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Iván Gelibter
Sábado, 11 de octubre 2014, 01:37
Aunque el espectáculo que ofrecieron ayer Les Luthiers en Málaga llevaba el nombre de Lutherapia, bien podían haber reciclado aquel otro nombre, Mastropiero que nunca con el que triunfaron a finales de los noventa, ya que el homenaje al inventado compositor Johan Sebastian Mastropiero fue el objetivo que alcanzaron ante las miles de personas que llenaron anoche el Martín Carpena.
Si algo han conseguido desde sus inicios Les Luthiers es, sin ningún género de dudas, gustar en todos lados, independientemente del país. Cada territorio tiene un humor particular y diferente, pero el continuo vaivén de dobles sentidos e ironías, clásicas en el habla argentina, parece que es un lugar común en varios países. Las bromas pequeñas, las del «todo suma», también parece que son intergeneracionales, y pese a que son casi 50 años de carrera que se dice pronto, el público de deja renovarse año tras año. Llenar pabellones de deportes en país ajeno es algo que está al alcance de pocos, hacerlo dos día seguidos en inaudito. Eso sí, el que fue ayer a ver Lutherapia por vez primera, repetirá.
Todo ello bajo el hilo conductor que transmite cierta idiosincrasia argentina, casi porteña, de una sesión de psicoanálisis, en la que el doctor se aferra por usar un lenguaje lleno de aristas técnicas, afanándose por mostrar cúanto sabe de una materia que va en el ADN del Río de la Plata. A un lado, Marcos Mundstock, haciendo las veces de psicoanalista; al otro, un espectacular Daniel Rabinovich por el que los años no han pasado como un estudioso de la vida y obra de Mastropiero, con la obligación de escribir una tesis sobre tan laureada obra de la ficción.
Sacaron a relucir sus fuertes. Desde la placidez con la que Mundstock relata e introduce hasta lo creíble que resulta ver al barbudo de Carlos Núñez hacer las veces de mujer. Anoche fue Clarita, pero ya se había visto en ese menester en otras ocasiones, triunfando con ese papel de madre de otro escritor de los ochenta, Manuel Darío, «como el poeta, el de las rimas de Beckett». Quizá el mejor intérprete de los cinco, salvando, claro, a Rabinovich, que sin su presencia nada tendría sentido.
De sentidos iba y va siempre la cosa. Más concretamente de dobles sentidos, hasta el punto de hilar, canción tras canción, la palabra epistemología con el sexo; pero sin ser burdos, con absoluta elegancia. Luego aquello de revisitar una y otra vez, y hablamos desde los años sesenta, la edad media como sorna. Y es que ya lo decía Mundstock no ayer, sino hace años desde ese atril en el que presentaba las obras, que Mastropiero tenía una importante fijación con aquellos años, como aquel rey que ansiaba, hablando de su trono, «ponerse encima y hacer realidad todas las fantasías». ¿O se refería a otra cosa?
Hasta fueron capaces de polemizar con un tema que, tanto en Argentina como en España, están sobre la mesa del debate. Situados en diciembre del 99, a punto de nacer el hijo del demonio, plantearon la solución de interrumpir un embarazo, a lo que el abad se oponía. Como siempre, y en clave de humor, Les Luthiers dieron con la solución. «Si no se puede interrumpir el nacimiento de un ser vivo, tendrías que habernos dejado usar un anticonceptivo».Hasta hubo tiempo, en el espacio del bis, para sacar a la palestra una de esas composiciones que tanto gustan a los amantes del grupo. Te amo Raúl, esa que le compuso Mastropiero a Graciela para que cantara Guadalupe Luján, que como siempre, y eso es algo que no falla, se indispuso para cantar, teniendo que hacerlo Rabinovich, pero con la confusión del cambio de géneros. Pasa el tiempo y las cosas cambian, pero no para estos cinco. Como cualquier porteño que se precie, y que haya pasado tiempo sin verlos afirmaría. «Ché, a ustedes no se les cae el almanaque».
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