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Es la tetería de moda. A pocos alumnos de los dos institutos que hay a 200 metros, el Santa Rosa de Lima y el San ... José, se les escapa lo que en ella se cuece. Es sábado por la tarde y el trasiego de chavales en el local es incesante. Sus cristales opacos protegen a los clientes de la mirada de curiosos; solo una intensa luz azul se escapa intermitentemente del interior en cada abrir y cerrar de puerta. Este periódico intenta constatar lo que es 'vox populi' en el barrio de Carranque y comprobar si menores de edad pasan la tarde fumando en cachimbas con los amigos. Pero cuatro hombres salen paso al intentar entrar. «¿Qué desea?», pregunta el que parece ser el dueño del establecimiento. «Tomar café», deslizamos. El intento es en vano.
En una actitud claramente disuasoria, se excusa en que tiene la máquina rota y que tampoco tiene té. Pero la cuenta de Instagram del establecimiento saca a la luz lo que sus ventanas ocultan: grupos de jóvenes fumando shishas entre una espesa humareda. Entre los que salen, que no aparentan tener más de 16 años, se impone la ley del silencio. La otra, la que persigue a los infractores, cayó con todo su peso sobre este estableciento recientemente. Una operación llevada a cabo por la Guardia Civil confirmó lo que era un secreto a voces. Durante el registro, hallaron a cerca de 40 menores fumando en cachimbas e intervinieron varios kilos de picaduras de tabaco, que intentaron esconder sin éxito. El propietario deberá hacer frente a varias sanciones por permitir fumar a menores y no tener autorización para vender tabaco.
Daniel tiene 15 años y accede a hablar si es con nombre ficticio. Admite que visitó este bar junto a unos amigos hace unas semanas. «Estuvimos fumando shishas con nicotina. Quería probar, porque todo el mundo habla de esto, pero no he vuelto a ir. He dejado de fumar», admite este joven, consciente de la cara factura que pasa este peligroso hábito. Recuerda que nadie le preguntó la edad ni le pidió el DNI para poder acceder, pero que una vez dentro comprobó como había chicos «mucho más peques» que él. Aquel día acudió a las 18.30 horas, nada más abrir y ya «estaba petado», expresa. «Había tres tipos de cachimbas a 10, 12 y 20 euros y esta última era la que más cundía», recalca.
El humo que la última ley antitabaco logró disipar de muchos lugares públicos desde su entrada en vigor el 2 de enero de 2011 vuelve a enturbiar el ambiente de algunos bares. Se cuela en aquellos que ofrecen cachimbas, también llamadas shisha, hookah, narguile o pipas de agua, porque humedecen el humo. La ley lo permite, siempre y cuando lo que se queme en ellas no sea tabaco y, en su lugar, se utilicen otras sustancias libres de nicotina como el 'shiazo' o piedras para shisha, un mineral bañado en glicerina vegetal y melaza, que proporciona ese humo denso tan característico de las cachimbas y un agradable sabor. Es ese resquicio legal el que aprovechan algunos sitios para colar tabaco e incumplir con la normativa. «Solo los establecimientos autorizados, como son los estancos, pueden vender tabaco; fuera de allí, solo puede adquirirse a través de una máquina expendedora. Por tanto, todo lo que se venda a granel o manualmente está totalmente prohibido», zanja Carlos Plaja, sargento jefe de la Patrulla de Protección de la Naturaleza (Pacprona) de la Guardia Civil.
Pero la realidad es otra. Para empezar, pocas marcas de tabaco para shishas tienen adaptados sus formatos para las máquinas expendedoras y, por tanto, no hay disponibilidad. «Tendría que ser el cliente el que llevara el tabaco comprado en un estanco para que el local se lo preparase en la cachimba. Eso sería lo correcto, siempre y cuando disponga de una terraza abierta donde poder fumar, tal y como contempla la ley antitabaco», advierte Plaja.
Sin embargo, con lo que se encuentran es muy diferente. «Estos bares de shishas suelen tener a la vista los productos aromáticos, libres de nicotina, pero en la mayoría de las ocasiones encontramos escondido el tabaco en taburetes y falsos techos. La mayoría de la gente quiere fumar tabaco y no una glicerina aromatizada. Un envase de 200 gramos vale 12 euros en el estanco y si cada uno de los 25 gramos que ponen en la cazoleta de la cachimba los cobran a 15 euros, por ejemplo, obtendrían 120 euros. Vender tabaco a granel está prohibido y puede conllevar 2.000 euros de multa y el cierre del local una semana; tres meses, si es reincidente», expone Plaja.
Málaga es una de las provincias españolas donde más se vigila esta actividad ilícita. No en vano es el quinto municipio de España en venta de tabaco para cachimbas. En 2019, se vendieron 94.239 kilos, detrás de Gerona (152.585 kilos en 2019), Madrid (145.369), Sevilla (120.929) y Barcelona (95.201). La provincia ingresó más de 8.631.062 euros por este concepto, un 37,36% más que el año anterior, según recoge el último informe de Estadísticas del Mercado de Tabacos del Ministerio de Hacienda.
Un estanco de la avenida Eugenio Gross, referencia en productos para cachimbas, ha visto crecer exponencialmente la venta de tabaco para pipas de agua. «Hace cinco años, solo teníamos dos baldas y poca variedad de sabores, sobre todo, manzana y menta; ahora, disponemos de cinco estanterías repletas de innumerables marcas e infinidad de gustos. El precio medio de una cajetilla de 50 gramos se sitúa en unos tres euros. Una cachimba se puede comprar por menos de 100 euros, pero también por encima de los 500. El 'Love 66', que se anuncia como de seis sabores y menta, arrasa en estos momentos», afirma un empleado de este establecimiento.
En el punto de mira de la Guardia Civil está el contrabando, pero también la protección de los menores. La Ley 28/2005, de 26 de diciembre, de Medidas sanitarias frente al tabaquismo es muy clara al respecto. Según recoge su artículo 19.3.L: «Está prohibida la venta o entrega a personas menores de 18 años de productos del tabaco o de otros que los imiten e induzcan a fumar (...)». Por tanto, está prohibido la venta y suministro de cachimbas a menores, aunque no contengan tabaco, y las sanciones para esta infracción grave oscilan entre los 601 y 10.000 euros. Pese a las abultadas multas, no es difícil cruzarse en Málaga con grupos de chavales fumando cachimbas en bares de barrio, menos expuestos a la vigilancia. Durante las 91 inspecciones que el área de Seguridad Ciudadana y el Seprona de la Guardia Civil realizaron en su última operación contra el contrabando en la provincia, detectaron 71 infracciones, diez de ellas por permitir fumar a menores. «Si no están identificados, pedimos el contacto del padre para informarle de lo que estaba haciendo su hijo y de las actuaciones que se han llevado a cabo. No se sanciona al menor, ni siquiera vamos contra los padres. Nuestra labor con ellos es, en este caso, pedagógica. El peso de la ley recae sobre el local», aclara Plaja. «Muchos de estos chicos se asustan cuando los sorprendemos en estas inspecciones, se quedan bloqueados, preguntándose qué han hecho mal y solo piensan en las represalias si se enteran en casa. En algunos casos, han sido advertidos por sus progenitores para que no pongan un pie en estos sitios e intentan persuadirnos para que no los llamemos. Tratan por todos los medios de que no lo hagamos, incluso, se niegan a darnos el número de teléfono excusándose en que lo han olvidado. Al final, acceden cuando les explicamos que, si no lo hacen, iremos en persona a hablar con ellos al domicilio», relata el sargento de la Guardia Civil.
Para estos adolescentes, fumar en pipas de agua no se percibe como algo perjudicial. Es una moda de la que no quieren quedar descolgados. Arriesgada, pero que ellos no perciben como tal. Es una forma de compartir, de socializar y de hacerse un hueco en el grupo, pero este «ritual de consumo es la puerta de entrada a otras sustancias», alerta Virginia Pérez, responsable del programa de prevención de Proyecto Hombre. Un estudio encargado por la Agrupación de Desarrollo de Prevención en Adicciones, formada por varias asociaciones y el Ayuntamiento de Málaga, ya puso sobre la mesa hace dos años un problema que ha ido a más: el 49,6% de los menores con edades comprendidas entre los 11 y 16 años reconoce que fuma en cachimbas. «Piensan que, si no lleva nicotina, es algo inocuo. Lo más grave es que también lo creen los padres, que son los primeros en comprárselas. Algunos hasta las regalan para los cumpleaños y las comuniones», denuncia Pérez.
Desde la Sociedad Española de Neumología y Cirugía Torácica (SEPAR) se muestran preocupados con este nuevo hábito. «Una sesión de cachimbas equivale a fumar un paquete y medio de cigarrillos. Son igual de peligrosos, por eso deberían estar sometidas a una regulación similar a otros productos del tabaco», expone Carlos Jiménez, presidente de la SEPAR. Para este experto en tabaquismo, los riesgos de fumar en estos dispositivos, sea con o sin tabaco, son los mismos. La única diferencia es que no llevan nicotina y, por tanto, no crean adicción, pero el resto de sustancias nocivas son idénticas. «Todas contienen hidrocarburos aromáticos policíclicos y alquitranes que, al ser ingeridas, son capaces de producir cáncer en los pulmones y en la vías urinarias, principalmente en la vejiga, ya que es por donde se eliminan», alerta. Añade que, además, contienen sustancias oxidantes que dañan la mucosa de los bronquios y pueden producir enfermedades respiratorias crónicas y la enfermedad pulmonar obstructiva (EPOC).
Uno de los grandes problemas vienen derivados del carbón que se usa para la combustión y cuyas partículas son absorbidas por el fumador. «Se inhalan altas cantidades de monóxido de carbono, que es el causante de patologías cardiovasculares, como el infarto de miocardio y el aneurisma de aorta», detalla el neumólogo.
Sin embargo, uno de los problemas que pasa más inadvertido al compartir las boquillas es la transmisión de enfermedades infecciosas, incluido el coronavirus. Demasiados riesgos para subirse a esta moda.
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