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ISABEL URRUTIA CABRERA
MADRID.
Martes, 21 de agosto 2018, 00:08
Tiene 27 años y es licenciado en Ingeniería Medioambiental por la Universidad de Pekín. Nada más terminar la carrera ya se lo rifaban en centros especializados de Arizona y Wisconsin. «Me daban becas y, la verdad, lo tenía muy fácil para irme a Estados Unidos. Siempre he sido muy buen estudiante», admite Can Wang en conversación telefónica desde la capital china, donde ahora solo aterriza cuando está de vacaciones. En los últimos cincos años el panorama se le ha puesto patas arriba y, aun así, nunca se ha sentido más pletórico. Tenía todo encarrilado -«clases y más clases, investigaciones y más investigaciones»- hasta que el arte de Paco de Lucía se cruzó en su camino.
«Yo buscaba algo... No sé qué... Me aburría, me aburría mucho. Mirando, mirando, encontré el disco 'Cositas buenas' en internet. Todo cambió. Ese sonido me llegó. ¡Grande! ¡Qué grande!», explica con emoción y un acento sevillano cerradísimo. De un tiempo a esta parte no solo ha echado raíces en la ciudad del Guadalquivir, también está haciendo historia. Hasta ahora ningún chino se había matriculado en el grado superior de Guitarra Flamenca que imparte el Conservatorio 'Rafael Orozco' de Córdoba, el único centro que ofrece esa especialidad en España. Algo así como el sanedrín donde se bendice la ortodoxia en el toque, ya sea por bulerías, peteneras, fandangos, tarantos... Hay que ser diestro con todos los palos.
Y todavía más: Can Wang ha superado el examen de ingreso como primero de la promoción. Se presentaron 38 candidatos, aprobaron 15 pero la puerta grande estaba destinada para el 'Gitano de Pekín'. Así le llaman en los cenáculos del flamenco, con respeto y expectación. Al tribunal del conservatorio no le pilló de sorpresa el nivel del postulante. No demasiado. Hace tiempo que los orientales empezaron a llegar en masa para sacarse el título superior. Eso sí, todos eran japoneses. Ningún chino se había animado. Ahora lo ha conseguido un ingeniero medioambiental, abrazado a una guitarra con el sello del luthier Manuel Reyes. Un instrumento que huele a pino y ciprés, «con un sonido maravilloso, muy profundo y muy flamenco».
- Ja, ja, no se crea.
- Doy esa imagen. Pero no siempre.
- Siempre que toco la guitarra. Mis amigos dicen que no parezco yo. Les dejo 'pasmaos'. ¡Me transformo!
- Saco lo que llevo dentro. Solo existe la música. Una sensación muy fuerte. Hay que vivirlo.
- Las bulerías, porque tienen mucho ritmo. Eso me gusta.
- Raro.
- Mis amigos españoles me llaman Jesús. Es más fácil, ji, ji.
- Algo, algo.
- ¡Sí!
- No, no, muy complicadas. Me sale mejor la cocina española.
- El rabo de toro.
- Noooo. El flamenco me ha cambiado la actitud. Mi filosofía ya no es la misma. ¡Quiero luchar por la vida! No quiero trabajar para una empresa. Quiero trabajar para mí. He descubierto la libertad. Sí, eso, la libertad.
Can Wang es el primero de la familia que se dedica a la música. De niño estudió acordeón y llegó a ser un virtuoso del instrumento. «Pero lo dejé a los 11 años. Tenía muchas cosas que hacer. No había tiempo», recuerda con un punto de amargura. Sus padres trabajan en una agencia de viajes y le dieron la mejor educación posible. Querían que el chico tuviera amplitud de miras. Y lo consiguieron: su hijo ha recorrido Italia, Francia, Marruecos, Finlandia...
Allí donde va, se siente cómodo. Pero en ningún sitio como en Sevilla. «Viven el flamenco más puro. Estuve en muchas ciudades de España antes de decidirme. Pero Sevilla me tiraba, me tiraba mucho», confiesa el joven guitarrista. En la ciudad hispalense tiene una legión de amigos -«¡mis queridos primos y hermanos!»- que le jalean cada vez que salta al escenario. Da clases y publica manuales de guitarra en China pero su meta son las tablas y las candilejas.
«Mi sueño es poder dar conciertos. Vivir de tocar. Las luces, la gente, el silencio... Escalofríos...», murmura el 'Gitano de Pekín'. Discípulo de Eduardo Rebollar y Manolo Sanlúcar, le quedan cuatro años por delante en el conservatorio de Córdoba para pulir todavía más su arte. Ganas no le faltan, además de una fan especialmente incondicional. «Se llama Yuying Chen, ha estudiado Relaciones Internacionales en la Universidad de Huelva y es mi novia». Ella también es china y, sí, le encantan las bulerías.
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