

Secciones
Servicios
Destacamos
Francisco Apaolaza
Sábado, 2 de enero 2016, 19:33
A veces, España produce personajes deliciosos que parecen llegados al mundo con el único propósito de que los reporteros escribamos sobre ellos. Este se llama Luis Rodríguez Toubes, aunque le conocen por Luisito y a él le gusta que le trataran de don. Don Luis. En el barrio de Salamanca, ese Disneyland societario de Madrid donde hasta esto es posible, las señoronas le decían Misifú. «¡Cuidado con Misifú!», se advertían unas a otras en unos círculos donde todo, o casi todo, es la clase y el decoro. A Luisito, 24 años, bolsos de 1.500 euros, zapatos de 6.000, pantalón de pitillo y el pelo enloquecido como si surfeara con displicencia el tubo de una ola gigantesca en Hawai, se le ha caído el decoro al suelo: un juez de Baleares le ha condenado a siete años de cárcel por estafar a un matrimonio de jubilados de Llucmajor (Mallorca) nada más que 37 millones de euros. Ocurrió así.
Luisito era un tipo que se fue haciendo un sitio en Madrid, ese espacio de infinitas dimensiones en el que pueden crecer, con aparente normalidad, personajes de exotismo oriental como el 'pequeño Nicolás' o este Luis I de Mallorca. Desembarcan, dicen y cuentan qué son, qué hacen, qué tienen, y su carta de presentación es una American Express en una tienda de Serrano. Luisito contaba que se gastaba en la milla de oro del comercio hasta 600.000 euros al día en ropa. Se paseaba por la calle con esa ausencia aristocrática de calcetines, pues la clase nunca tiene frío, y dos bolsos de mano en cada brazo. Contaba en las teles y a quien le quisiera escuchar que se levantaba a las dos porque le abrían las cortinas de su habitación, tomaba un zumo, se relajaba un rato y salía a pasear con su sombrilla japonesa como una hipérbole pija. Que trabajar, así como entiende el pueblacho, nunca había trabajado. Que nunca le había faltado de nada, que era capaz de todo. Y no. A pesar de los pesares, Luisito quería trazar una diferencia con el 'pequeño Nicolás'. Cuestión de alcurnia: «No tengo nada que ver; él es un universitario que no ha salido de Madrid en su vida, de clase normal tirando a baja con aires de grandeza. Yo me considero un chico con clase», llegó a decir.
Algunos medios ya han publicado que desde los 18 años y sin formación, Luisito ya trajinaba con diversas propiedades en Baleares y las cambiaba como cromos para conseguir dinero. Entonces empezó a darse a conocer en Madrid. Carmen Lomana cuenta en 'Vanitatis' que el primer día que le vio, se presentó con un nombre sencillito, bien, adecuado a las circunstancias: decía llamarse Conrado Villalonga. La 'celebrity' afirma que se dio cuenta entonces de que se trataba de «un embaucador», pero le presentó a algunas amistades de su edad. Pasó la pelota. Sin escándalo. Otro día, contó que era su sobrino en la boutique de Prada de Serrano y la llamaron. «Yo no tengo ningún sobrino con la capacidad económica para comprar en su tienda», respondió ella, que debe de saberse al dedillo las cuentas de la familia. 'Misifú' decía también que había estudiado en la elitista Eaton, pero según Lomana no hablaba inglés.
El timo
Luisito siguió adelante con su huida del desenfreno. Posaba con los mejores vinos, con los mejores bolsos y seguía sin llevar calcetines. En un restaurante sacó un 'bin laden' (500 euros) para abonar una cena. Esas cosas, en España, se terminan por pagar. A medida que se encendía los puros de la vida con billetes de cien, se le iba carbonizando el teatrillo y se gestaba un desastre judicial. Un matrimonio de Baleares le donó una quincena de fincas e inmuebles por valor de 37 millones de euros. El fiscal y el juez creen que no fue un golpe de cariño. La versión de Luisito, que vive en la guerra de clases, es que un día le dijeron que no tenían hijos y que les gustaría que su patrimonio quedara en alguien de su misma cuerda, de su misma clase social. «Llucmajor es un pueblo pequeño y había cuatro familias que destacaban: la de ellos, la de mi madre y alguna más», explicó el joven. En el juicio seguido en la Audiencia de Palma, el matrimonio estafado declaró que confiaban en Luisito, ya que «era el niño bueno de su casa» y que siempre pensaron que les devolvería todo.
Rodríguez Toubes prometió a la pareja de jubilados un mejor precio por la venta de las fincas. Para la operación necesitaba solvencia, por lo que consiguió que pusieran a su nombre todas las propiedades con el compromiso de restituirlas después. No cumplió con la última parte del acuerdo y se esfumó con la pasta. «Dejó de coger el teléfono». Estaría en Serrano, con 100.000 euros encima en ropa y complementos, diciendo que era el sobrino de alguien. Hasta que lo detuvo la Policía.
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Una luna de miel que nunca vio la luz
El Comercio
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.