La nueva vida de La Mari: «Hace dos años que no tomo alcohol ni drogas»
El alma de Chambao vuelca su cambio en 'La cresta del ahora', un libro donde relata cómo tocó fondo tras años «maltratándome»
Esta es la historia de una entrevista condenada al fracaso. De una cantante, La Mari de Chambao, que llega tarde a la cita: a las cinco en el Café Bruselas, en plena plaza de la Merced. De un mensaje de su representante: «Se va a retrasar unos minutos». Cinco. Diez. Quince. Veinte. Y así hasta más de media hora. Es la historia, también, de un periodista y un fotógrafo cabreados, a punto de marcharse. De otro mensaje de vuelta: «Si a y 35 no ha llegado, nos vamos. No me parece serio». Y de una conversación salvada sobre la bocina. Porque La Mari llega a las 17.33, sola, con dos ejemplares del libro que acaba de publicar sobre su particular catarsis.
–¿Quieres beber algo?
–¿Yo? Agua.
–¿La nueva Mari sigue yendo con prisas a todos lados?
–Es cierto que estoy abarcando más de lo que puedo. Acabo de llegar de Barcelona. He comido cuatro chuminás, he recogido a mis perros, que son mi familia, los he dejado en casa y he venido para acá. Perdona por llegar tarde. No me ha dado tiempo.
Refugiada en la meditación y el coaching, María del Mar Rodríguez Carnero (Málaga, 1975) asegura haber encontrado «un nuevo mapa para ir por la vida», una transformación volcada en 'La cresta del ahora', el último disco de Chambao, pero también en un libro con el mismo título, editado por Alienta. En sus más de doscientas páginas, La Mari relata los tres episodios que la llevaron «a tocar fondo» y hasta desgrana una metodología propia para «vivir cada momento como el primero». Ya no le bastan las excusas que le valían tiempo atrás. Por eso en mitad de la entrevista, que arranca entre reticencias, se sincera:
–En otra época hubiera dicho: «He llegado un poco tarde pero la entrevista ha salido bien». Ahora sé que no es así, lo reconozco y me disculpo. He llegado más de media hora tarde, sé que he dispuesto de vuestro tiempo. No está saliendo bien porque he cometido una falta de respeto. Intentaré remontar la conversación.
Y lo hizo.
–El libro me ha parecido una reivindicación del movimiento frente a lo estático, de la acción frente a la rutina que a veces acaba siendo anestésica.
–Más que anestesia, creo que genera pereza. Cambiar cuesta mucho. Para conseguirlo hay que saltar esa gran muralla de la pereza. Luego vienen los miedos. No hay un libro de instrucciones, pero los batacazos que me he dado me han enseñado que la vida es un viaje de ida. No quiero estancarme, aferrarme a ninguna María del Mar. Llámalo aprender o madurar.
–¿Te produjo vértigo asomarte a ti misma?
–Un montón. (Risa nerviosa). Estaba acojonada. Cuando te asomas a ti misma metes la pata muchas veces contigo y con las personas que tienes cerca. Me di cuenta de que me había disfrazado de mí misma demasiadas veces.
–¿Has sido más dura contigo que con los demás?
–Sí, pero eso nadie lo sabrá porque nadie intuye cómo de dura soy conmigo misma. Eso nada más que lo sé yo.
–¿Y ahora?
–Me he permitido relajarme, abrazar a todas las María del Mar que llevo dentro y aprender que ninguna será perfecta.
–¿Lo llamarías compasión, indulgencia o comprensión?
–Compasión, creo.
–Chantal Maillard defiende la compasión, con independencia de la deriva religiosa del término, desde su significado etimológico: el sufrimiento compartido.
–No lo sabía. Yo no conocía la compasión conmigo misma y ahora es algo que me aporta ternura y me deja soltar el látigo. He tenido compasión con otras personas, incluso con animales, pero nunca me había cuidado a mí.
–¿Qué pasó aquel 30 de enero de 2022 para que escribieras «ROTA» en tu calendario?
–Me permití romperme. Te lo cuento y se me ponen los vellos de punta. (Se toca el brazo). Me dejé caer.
–¿Pero qué ocurrió?
–Toqué fondo. Llegué a un punto de no retorno y llamé a mis padres.
–¿Qué les dijiste?
–Que les había estado mintiendo, que yo era una mentira, alguien que mentía para sostener la mentira. No estaba bien, nada me iba bien y necesitaba un tiempo. Le pedí asilo a una amiga, Elena. Sentí un abrazo más allá de lo explicable, como si me abrazara el universo entero.
–¿En qué consistía esa mentira?
–Mi vida entera era una mentira. Lo que más me costó fue caer. Tengo mucho aguante. Tardé años en pegarme el batacazo gordo. Soy física y anímicamente fuerte, y eso no siempre es positivo. La vida no va de aguantar.
–Estás en una industria, la musical, donde abunda la impostura.
–(Piensa unos segundos, como en desacuerdo).
–Me refiero a la industria, no al oficio de cantar y tocar, que es hermoso y primitivo.
–Es cierto, ¿hay algo más antiguo que cantar? Creo que todo esto viene del cáncer. Me puse la capa de poder con todo. Y no hacía falta. Ahora le doy las gracias a esa María del Mar pero también le digo: «Chiquilla, quítate la capa ya». Es un error creerse la salvadora. No por dedicarme a la música y ganar más que mis hermanos tengo que prestarles dinero todo el rato, por ponerte un ejemplo. Tengo que seguir siendo la pequeña de la familia, no la matriarca. He aprendido muchas cosas. (Se frota las manos). Ahora soy mi propia espía, me sostengo todo el rato.
–¿Pero no es cansado vigilarse todo el tiempo?
–No, porque no me vigilo desde el juicio como antes sino desde el soporte. Yo me he metido caña de muchas maneras diferentes.
–¿Llegaste a comprar el cariño de alguna gente?
–Sí. Con dinero, con droga, con alcohol, con sexo… No seré la primera ni la última.
–Supongo que incluso de manera inconsciente.
–Bueno, también era consciente. No quiero especificar mucho porque esto lo leerán mis padres y no quiero ahondar en detalles sobre el declive de su hija, pero he tenido muy poca dignidad y muy poco respeto conmigo misma. Soy lo que soy y he hecho lo que he hecho. Y he estado muy tirá, sí.
–¿Pero echarse ese peso a la espalda no supone revictimizar a la víctima? Que se aprovechen de uno no es culpa de uno sino de quien se aprovecha, ¿no?
–No busco la culpa, no vale para nada. Si alguien se ha dejado comprar entre comillas o sin comillas, supongo que esa persona habrá aprendido algo. Y yo también.
–En el libro relatas que tuviste ciertas carencias infantiles que ahora has convertido en tus aliadas, empezando por la soledad.
–Mis padres son las personas que más me han ayudado. No quiero que parezca que les reprocho nada porque son maravillosos. Si me dieran a elegir, los elegiría. Han hecho lo que han podido con lo que han tenido. Han tirado para adelante, pero es cierto que sufrí ciertas ausencias durante mi infancia. Y eso luego, cuando eres adulta, se refleja de maneras distintas. Yo, por ejemplo, he mendigado amor en todas mis relaciones. No tengo pareja desde hace muchos años; hace siete u ocho años que vivo sola con mis perros. Ahora necesito esa soledad.
–¿Has mendigado amor?
–Sí, he cedido mucho, demasiado. He llegado a decir: «Si no te gusta que sea cantante, dejo mi profesión, me quedo embarazada y formamos una familia».
–¿Te da miedo repetir esos patrones tóxicos si se te cruza alguien?
–Bueno, es que de momento no se cruza. (Risas). Estoy agusto, aunque a veces echo de menos cierta compañía. Pero estoy feliz.
«He comprado el cariño de alguna gente con alcohol, sexo, droga... No seré la primera ni la última»
–¿Qué te respondieron tus padres cuando los llamaste para decirles que te habías roto?
–Que me estaban esperando.
–Lo veían venir.
–Me tienen calada. Me han parido. Siempre me han dejado ser, y eso que somos cuatro hermanos muy diferentes.
–¿Cómo te marcó ser la pequeña de la casa?
–No sé si me ha marcado. Ahora veo menos a mis hermanos porque cada uno tiene su vida y su forma de ver las cosas. Los quiero un montón y sólo quiero que estén bien. Nuestra relación ahora es verdadera, no como antes.
–¿También las relaciones familiares llegaron a ser falsas?
–Sí, claro, había un teatro. Antes nos veíamos más pero también nos disfrazábamos más. Mi casa siempre ha tenido cierto aura de casa de la pradera, pero mi madre no hacía pastelitos por las tardes. En mi casa, como en muchas, ha habido faltas de respeto, falta de dinero, peleas, drogas… Mi casa está viva, se mueve, y cuando uno se mueve pasan cosas.
–Me gusta distinguir entre el dolor, que es una reacción inevitable, y el sufrimiento, que en cierto modo es un dolor añadido...
–... Pablo d'Ors decía en 'Biografía del silencio' que el sufrimiento es opcional. Viene del ego.
–¿Tú has añadido dolor al dolor?
–No soy de regodearme. He conectado dos veces con el dolor de forma 'heavy'. Si pienso en esos episodios me pongo a llorar. (Se emociona, para unos segundos). Recuerdo una movida de celos con mi primer novio, con el que llevaba diez años. Yo estaba grabando con otra persona y mi pareja me dijo: «No sé qué puede pasar si os dejo a solas». No sé qué ocurrió aquí (se toca el pecho) pero creo que algo estalló dentro de mí. Nunca había sentido un dolor así, me tiré un día entero llorando. Estábamos en Punta Paloma y tuve que parar la grabación y llamar a mi hermana Aurora, que es la mayor. No sé por qué pensé en ella. Era un llanto inconsolable. No te lo puedes imaginar. Nunca he llorado así. Mi hermana llegó y me dijo: «Vente a casa, cariño». Conecté con el dolor de una manera… Rompí con esa pareja y al poco tiempo me detectaron el cáncer. Y la segunda vez que conecté con el dolor de esa forma fue la noche antes de escribir «ROTA» en el calendario, cuando me escuché a mí misma decir: «Me quiero morir». Ahí pensé: «Ya está, has tocado fondo».
–¿Pensaste alguna vez en quitarte de en medio?
–No, al menos de manera directa. Sí que he tenido pensamientos camuflados. A veces he pensado cómo lo harían otros, en esa posibilidad de hacerlo. Quizá si aquí hubiera un experto diría: «Sí, cariño, esos pensamientos también son pensamientos suicidas». Pero todas las veces que me he faltado al respeto, de tantas maneras diferentes, eran una forma de quitarme la vida. Me he maltratado física y psicológicamente.
–Pero yo he escuchado canciones tuyas en Londres, en Ho Chi Minh… ¿Ni siquiera el éxito te empoderó?
–Ha habido etapas buenas, pero he peleado mucho conmigo misma. Y en ese combate caí.
–Lo pregunto de otra forma: la Mari que escribía «Poquito a poco entendiendo / que no vale la pena andar por andar, / que es mejor caminar pa' ir creciendo» ya debía de tener herramientas para enfrentarse a la vida, ¿no?
–Las he tenido, sí, pero para ciertos caminos. No para otros. Nunca me he sentido maestra, y cuando lo he sido me he sentido cansina, prepotente y ridícula. Me siento más cómoda siendo aprendiz. Con el cáncer aprendí cosas, y eso que me pilló pequeña. Ya tenía treinta años pero me sentía una niña jugando a ser adulta. A veces he tirado para adelante porque físicamente he podido, pero me olvidaba del coco. Y es igual de importante.
«Yo sola me llevé al límite y yo sola salí del límite. Y a los dos meses pensé que sería conveniente empezar a ir a terapia»
–¿Cómo fue tu infancia?
–Nací en el 75. Me crié en la barriada de Santa Teresa. Todo era campo. Mi padre tenía una droguería que tuvo que cerrar porque abrió el primer gran supermercado, que ya tenía artículos de droguería. El barrio fue muriendo o modernizándose, como quieras verlo. Mi infancia fue campestre y humilde. Tengo una conexión directa con la naturaleza desde pequeña y ahora la valoro y potencio. En la naturaleza hay una farmacia tremenda. Hay gente que no sabe que tomar un poco de sol al día y hacer deporte te ayuda a dormir mejor, y en cambio toman pastillas para eso.
–¿Qué ocurrió, entonces? ¿Hubo un tiempo en que olvidaste el poder de la naturaleza y el deporte?
–Hubo un tiempo en que estaba harta de decir: «Quiero dejar el alcohol y las drogas». Y lo hice a la bruto: metiéndome de lleno. Estaba convencida de que para hartarme de sopa me tenía que tomar tres tazas. Si no, no había manera. De ahí vino el tercer batacazo.
–Te llevaste al límite.
–Me llevé al límite. Yo sola me llevé al límite y yo sola salí del límite. Y a los dos meses fue cuando pensé que sería conveniente ir a terapia y apareció mi terapeuta, que había estado trece años ejerciendo como terapeuta especializada en adicciones en Fuengirola pero que llevaba un año de excedencia. Y cuando me vio me dijo: «Tienes muchas cosas que contar todavía y voy a ayudarte».
–¿Cómo lo conseguiste?
–Empecé a salir a la calle sólo con un billete de veinte euros para evitar comprar nada, limpié mi teléfono de contactos, no pasaba por el pasillo del alcohol en los supermercados, dejé de hacer conciertos… Hablé con mi entorno y les expliqué la situación para que no bebieran alcohol delante de mí, no porque fuera a cogerles la cerveza si les veía bebiendo sino como una forma de mostrarme respeto después de tantos años.
–¿Cuánto llevas sin tomar alcohol ni consumir?
–Desde 2022. Nada de nada.
–¿Llegaste a asociar los conciertos al consumo?
–El alcohol está socialmente tan aceptado que… Cada encuentro, cada fiesta, está asociada al alcohol. He pasado del enfado a la comprensión. Porque había gente que, cuando me veía sin beber, me preguntaba: «¿Estás bien?». ¡Es la misma gente que no me preguntaba nada cuando me veía ciega y que incluso me ponía otra copa! Y ahora, si me ven con agua, me preguntan: «Estás malilla, ¿no?». Pues no, estoy mejor que nunca.
–¿Te está costando?
–Es una decisión que tomo a diario, y lo hago placenteramente.
–¿Qué es lo peor de la adicción?
–Acostumbrarte, normalizarlo. Es químico: una falsa dopamina.
–Una felicidad de botiquín.
–Como no estás agusto con quien eres y lo que haces, te anestesias. Y hay muchas adicciones, ojo: al alcohol y las drogas pero también al sexo, a la comida, a la pareja, a criticar, a quejarse, al trabajo, a los porros… Hay tantas formas de anestesiarse que dan falso cobijo… Y de verdad crees que estás bien con tal de no parar un solo día y preguntarte si realmente necesitas todo lo que estás haciendo. Ahora hay amigos que me preguntan cuánto bebía como forma de hacer sus propios cálculos. Me doy cuenta enseguida.
–En el libro hay un verbo que repite varias veces: observar.
–Hay una María del Mar que observa a todas las demás, y esa es la que me sostiene. Estamos todo el rato mirando hacia afuera, pero eso es una forma de evitar mirar hacia dentro.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión