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ÁLVARO FRÍAS
Domingo, 22 de mayo 2016, 01:06
Francisco Sánchez nació en el malagueño barrio de Bailén. En su casa no había tradición jurista. Con su padre dedicado a la banca y su madre ama de casa, cuando apenas sabía leer, ya fantaseaba con convertirse en juez. Al final su sueño se hizo realidad, el esfuerzo por conseguirlo le empujó a ello, hasta el punto de que ya está en el Tribunal Supremo.
«Lo de ser juez se me metió en la cabeza desde que era pequeño», asegura Francisco, que con dificultad recuerda qué fue lo que le atrajo de la magistratura: «Supongo que lo vi en la televisión y me gustó, desde los seis años siempre soñé con convertirme en magistrado».
Mientras sus compañeros de pupitre imaginaban trabajar de mayores como futbolistas o policías, Francisco tenía claro cual iba a ser su futuro. Por ello, desde el primer momento centró sus esfuerzos en el camino de la judicatura.
Acabó estudiando Derecho y trabajó durante once años ejerciendo como abogado penalista. «La Costa del Sol te da un margen de actividad en este sentido que es importante». Pero Francisco tenía la judicatura «entre ceja y ceja». Así, se lanzó a opositar. Tres años de intenso estudio que le empujaron a conseguir su sueño.
Este juez ha ejercido en juzgados en Santa Cruz de Tenerife, en Málaga y en Huelva, entre otros, aunque su periodo más largo de destino lo pasó en la Audiencia Provincial de Sevilla, en la que estuvo durante cinco años. Allí sus compañeros ya destacaban su «capacidad descomunal» de trabajo.
Una situación familiar particular le hizo llamar a la puerta del Tribunal Supremo. Había dos plazas para el gabinete técnico penal adscrito al Alto Tribunal, en el que, tras pasar diversas pruebas, acabó ingresando.
De ello hace solo un par de meses. Francisco dice que el gabinete se encarga de redactar informes que solicita la Sala de lo Penal del Tribunal Supremo, algo que realiza formando parte de un equipo con otros magistrados, fiscales y miembros del cuerpo jurídico militar.
El magistrado explica que el equipo debe realizar informes que solicitan los jueces del Supremo sobre todo tipo de delitos, en los que los procesados se enfrentan a importantes penas de prisión. «Tenemos que analizar a fondo cada aspecto, por ello no dejamos de estudiar, la formación en estos asuntos es indispensable», apunta.
Nivel de exigencia máximo
«El nivel de exigencia es máximo», asegura el magistrado, quien se encuentra en estos momentos codeándose «con la élite de la judicatura»: «Estoy muy orgulloso de que hayan confiado en mí, pero también existe una gran responsabilidad, en la que no se puede defraudar».
Francisco lleva ya un par de meses trabajando en Madrid. Un día a día exigente en el que destaca la buena sintonía con sus nuevos compañeros. Sin embargo, reconoce que la fachada del Tribunal Supremo «impone». El camino para llegar al Alto Tribunal se hace a base de «constancia y esfuerzo»: «He sacrificado muchas horas con la familia y de ocio, trabajando hasta los domingos, pero a mí me ha compensado». El magistrado insiste en que la carrera de Derecho es «la mejor» que se puede estudiar, ya que si no se acaba ejerciendo sirve para la vida diaria. «Aun así, aunque se dice que hay muchos abogados, si se trabaja con los pies en el suelo todo el mundo puede llegar a donde quiera», afirma.
Aunque su trabajo lo ha venido desarrollando en los últimos años entre Sevilla y Madrid, Francisco siempre busca un hueco para regresar a su Málaga natal. Disfruta de su piso en la Victoria, y de sus padres, quienes siempre le apoyaron en su carrera en la judicatura. Ahora los vecinos de sus progenitores les felicitan por el logro de su hijo. A sus 45 años, Francisco ya no es un niño. Ya no tiene que soñar con ejercer como juez, ahora ya lo es y ha llegado hasta el Tribunal Supremo.
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