pero aún es pronto. Tampoco sabemos cuánto dura la inmunidad que ofrece haber superado la infección, porque hay estudios que hablan de un año y otros de dos, y hay que tener en cuenta que no todo el mundo desarrolla la misma carga de anticuerpos, pero lo normal es que sean suficientes para resistir al virus. En eso se basan las vacunas».
Las pruebas diagnósticas, otro gran caballo de batalla contra el coronavirus, tampoco son definitivas. Por el momento hay varias técnicas. Los test serológicos, mediante extracciones de sangre, indican si la persona tiene anticuerpos. La PCR, consistente en tomar muestras con un hisopo (bastoncillo), generalmente por la nariz, señala si hay infección actual, mientras las pruebas rápidas, para las que basta un pinchazo en el dedo, son menos fiables y han dado ya cientos de falsos negativos. El catedrático en Biología aconseja «combinar» los diferentes test probados hasta ahora: «Sólo practicando al menos la PCR y el estudio serológico podremos tener claro el estado de la epidemia por zonas, porque tan importante es saber quién tiene la enfermedad, aunque no presente síntomas, como quien la ha pasado y en teoría está inmunizado durante un tiempo».
Aunque a Rodríguez Bejarano se le ponen «los vellos de punta de pensar que podemos volver a la casilla de inicio» si surgen rebrotes, reconoce que es momento de iniciar la desescalada «porque la sociedad y la economía no puede soportar el confinamiento».
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