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El ‘mix and match’ que descansa en lo esencial

El ‘mix and match’ que descansa en lo esencial

El decorador y escaparatista Carlos Lozano hace gala de un gran talento para la fusión de estilos en su refugio de Torremolinos

Lorena Codes

Jueves, 14 de julio 2016, 02:05

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Carlos Lozano habita en algún plano intermedio entre la realidad y el mito. En su catálogo de primeras necesidades la belleza es innegociable. Persiguiendo esos efímeros instantes sublimes lleva toda su vida, desde que era un niño y usaba los coches de juguete para crear bodegones en su dormitorio en vez de echarlos a correr como hacían sus amigos.

Carlos es malagueño, creció en el centro histórico y desde la adolescencia supo que estudiaría Decoración, «porque entonces la rama de Escaparatismo ni siquiera existía», indica. Afirma que esta pasión por el interiorismo la heredó de su hermano mayor, también decorador, aunque considera que la sensibilidad le venía de fábrica. «Nuestro cuarto era tan diferente al de otros niños de nuestra edad, había un sentido estético, todo estaba cuidado al detalle», explica.

Y no sólo en lo material. Su hermano también le introdujo en la cultura a través del cine clásico y de una discoteca riquísima, cuyo espectro de estilos viraba de Serrat a Beatles, de Caetano Veloso a Bach. Le gustaban especialmente las bandas sonoras de las películas, que le permitían unir ambas pasiones. A día de hoy sigue igual. La música es el hilo que teje la historia de cada jornada, que le inspira en su trabajo y le ayuda a recrear infinitas escenas. «Soy muy dramático para la música, según esté el día y mi estado de ánimo escucho un estilo u otro, todos me gustan a excepción del electrolatino», puntualiza el dueño de una colección de más de 5.000 referencias.

En las paredes níveas de su apartamento de Torremolinos, situado en la mítica urbanización de Pueblo Blanco, resuenan ecos de divas de la música negra: Billy Holiday, Ella Fitzgerald, Diana Ross... que dibujan un halo de glamour discreto y sereno, pero manifiesto a los sentidos. Noventa metros cuadrados de refugio dorado que oscilan entre el blanco más impoluto y el negro, con toda una escala de grises en medio, encargados de establecer las luces y sombras de este decorado casi cinematográfico.

Hay un poco del estilo retro americano de los cincuenta, como el de las encantadoras películas de Doris Day; también reminiscencias de la arquitectura del relax de la Costa del Sol de los sesenta; algunos toques Art Decó y leves incursiones en el nórdico chic. Todo ello agitado en una personalísima mezcla que demuestra la maestría de Lozano para el mix & match. Su cultura estética no se remite a la formación que recibió como interiorista en su momento, sino que acumula y colecciona publicaciones de arte, moda, arquitectura, cine, iconos estéticos en general. La superficie no es suficiente, Lozano busca el sentido a cada pieza dentro del conjunto y hace gala de un vasto conocimiento de la Historia del Arte.

Cuando adquirió este apartamento hace 22 años lo encontró «en unas condiciones lamentables». Realizó las reformas precisas para devolverle el esplendor de sus orígenes, algo que va muy en consonancia con su idea de encontrar la esencia de las cosas: «Odio las casas impersonales, que no dicen nada ni del contexto ni de sus propietarios». Así, conservó las paredes texturizadas y blancas y solucionó el desastre de un suelo de barro gastado con una moqueta de fibra de algas, muy acorde con el conjunto.

Sobre esta base, Carlos Lozano construyó un discurso coherente y unitario a través del color, la geometría, las texturas y los magníficos juegos de luces. La casa juega a los contrastes, es decir, hay pequeños rincones que acumulan gran cantidad de objetos estructurados en sus gloriosos bodegones, pero también hay grandes espacios de nada, que descansan la mirada y equilibran el ambiente. La armonía reina en la casa pese al afán coleccionista del propietario.

Lozano asegura que cuando se enamora de una pieza la va cambiando de sitio hasta que encuentra el lugar ideal y entonces se queda para siempre, inmutable ya. Le encanta recorrer mercadillos y encontrar «auténticos tesoros que otros no aprecian». «Todo el mundo necesita de la belleza, sólo que no todo el mundo la ve en el mismo lugar», apunta.

Fue quizá su destreza para encontrar ese carácter esencial de cada objeto lo que le llevó a destacar en el mundo del escaparatismo, en el que lleva trabajando casi 25 años. «Hemos pasado por épocas muy diversas, por suerte ya se han superado los ambientes abigarrados y sin sentido, en los que lo único importante era que cupiese el mayor número de género posible», explica. Huir del exceso injustificado es una de las claves de esta residencia, cuyas atmósferas poseen también cierto aire neoclásico. En algunas habitaciones sobresalen cuadros que Carlos ha pintado, una de sus facetas más desconocidas y privadas. Del mismo modo, todos los ambientes se coronan con textiles de tendencia, con estampados geométricos, y pequeños objetos con alma, detalles que definen la personalidad exquisita y refinada de su dueño.

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