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Sergio Bracci (a la derecha) junto a su amigo Pino, con el que abrió el primer local en Fuengirola. Al fondo, el horno que trajeron sobre un cinquecento desde Italia
1972: El año que llegó la pizza

1972: El año que llegó la pizza

Sergio Bracci visitó la Costa del Sol atraído por su fama y se quedó para siempre. Fundó el primer restaurante italiano de Andalucía. Le llamó O Mamma Mía por Marcello Mastroianni

Amanda Salazar

Domingo, 17 de julio 2016, 00:18

Sergio Bracci (72 años), fundador de la cadena de pizzerías O Mamma Mía, recuerda con gran cariño el verano de 1972. Fue el año en el que este italiano nacido en Matelica llegó a Fuengirola para abrir el que se convirtió en el primer restaurante de comida italiana de Andalucía, con el que inició toda una aventura empresarial que le ha llevado a tener más de 30 locales repartidos por todo el país. Gracias a él, muchos malagueños probaron por primera vez la pizza y los espaguetis. Ahora, ya jubilado y dedicado a su huerto ecológico en su casa de Benalmádena Pueblo, revive con nostalgia una época en la que «trabajó mucho» pero en la que también existía «un ambiente que daba ganas de hacer cosas nuevas».

Bracci eligió Málaga para hacer realidad el sueño de crear su propio negocio. Había trabajado durante años en el sector de la hostelería por toda Europa, aprendiendo idiomas y ahorrando dinero para poder montar algo por su cuenta. En el año 1971 escuchó hablar por primera vez de la Costa del Sol. «Estaba de vacaciones en Mallorca, en Magaluf, y me encantó; entonces me dijo alguien que eso no era nada, que el verdadero buen ambiente estaba en Torremolinos», explica.

  • El éxito de su primer local en Fuengirola les desbordó durante las primeras semanas. Acabaron con las existencias de las latas de tomate frito en todos los supermercados de la zona. Se corrió la voz y muchos jóvenes malagueños acudían expresamente desde la capital para probar por primera vez la pizza o los espaguetis

Decidió hacer una rápida visita para verlo con sus propios ojos. «Esto era magnífico, nunca había visto nada igual, había mucha gente, extranjeros con ganas de divertirse que hacían cola hasta para comprar patatas fritas en el kiosco del Paseo Marítimo; podías estar tomando el sol en la playa y con el mismo bañador irte a un chiringuito a disfrutar de una cerveza», recuerda Bracci, quien hasta entonces nunca había visto un espeto de sardinas.

Aquello le marcó y le dio el empujón que le faltaba. «Más que ir a la aventura, era un poco inconsciente; tenía 28 años y todo me parecía posible», dice. Volvió a Italia para prepararlo todo. Unos pocos meses después, llegaba a Málaga en barco desde Génova entonces, dice, existía una línea danesa que conectaba ambas ciudades con su amigo Pino y con un horno de piedra montado sobre un cinquecento. No había tenido maestros en los fogones. Todo lo que sabía de cocina lo había aprendido a la fuerza. «Viví mucho tiempo solo en países con una cocina muy diferente a la mediterránea; al final para no morirme de hambre tuve que aprender a prepararme pasta y pizza, que además de ser platos baratos son muy completos», afirma.

El día 12 de junio abrió el local que todavía existe en la calle de la Cruz. «Al final decidí instalarme en Fuengirola porque se veía que era un pueblo que estaba empezando a crecer; en Torremolinos ya había demasiado follón y los precios eran mucho más caros», señala. Vivían en un piso alquilado cerca que hacía las veces de almacén, porque el restaurante era pequeño. Fueron los primeros en instalarse en esta céntrica calle junto al restaurante de carne The Beefeater «abrimos con una semana de diferencia» y un bar pequeño de tapas que se llamaba Miguel. «Los lugareños rebautizaron la vía y la llamaron la calle del hambre porque empezaron a instalarse muchos locales de comida», asegura.

A pesar de lo que pueda parecer, el nombre de O Mamma Mia no es un homenaje a su madre. Le vino al leer en una revista un artículo sobre Marcello Mastroianni. Los americanos le llamaban el O mamma mía porque repetía la expresión constantemente. Aunque señala que como para todo buen italiano «la mamma lo es todo».

Colas desde el primer día

El día de la inauguración pensó, «bueno, si conseguimos llenar un par de mesas cada noche, podremos mantener el negocio». Esa noche, se desbordaron todas sus expectativas. «La cola era tan larga que aún debe haber gente esperando», bromea. Fue un éxito. Los días posteriores se corrió la voz y llegaba gente de la capital y de toda la Costa del Sol, sobre todo jóvenes malagueños. «Se corrió la voz; también ayudó que fuésemos unos chicos jóvenes y más o menos guapos; hicimos buenos amigos entre esos primeros clientes». El primer pedido que le hicieron fue una pizza, y aunque no lo recuerda bien, apuesta por que fue de jamón.

Esas semanas apenas les daba tiempo a ver la luz del sol. Abrían por la noche, pero durante el día tenían que hacer la pasta, preparar las salsas, las masas... «Entonces no se encontraban espaguetis en las tiendas, teníamos que hacerlos nosotros mismos», dice. Acabaron con todas las existencias de tomate frito en lata en los supermercados de alrededor.

Una de las anécdotas de esos primeros tiempos tiene que ver con la conocida guasa malagueña. «Yo apenas hablaba español; la gente me decía yo quiero una picha, ponme una picha de esas, y se reían a carcajadas. Al tiempo pude entender la broma».

Su vida ha girado alrededor de este restaurante. Empezó a reunir a su familia en Málaga a medida que iba expandiendo sus restaurantes: su hermano, su hermana, otros amigos cercanos... Dos años más tarde, en 1975, conoció a la que sería su mujer, Margarita, una economista madrileña que estaba de vacaciones y que se sentó en una mesa del local de al lado. «Era y es muy guapa; en aquella época llamaba la atención de lo bonita que era, me quedé prendado», dice. Se casaron en 1982 y tuvieron dos hijos que también han seguido vinculados al negocio familiar. Precisamente, ese ambiente hogareño se ha convertido en el sello de la marca. Todo, sin olvidar nunca la calidad de la cocina, que es lo que hace que el cliente regrese.

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