
ALBERTO GÓMEZ
MÁLAGA.
Domingo, 14 de octubre 2018, 00:41
Pide mantener el anonimato y le preguntamos cómo querría llamarse. «Máximo, que es un nombre de guerra». Y de superviviente, con los zarpazos de la vida ya cicatrizados. Hace cuatro décadas, cuando era un adolescente, le diagnosticaron esquizofrenia: «Me dijeron que los brotes irían a más y que acabaría hecho un vegetal. Pensé que no tenía futuro, se me vino el mundo encima». Tardaron años en darse cuenta de que en realidad padecía una depresión. Por entonces la falta de tratamiento y la desesperanza ya habían agujereado el ánimo de Máximo, que pasó dos meses en un psiquiátrico e intentó suicidarse tres veces. «Me alegro de haber fallado, porque me habría perdido muchísimas cosas». Ahora, con 57 años, prejubilado como profesor de Secundaria, presta ayuda en el Teléfono de la Esperanza, donde el suicidio nunca ha sido un tabú.
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«Hablar del suicidio es una necesidad», explica el psiquiatra y forense Lucas Giner, «porque es el primer paso para sensibilizar a la población». El silencio que envuelve este problema de salud pública, primera causa de muerte no violenta en España hasta el punto de triplicar el número de víctimas fallecidas en accidentes de tráfico, ha permitido que se acumulen estigmas y mitos que agravan el dolor de las familias y la soledad de quienes barajan la posibilidad de quitarse la vida. «Los suicidas no quieren morir, sino dejar de sufrir», sostiene el presidente del Teléfono de la Esperanza en Málaga, Juan Sánchez. Desde su experiencia, Máximo corrobora esta teoría: «Vas descendiendo escalones cada vez más oscuros. Al principio te gustaría morir pero no quieres matarte. Te llegan pensamientos, como fogonazos. Por ejemplo, que no importaría no despertar mañana. Luego cualquier detalle, aunque sea mínimo, hace que tomes la decisión».
Aunque cada suicidio esconde motivaciones diferentes, Giner enumera algunos factores comunes de riesgo detectados en las autopsias psicológicas que, a partir de los testimonios de familiares y amigos, reconstruyen la situación emocional de las víctimas antes del paso final. La soledad y la desesperación suponen dos constantes: «No encuentran solución a sus problemas ni razones para seguir viviendo, pero si retiras la desesperanza suele desaparecer la idea del suicidio». En España se producen unos diez suicidios diarios, con Málaga como una de las provincias con índices más altos: uno cada dos días. En un contexto así, psiquiatras y trabajadores sociales coinciden en que la normalización de los pensamientos suicidas como síntoma de un cuadro depresivo resulta fundamental. «Es más habitual de lo que imaginamos. Cerca del diez por ciento de la población tiene ideas de este tipo alguna vez», detalla Giner. Al Teléfono de la Esperanza de Málaga, en lo que va de año, ya han llamado más de 80 personas con tentaciones de suicidio, tres de ellas durante actos en curso.
En contra de la creencia general, los suicidas suelen lanzar avisos de lo que planean hacer. Y no: quien pretende matarse no siempre lo consigue. Extendidos como una telaraña cruel, los mitos obstaculizan la comprensión de un problema complejo y multicausal con aristas sociales, psíquicas, familiares y emocionales. Relegarlo a la oscuridad, a los comentarios vecinales entre dientes, no ayuda. «El mejor antídoto ante el suicidio es sacarlo del silencio», resume la psicóloga clínica Noelia Espinosa, responsable del programa Razones para vivir, de la asociación malagueña Justalegría, que reclama un plan nacional de prevención: «Si estamos hablando de un problema de salud pública, ¿por qué no se actúa? Falta sensibilización y sobra hermetismo».
Los profesionales alertan también de un repunte de los casos detectados entre adolescentes. «Suelen ser vulnerables. Aunque la soledad es un factor de riesgo generalmente asociado a las personas mayores, cada vez más jóvenes se sienten solos», asegura Espinosa. Paradójicamente, en la era de la hiperconexión, el aislamiento se ha convertido en uno de los grandes peligros de nuestra sociedad. El acoso, las burlas publicadas en redes sociales y la falta de 'likes' pueden minar la moral de los adolescentes: «La autoestima es una barrera de protección muy importante ante las depresiones o los pensamientos suicidas».
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Pertenecer a una minoría dispara igualmente el riesgo de desarrollar conductas autolesivas, como señala la Organización Mundial de la Salud (OMS); migrantes, refugiados, reclusos o personas del colectivo LGTBI presentan tasas elevadas de suicidios. El organismo internacional critica que sólo «unos pocos países hayan incluido la prevención del suicidio entre sus prioridades sanitarias» y reconoce que los estigmas en torno a este problema «disuaden a muchas personas de buscar ayuda». Espinosa coincide: «El peor mito es que no puede prevenirse». Y Giner añade: «Igual que han funcionado las campañas de sensibilización para disminuir los accidentes de tráfico o la violencia machista, hay que elaborar estrategias conjuntas para reducir los suicidios».
En el Teléfono de la Esperanza de Málaga suelen recurrir a una cita de Shakespeare: «El dolor que no habla gime en el corazón hasta que lo rompe». Su presidente incide en la necesidad de «dar voz» a quienes necesitan sentirse acompañados y destaca que uno de los principales indicios de que se trata de un problema prevenible reside en que quienes lo han intentado «suelen recordar haberse arrepentido durante el acto o se alegran luego de que no les saliera como esperaban». El número de suicidios registrados en la provincia ascendió a 180 en 2017, frente a los 62 fallecidos en accidentes de tráfico. En Málaga capital, el Ayuntamiento ha puesto en marcha el programa Alienta para la prevención de la conducta suicida en colaboración con expertos de Salud Mental de Carlos Haya y dos organizaciones sin ánimo de lucro, Justalegría y el Teléfono de la Esperanza, que trabajan a diario con personas en riesgo de exclusión social o con necesidad de diálogo, a menudo como resultado de enfermedades o la soledad. En la mesa intersectorial se sientan policías locales, bomberos, colegios profesionales, profesores universitarios, miembros de asociaciones y representantes políticos.
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La montaña de falsas creencias bajo la que hemos ocultado el suicidio durante siglos aumenta el dolor de los familiares, ya de por sí agravado por la culpa, que se manifiesta de forma sutil o apabullante, pesada como una losa en cualquier caso. «A menudo piensan que pudieron hacer más por evitarlo», explica Espinosa, que también reconoce «cierta sensación de rabia» entre el entorno del suicida: «Se preguntan por qué no pensaron en ellos». Giner descarga la responsabilidad asumida por familiares y amigos recordando que los suicidas suelen presentar patologías psiquiátricas, cuadros donde «el pensamiento dicotómico y la rigidez cognitiva» no permiten ver más allá: «Para ellos es todo o nada, blanco o negro. Creen que la única solución posible a su estado es quitarse de en medio».
También los medios de comunicación han contribuido a crear un velo de silencio, temiendo el conocido efecto Werther, que hace referencia a la ola de suicidios registrada en Europa tras la publicación en 1774 de 'Las penas del joven Werther', la novela donde Goethe modeló un protagonista impulsivo y romántico que sufría por desamor hasta acabar quitándose la vida. Dos siglos después, el sociólogo David Phillips elaboró un estudio que concluía que el número de suicidios se incrementaba en Estados Unidos al mes siguiente de que el New York Times publicara en portada alguna noticia relacionada con este tipo de muerte. Este efecto tiene más incidencia entre la población cuando se suicida un personaje conocido, como ocurrió tras los finales de Marilyn Monroe, Kurt Cobain o, más recientemente, Robin Williams.
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¿Cómo casar, entonces, la obligación periodística de relatar los hechos de una forma veraz con la responsabilidad de no colaborar en un posible efecto imitativo de la conducta suicida? La OMS reconoce que «hay evidencias suficientes para sugerir que algunas formas de cobertura periodística y televisiva están asociadas con un aumento de los suicidios, impacto que suele ser mayor entre la gente joven» y recomienda evitar el sensacionalismo, las descripciones detalladas y las explicaciones simplistas: «El suicidio nunca es el resultado de un solo factor o hecho».
«El suicidio es a menudo la solución permanente a un problema pasajero. Cuando estamos deprimidos tenemos una visión poco objetiva de las cosas», explican desde el Teléfono de la Esperanza. Psiquiatras y psicólogos inciden en la necesidad de elaborar un plan nacional de prevención y desterrar los estigmas que continúan lastrando la posibilidad de hablar abiertamente sobre la salud mental. A Máximo, como a muchos otros, le habría venido bien. Ahora, tras un «camino largo», ayuda a los demás a atravesar el vendaval de la desesperación, ese que conoce como a sí mismo. Un laberinto que tiene salida, aunque a menudo no lo parezca.
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Es uno de los mitos más peligrosos porque minimiza la importancia de las peticiones de ayuda. Según datos de la OMS, de cada diez personas que se suicidan, nueve manifestaron claramente sus propósitos y la otra dejó entrever la intención de acabar con su vida. Resulta fundamental, por tanto, prestar atención a estos avisos.
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A menudo las amenazas suicidas son consideradas chantajes o manipulaciones emocionales, pero lo cierto es que, en su mayoría, son peticiones de auxilio. Como explican psiquiatras y psicólogos, las personas que padecen pensamientos suicidas son ambivalentes; no están seguras de querer morir. En el Teléfono de la Esperanza respaldan esta teoría: «No quieren morir, sino dejar de sufrir». En caso de lograr descargar la sensación de desesperanza, la mayoría opta por seguir viviendo. Esa ambivalencia explica también que haya un número tan elevado de intentos de suicidio que no llegan a consumarse. Haberlo intentado es, precisamente, el mayor factor de riesgo.
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El suicidio se ha convertido en un problema de salud pública, como reconoce la OMS, y ya es la primera causa de muerte no natural en nuestro país. Resulta necesario derribar el muro de silencio y falsas creencias que hemos construido, explicar que se trata de un problema complejo que puede prevenirse e informar con responsabilidad.
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El diez por ciento de la población ha tenido pensamientos suicidas alguna vez. Aunque las patologías psiquiátricas disparan el riesgo de suicidio, no todas las personas que barajan esta idea tienen un trastorno mental. Pensar en quitarse la vida resulta más habitual de lo que creemos, como demuestran las estadísticas
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Es otro mito peligroso, porque puede generar miedo a acompañar o tratar a estas personas, que suelen necesitar ser escuchadas y sentirse arropadas por otros. Hay homicidios que se acompañan de un suicidio posterior, como tristemente hemos comprobado esta semana en Málaga o como ocurre a veces en los casos de violencia machista, pero por lo general las personas con pensamientos suicidas limitan sus impulsos destructivos a sí mismos y no pretenden lesionar a nadie más.
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Juzgar el suicidio, ya sea de una forma negativa, considerándolo un acto de cobardía o egoísmo, o de forma positiva, glorificando a las víctimas, supone un error habitual. Las personas que atraviesan crisis suicidas requieren comprensión y ayuda, libran una batalla interior y generalmente han perdido la esperanza. Se hace necesario reforzar los factores de protección, como la autoestima o la red social, y reducir los factores de riesgo, como la soledad o los cuadros depresivos.
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Una de las principales demandas de psiquiatras, psicólogos y trabajadores sociales reside en la elaboración de un plan nacional de prevención del suicidio. También la OMS critica el reducido número de países que han puesto en marcha un plan de este tipo. Hablar de la salud mental, normalizar las ideas suicidas como síntomas de un cuadro depresivo y reforzar las conductas y los factores de protección, como el bienestar emocional o la autoestima, reducen el número de suicidios.
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La OMS advierte de que pertenecer a una minoría dispara el riesgo de desarrollar conductas autolesivas; migrantes, refugiados, reclusos o personas del colectivo LGTBI presentan tasas elevadas de suicidios. El acoso escolar y el aislamiento han aumentado el número de adolescentes y jóvenes con pensamientos suicidas. La psicóloga Noelia Espinosa, de la asociación Justalegría, incide en que «el mejor antídoto ante el suicidio es sacarlo del silencio» para reconocer que es un problema de salud pública.
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