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Cuentos, jaques y leyendas

Tartakower o el misterioso caso del teniente Cartier

El ajedrecista, escritor y poeta Savielly Tartakower tuvo cuatro nacionalidades, combatió en las dos guerras mundiales y pudo ser un espía a las órdenes del general Charles De Gaulle

MANUEL AZUAGA HERRERA

Domingo, 6 de marzo 2022, 00:30

Hagan hueco en el imaginario propio y colectivo porque, así como la vida de los artistas y los intelectuales transcienden para convertirse en modelos hagiográficos de la cultura popular, nadie debería ignorar la legendaria aventura de Savielly Tartakower, uno de los jugadores más influyentes y carismáticos de la historia del juego-ciencia. Su relato es tan fascinante que parece sacado de una novela de Julio Verne. Valga la comparación, Tartakower es el Miguel Strogoff del ajedrez. No es extraño que el campeón del mundo alemán Emanuel Lasker lo calificara como 'el Homero del ajedrez', por su aportación poética y sus trabajos de traducción lírica. Y es que Tartakower no solo fue un ajedrecista que marcó época, también ejerció como abogado, periodista y escritor. El crítico literario ruso Nikolái Gumilev se refirió a él como «un poeta indudable». Sin embargo, Vladimir Nabokov no era de la misma opinión: «Escribe, sí, pero no es poesía». A propósito de Nabokov, el campeón Alexander Alekhine mantuvo la hipótesis de que Luzhin, el protagonista central de 'La defensa', obra maestra del escritor ruso, representaba un alter ego de Tartakower. Nabokov, en una entrevista con el también escritor Andrey Sedykh, negó tal inspiración: «Luzhin es el más puro producto de mi imaginación. No conozco a Tartakower». Una lástima, deberían haberse conocido.

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Para hablarles de Tartakower y que no les suceda como a Nabokov, he trazado un plan. He tomado de aquí y de allá los elementos más impactantes de su biografía y, con la idea de armar un cuento y convertirlo a la vez en tributo, he llamado a Luis Herraiz, médico, ajedrecista y autor de 'Atlas de un maestro de ajedrez' (Ed. Letra Minúscula, 2021), una obra imprescindible, entre el ensayo, la crónica y la ficción, sobre la figura del maestro Tartakower. En el prólogo de su libro, Herraiz confiesa su fascinación por Tartakower y nos adelanta la misteriosa atmósfera que rodea al protagonista, al que describe como «reportero, ludópata empedernido […] y, tal vez, agente secreto». ¿Agente secreto? Entonces, ¿quién fue realmente Tartakower? Acompáñenme y lo sabrán, con la ayuda de Herraiz.

Savielly Tartakower nació un 22 de febrero de 1887 en Rostov del Don, una hermosa ciudad rusa cerca del mar de Azov, tierra de cosacos y proverbios. Rostov está a menos de dos horas de la frontera con Ucrania, a tres de Donestk, uno de los puntos calientes del conflicto armado que hoy sufre el mundo. Los padres de Savielly fueron judíos. Y digo «fueron» porque ambos se convirtieron al cristianismo. Herraiz explica el contexto: «Entre los judíos, solo los ricos comerciantes o los militares podían vivir en las ciudades. Por eso se convirtió en práctica común renunciar al judaísmo. Era la opción más fácil para prosperar». El matrimonio Tartakower regentó, durante décadas, la mercería 'Competencia', en el número 59 de la calle Bolshaya Sadovaya de Rostov. German Tartakower, el cabeza de familia, hizo fortuna. En sus ratos libres, enseñó a sus hijos a jugar al ajedrez. Se dio la casualidad de que, en 1896, el excampeón del mundo Wilhelm Steinitz se enfrentó en Rostov al fuerte jugador ruso Emmanuel Schiffers. En un principio, este duelo se iba a celebrar en Járkov, pero finalmente se cambió la sede, para suerte de Savielly, quien, a sus nueve años, contempló de cerca las maravillas tácticas del juego. La vida parecía sonreír a la familia Tartakower. Tanto, que nadie supo anticipar la gran tragedia que les aguardaba.

Terminada la guerra, Tartakower se nacionalizó polaco, aunque fijó su residencia en Francia

A los 17 años, Savielly se marchó a estudiar Derecho a Ginebra, donde frecuentó el club de ajedrez del 'Café de la Couronne'. Aquí cayó Tartakower, sin remedio, bajo el embrujo enfermizo de los escaques. Más tarde, él y su hermano Arthur se trasladaron a Viena. Savielly acudía al 'Wiener Schachklub', un selecto club presidido por el barón Albert von Rothschild en el que se jugaba con chaleco y corbata. Al parecer, este aire distinguido era muy del gusto de Tartakower. También jugó entre los monumentales arcos del 'Café Central', lugar de encuentro de intelectuales de la talla de Rilke, Freud o Stefan Zweig, entre otros. En febrero de 1911, Arthur Tartakower estaba en esta «universidad del ajedrez», concentrado en una partida. Entonces recibió un telegrama procedente de Rostov con una noticia terrible: sus padres habían sido asesinados.

Muchas fuentes describen la tragedia de los Tartakower como consecuencia de un pogromo ejecutado en Rostov, pero no fue así. Herraiz aclara el suceso: «No fue en un asalto contra judíos, sino un robo que acabó de muy mala manera». El periódico 'Frontera de Azov' cubrió con detalle el allanamiento que sufrió la casa del matrimonio Tartakower. Al parecer, una banda de delincuentes irrumpió en la vivienda la noche del 18 de febrero. El objetivo no era otro que robar la recaudación diaria de la mercería. Maniataron a los sirvientes y entraron en el departamento del matrimonio, pero German Tartakower opuso resistencia. Su mujer murió en el forcejeo y German fue trasladado al hospital con «graves heridas en la cabeza». Murió por la mañana, «sin recobrar el conocimiento, por lo que no pudo dar ningún indicio de lo ocurrido». Pueden imaginar cómo esta desdicha marcó a fuego el carácter volcánico y receloso de nuestro protagonista.

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A diferencia de sus padres, Tartakower nunca tuvo dinero. En el 'Wiener Schachklub' solía jugar al 'Tappen', un juego con cartas del tarot muy popular en la época. Debió destapar Savielly, con frecuencia, la carta de La Muerte o El Carro, así como un mal presagio, porque la suerte le siguió volteando la cara, una y otra vez. Su hermano Arthur murió en la Primera Guerra Mundial, en el campo de batalla, luchando con el ejército austrohúngaro. El estallido de la guerra le permitió a Savielly ganarse el pan, en el frente ruso, como teniente del Regimiento Vienés de Infantería. Su espíritu aventurero le empujó a ofrecerse en las operaciones más arriesgadas. Y a punto estuvo de morir por una herida en el abdomen. Terminada la guerra, Tartakower se nacionalizó polaco, aunque fijó su residencia en Francia. Fue entonces cuando decidió convertirse en jugador profesional y, bajo la bandera blanca y carmesí, obtuvo excelentes resultados en distintos torneos internacionales, ganándose la fama de jugador difícil, agresivo y versátil. Herraiz nos define su estilo en el tablero: «Tartakower fue una gran teórico. Su libro 'La partida hipermoderna del ajedrez' (1924) fue un 'best-seller'. Pero, en realidad, él no era un hipermodernista, más bien era un neo-romántico».

Su principal aportación a la teoría del juego del ajedrez fue la apertura catalana. De nuevo Herraiz arroja luz sobre esta invención de Tartakower: «Él la llamaba el gambito catalán. Es de los pocos sistemas de los que sabemos su origen. En 1929, durante un torneo celebrado en Barcelona, el rey Alfonso XIII ofreció un premio para el que desarrollara un sistema novedoso de apertura. Savielly inventó un original sistema que jugó en tres partidas del torneo, con muy buenos logros. Tuvo tanto éxito que Capablanca, poco después, usó este mismo sistema. Y, desde entonces, todos los campeones del mundo han utilizado la apertura catalana, incluyendo al actual número uno, MagnusCarlsen».

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Se unió a los voluntarios de las Fuerzas Francesas Libres de Charles de Gaulle. Usó el seudónimo 'George Cartier'

En 1930, Tartakower se adjudicó un importante torneo celebrado en Lieja, superando a algunos de los mejores jugadores del momento, como Sultan Khan, Frank Marshall o Akiba Rubinstein. Lieja fue el golpe definitivo de Tartakower en el tablero, su mejor resultado. La exhibición que ofreció en cada uno de los duelos (no perdió ninguna partida) lo convirtió en el gran favorito para disputarle el título de campeón del mundo a Alexander Alekhine, algo que nunca sucedió. Tartakower ocupaba el tiempo en escribir libros, a veces por pura necesidad, para pagar sus deudas. Y cuando ganaba algo de plata, se la gastaba en la ruleta o apostando a las cartas. Capablanca fue claro al respecto: «Si Tartakower dedicase más atención a su juego, en lugar de escribir sus artículos durante la competición, sería sin duda el más temible aspirante a los primeros lugares y un serio candidato al título del mundo».

Años más tarde, de nuevo estalló la guerra, la segunda. Esta vez le pilló a Tartakower en Buenos Aires, disputando las Olimpiadas, como a tantos otros. Pero lejos de buscar cierta tranquilidad al otro lado del charco, Savielly decidió regresar a Europa para luchar contra los nazis. Así, el 18 de julio de 1940, con 52 años, se unió a los voluntarios de las Fuerzas Francesas Libres de Charles de Gaulle. Para ello, Tartakower adoptó el pseudónimo 'George Cartier'. El experto Herraiz explica los motivos de esta operación de camuflaje, tan mágica y literaria: «Tartakower dijo que tomó ese apellido, Cartier, porque para los franceses su nombre verdadero era difícil de pronunciar. Antes, había intentado alistarse en el ejército polaco en el exilio, afincado en Inglaterra, pero se le denegó debido a su avanzada edad. Y esto quizás también provocó que Tartakower optara por ocultar su identidad».

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Descubro que el teniente Cartier luchó en Galitzia, en la actual frontera entre Ucrania y Polonia. Se cuentan muchas cosas sobre las aventuras de Cartier. David Bronstein, en su estupendo libro 'El aprendiz de brujo' (1995), afirma que «saltó en paracaídas detrás de las filas enemigas para llevar a cabo misiones secretas». En este sentido, se suele relacionar a Cartier con el desciframiento del código alemán Enigma, junto a los también ajedrecistas Hugh Alexander, Harry Golombek y Stuart Milner-Barry, quienes fueron reclutados por los servicios secretos de la corona para ayudar al científico Alan Turing, jefe de la operación. En principio, debemos dudar de este supuesto, aunque no podemos descartarlo del todo, pues Tartakower, es decir, el teniente Cartier tuvo una relación de profunda amistad con Golombek. Además, según Miguel Najdorf, actuó «como ayudante de Charles De Gaulle». Y la palabra de Najdorf es sagrada.

Tartakower, como Miguel Strogoff, era uno de esos hombres que no se detenían mientras les quedaba un gramo de vida. El viejo Najdorf contó que Savielly era capaz de escribir en diez idiomas. Sin duda, el sueño de cualquier espía. Poca gente lo sabe, pero en su habitación colgaba una foto del general De Gaulle. Así que quién sabe. Quién sabe si George Cartier jugó más allá del tablero.

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El 4 de febrero de 1956 Tartakower murió en París aquejado de una neumonía, en la más absoluta pobreza. Por fortuna, aún nos quedan sus partidas, su espíritu combativo, su legado como intelectual y poeta. 'El Homero del ajedrez', como decía Lasker. Además, nos dejó escrito un buen manojo de aforismos, consejos sobre el juego y la vida conocidos como 'tartakowerismos'. En uno de ellos creo que nos estaba dando una pista: «La jugada está ahí, solo necesitas verla».

Y no supimos darnos cuenta.

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