Sabor a Lola

Por eso quizá el anuncio de la Faraona rediviva haya caído como agua de mayo. Desde su aparición en nuestros móviles, arañando las niñas de fuego de nuestros ojos, se ha compartido miles, millones de veces. Las redes, además de empoderarlo, lo han archicomentado. Y las peroratas en torno a la utilización del trampantojo de la inteligencia artificial para enseñarnos a Lola en vida han sido de toda guisa: desde el «no me toquéis a los muertos» al «tienen el permiso de la familia»; desde «la voz de Lolita casi no la pillé» al «ya era hora que una Andalucía moderna luciera reivindicada y nos recordara lo grandes que somos». Han salido al quite personas expertas en legados de derechos de imagen, politólogos post-15M, informáticos 3D y hasta nos han pespunteado los dobladillos de todo el anuncio, rodado en Málaga una chispa antes de que en marzo nos encerráramos a cal y canto.

Cómo me las maravillaría yo por no ofender si lo digo: estoy de acuerdo en que esa mezcla explosiva de rosalías y tanganas de barrio con el genio de La Faraona produce pellizco y puede emocionar. Que lo del 'empowerment' y el diálogo entre el arte eterno y nuevo o el tópico andaluz usado como arma en nuestro provecho nos sacan agüilla por el rabillo del ojo. Pero coincido con quienes detectan también aquí un cierto regusto amargo, un buche de nostalgia hirviendo, una pena sucedánea. Lola nos legó muchos vídeos canela fina que podían haber sido elegidos para obtener acaso similar efecto.