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Mandera se prueba unos zapatos de tacón glitter en la sala de estar de su casa.
Vivir en un camerino

Vivir en un camerino

El hogar de la bailarina, cantante y actriz Jenny Mandera, en el corazón del Centro histórico, es como el backstage de un escenario. Su colección de prendas vintage y sus casi 300 pares de zapatos son una invitación a la creatividad que Mandera sabe aprovechar como nadie

Lorena Codes

Domingo, 4 de septiembre 2016, 00:39

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Como si se hubiese colado en una película de Jim Jarmusch, Jenny Mandera pasea por el Centro de Málaga con ese aire irreal, extravagante y misterioso frente al que uno no puede evitar fijarse. Y no es porque ahora sea «la chica del pelo rosa», que antes también lo llevó púrpura y salmón pastel, ni siquiera porque sus estilismos sean más propios de las calles del Soho londinense o del Brooklyn neoyorquino, sino porque subida a unos tacones que suelen superar los diez centímetros, Jenny Mandera camina en un mundo propio, más libre y diverso, más feliz.

La culpa de que Jenny se resista a caminar por el mismo asfalto que el resto de los mortales la tuvo su madre, que prácticamente desde que comenzó a caminar la llevó a clases de baile y despertó en ella su vocación artística. «Yo bailo desde que tengo recuerdos», remarca esta sueca con acento andaluz, ciudadana del mundo y con puerto base en una de las esquinas de oro del Centro de Málaga, en la plaza del Siglo. Su buhardilla con ventanas ovaladas hacen de su casa una especie de camarote de barco, íntimo, acogedor y con unas vistas privilegiadas. Al tumbarse en la cama de su dormitorio, por ejemplo, se ve la Alcazaba, que iluminada de noche parece una fotografía enmarcada.

Hace ya más de trece años que Mandera recaló en Málaga, primero en Marbella y Benalmádena, y luego en la capital. De madre polaca y padre sueco, nació en Helsingborg, una ciudad que ella define como «trendy». De niña asistió a clases de ballet, jazz, folclore y todos los tipos de baile que se puedan inventar. Asegura que nunca quiso ser otra cosa, que nunca quiso hacer otra cosa más que bailar y cantar. Así, estudió Arte Dramático, canto y danza durante siete años y al terminar la carrera, con poco más de 20 años, se plantó en Londres en busca de una oportunidad. Pero el talento es cosa de muchos y la suerte de unos pocos, así que después de asistir durante años a castings de todo tipo, de dar clases de teatro, canto y baile se cansó de esperar al hada madrina. Se planteó entonces aprender idiomas y puso sobre la mesa Francia y España. Una historia de amor con un español terminó por decidir su nuevo destino.

Aquí en España comenzó a actuar como bailarina y cantante en diferentes espectáculos, aunque también trabajó como guía de viajes educativos durante dos años. El caso es que hace algún tiempo se le despertó el deseo de retomar una vieja pasión que siempre le atrajo: la moda. Mandera relata cómo descubrió que tenía un estilo propio en plena adolescencia, a los trece años: «un grupo de amigas decidimos que no nos gustaban las tendencias y que a partir de ese momento iríamos a nuestro aire». Y hasta hoy. Su armario es una amalgama de estilos, épocas, colores y referencias con una personalidad exultante. Desde entonces, además, no ha dejado de acumular prendas singulares que ahora conforman un peculiar vestidor que ha acabado por invadir todas las estancias de su casa. Cuando llegó a la vivienda, hace ahora cinco años, había un armario. Ahora hay tres y dos burros a los que no les caben más perchas. El capítulo de complementos merece mención aparte. Casi 300 referencias de calzado y ninguno anodino, básico. «Para mí la moda significa juego, diversión, es una forma única de creatividad, de decir quién eres y cómo quieres estar en el mundo», destaca Mandera, quien ahora está volcada con sus colaboraciones con revistas, sesiones de fotos como estilista personal y su propio blog de tendencias.

Su casa se ha convertido en un particular camerino en el que cualquier apasionada de la moda podría desearía entrar. Prendas adquiridas en mercadillos vintage de los países que ha visitado, accesorios icónicos de otras épocas y una especial predilección por el exceso de los ochenta conforman un universo estético de lo más enriquecedor, que también se traslada a la decoración de su hogar. Cada una de las habitaciones posee su propia personalidad, pero todas tienen algo en común: la mezcla. Fusionar estilos, colores y formas es uno de los procesos creativos que más le gustan a Mandera. En su salón, por ejemplo, conviven básicos de Ikea con muebles de herencia familiar que ella ha customizado con nuevos tonos pop. Detalles con alma con sus zapatillas de ballet, fotos de familia o piezas de vajilla sueca de su abuela aportan al conjunto un toque de charme indiscutible. Pero no todo es estética, la residencia de Jenny Mandera está llena de música, libros, películas... Precisamente, a la pregunta de qué no puede faltar en su hogar, la sueca lo tiene claro: «la música, puedo vivir sin todo lo demás, pero no sin música».

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