
Ya de niño evitaba pisar las líneas de las aceras, después vivió obsesionado con el número tres y todos sus múltiplos. Tenía que apagar la tele en Antena 3; colocar los objetos tres veces y repetir esa acción otras tantas si se movían mínimamente; estudiar lo mismo en tres ocasiones, y echar tres ojeadas a las fotografías de sus familiares, aunque la última debía ser la suya para evitar que les ocurriese una fatalidad. José Manuel Sánchez (30 años) vivió durante años atormentado, repitiendo cada actividad por miedo a que muriese alguien. Pero lo peor estaba por llegar después de haber visto en televisión a un transexual y empezar a plantearse si era hombre y mujer. «Tuve que abandonar las oposiciones a Magisterio, porque cuando leía el temario, si la palabra acababa en 'o' pensaba que era hombre y si lo hacía en 'a', que era mujer. Me decía a mí mismo que no debía hacer determinadas cosas si no quería acabar siendo del sexo opuesto. Dejé de hablar con la gente, de salir, de mantener relaciones sexuales. Aquello me perturbó y me aisló del mundo», lamenta Sánchez, que aún alberga la esperanza de sacar la plaza el próximo año.
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Padece un trastorno obsesivo compulsivo (TOC) de orientación sexual, al que se sumó hace cinco años uno de contaminación que parecía tener controlado. A partir de ahí, cada vez que tocaba algo debía lavarse las manos hasta cuatro veces por miedo a infectar a alguien. «Las tenía despellejadas de tanta limpieza». Pero aquello pasó, hasta que en el desconfinamiento le volvió a asaltar el miedo y los ataques de ansiedad. «Cada dos por tres llamo al centro de salud; mi mayor temor es coger el Covid y pasárselo a alguien».
Como en el caso de Sánchez, la pandemia ha despertado viejos miedos, pero en otros ha desencadenado unas obsesiones que antes no existían. Eva Lozar (18 años) puede llegar a lavar sus manos hasta cien veces al día.«Es como si algo me empujase a hacerlo, porque me siento sucia», explica. Eso le ha condicionado su vida. Estudia la ESO para adultos y cada día cuando llega a clase limpia su mesa, aunque sepa que solo la utiliza ella, y cuando le pasan un folio tiene que lavarse inmediatamente las manos, aunque sea con gel hidroalcóholico.
Como ellos, más de 15.000 malagueños conviven con un TOC, una de las cinco enfermedades psiquiátricas más frecuentes y una de las veinte enfermedades más discapacitantes según la Organización Mundial de la Salud (OMS). El porcentaje de pacientes que consultan a un especialista es muy pequeño y cuando lo hacen ya acumulan muchos años de sufrimiento y peregrinaje por consultas médicas. «El motivo fundamental para no ir a preguntar es la vergüenza, creen que se les va a juzgar o se les va a tachar de locos», aclaraClaudia Núñez, psicóloga sanitaria. Puede desencadenarse en cualquier persona y a cualquier edad. De hecho, según la Sociedad Española de Psiquiatría (SEP), al menos la mitad de los adultos que son tratados por TOC lo padecían de niños, pero no fueron diagnosticados en su momento.
Aunque no se sabe con seguridad la causa, parece ser que el TOC se debe a una alteración del equilibrio de la serotonina, un compuesto químico del cerebro. Tiene un componente genético, pero también educativo. «La mayoría de nosotros tenemos formas rutinarias de hacer las cosas, pero eso no implica que padezcamos un toc. La diferencia entre este trastorno y una simple manía es que el toc limita a la persona; no puede pasar a hacer otra cosa si no resuelve la anterior. Hay gente que tiende la ropa de una determinada forma, pero si no lo hace por alguna causa, quizá se sienta algo molesta, pero nada más. El problema es cuando crea ansiedad e influye en su día a día. Entonces sí es una obsesión», asegura Núñez.
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Según esta especialista, la obsesión es un pensamiento que puede aparecer en forma de imagen, palabra o frase y que aparece de forma intrusivo, es decir, que la persona no quiere pensar, bien porque está en contra de su moral o su ética, que le causa miedo o genera angustia. «Se vuelven obsesivos porque es un pensamiento recurrente, que suele aparecer de forma constante. Lo rechazan porque no van con ellos y necesitan que desaparezca. Para conseguirlo es cuando recurren a las compulsiones o manías». Asegura que la compulsión es una acción que se hace, ya sea mental o conductual, que ayuda a eliminar ese pensamiento de la conciencia o bien a reducir el nivel ansiedad. «Hay repeticiones, pero también hay personas que evitan ciertas situaciones o palabras. Cuando la situación conductual está bien hecha hay un alivio hasta que todo vuelve a aparecer de nuevo», señala la psicóloga.
Núñez colabora con la Asociación TOC Málaga que con un lustro de vida ha visto incrementado el número de consultas durante la pandemia. «La falta de contacto físico, el aislamiento y la falta de ejercicio pueden empeorar cualquier tipo de TOC», recalca su presidenta Ventura Martín.
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El confinamiento ha puesto a prueba a muchos de estos pacientes. A algunos con TOC de contaminación se le ha agravado al no salir de casa. «Tenían que pedir ayuda a las familias para que les llevaran la comida, porque si la pedían a domicilio les generaba grandes niveles de ansiedad. A los que no les quedaba más remedio y hacían los pedidos, al recibirla se dedicaban durante horas a desinfectar los productos que llegaban del supermercado». Otros, sin embargo, al estar más tiempo en casa han dedicado más tiempo a la terapia y han mejorado y, aunque al salir han podido tener un bache, lo han podido reconducir. Y, por último, ha habido quienes no tenían problema sobre higiene y contaminación y se le ha desencadenado un nuevo tipo de TOC.
A día de hoy existen dos tipos de tratamiento: la psicoeducación, basada en la terapia cognitivo-conductual, en la que se trabajan esas obsesiones para ayudar al paciente a reducir la credibilidad de esos pensamientos y donde se le expone a esas situaciones sin hacer el ritual. «Es el tratamiento más eficaz», apostilla Núñez. Y por otra parte, está también la medicación, que generalmente son antidepresivos y suele ser un complemento. A veces con un solo tratamiento funciona.
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